En un país lejano de algunos y cercano de otros existía un reino pequeño y como todo reino por supuesto tenía una familia real, con su Rey su Reina y dos pequeñas y bellas princesas.
El pequeño Reino, era un reino de madera, lleno de caobas, pinos y cedros principalmente, pero había toda la gama de maderas que podamos imaginar; este reino era como una colcha de patchwork, hecha por supuesto de retazos de tela, de esas que saben hacer nuestras madres, solo que en este caso los retales eran pequeños microclimas, donde todas las especies arbóreas podían sobrevivir.
Todo el reino se dedicaba a cuidar tan preciado tesoro, durante siglos sus habitantes recogían los árboles que se caían solos de viejos, con los que construían toda clase de muebles y enseres inimaginables y en su lugar volvían a plantar un nuevo árbol.
El reino era conocido en todo el mundo por la elaboración de todas las preciosidades que los habitantes sabían hacer con la madera. Pero principalmente por las obras de arte que el rey solía realizar. Se pasaba los días creando la piezas de ebanistería más sofisticadas que podamos imaginar, taburetes con patas en forma de garra de león que parecían que en cualquier momento podían saltar en el acto, sillas cuyas asiento y respaldo asemejaba la estructura perfecta de una ostra al abrirse o majestuosos sillones cuyos brazos y patas asemejaban los brazos y piernas de una joven moza. Hacía comedores, habitaciones y miles de armarios ninguno era igual ya que sus creaciones eran únicas e irrepetibles.
Su cabeza siempre estaba maquinando en realizar nuevas creaciones, para ello se pasaba largas horas bocetándolas en papel, mientras se rascaba de cuando en cuando su regia testa. Tenía un hermoso castillo donde por supuesto habitaba con su hermosa reina y sus preciosas hijas princesas quienes lo alegraban con risas y juegos.
Siempre habían sido muy felices, sólo su corazón albergaba una preocupación, la princesa más pequeña, era muy pequeñita, una especie de copia de almendrita, por más que le daban lo que el médico del reino sugirió y las papillas de espinacas que la reina madre indicó la pequeñita parecía no crecer mucho, sus padres tenían un inmenso cuidado debido a su tamaño y su hermanita mayor siempre la protegía y resguardaba de todo cuanto había a su alrededor. A los ojos de los demás, la princesa no crecía mucho, no, pero por dentro ella crecía y florecía mucho más que las demás niñas del reino que tenían su misma edad.
Esta familia real tenía una encomienda especial desde tiempos inmemoriales, que era cuidar un hermoso jardín interior dentro del castillo, en cuyo centro se encontraba el árbol de la esperanza, resguardado por un portentoso portón que poseía una enorme cerradura.
Un mal día un ejército gris de un pueblo lejano llegó tratando de apoderarse del reino. Todo el reino lucho contra ellos para que no se apoderaran de él, hubo cruentas batallas de golpes y mofletazos en los que afortunadamente no pereció ningún soldado de ambos bandos.
Una noche, el ejército gris al ver que no podía apropiarse del reino decidió prender fuego a todos los sembradíos del bosque del lugar, habían decidido que de no ser para ellos, ese lugar no sería para nadie. Así que con una explosión de juegos pirotécnicos, mientras todos los habitantes se distraían en observar las filigranas que en el cielo surcaban, no se percataban que por lo bajo, todos los árboles se iban consumiendo.
Todos, menos una, que por ser tan pequeña miraba lo que otras no podían visualizar, con pequeños jalones en las faldas de su hermana, logró captar su atención y sin balbucear palabra con su dedo pequeñito lo que a sus pies se iba cerniendo. Las dos pequeñas no podían alcanzar a sus padres que se encontraban en primera fila festejando el espectáculo con sus súbditos y vasallos. Las princesas comprendieron que eran ellas las que tendrían que hacer frente al peligro, mientras los demás salían de su embeleso.
Se pusieron sus regias armaduras y espada en mano se dispusieron a abrir el dique que contenía las aguas pluviales de la comarca. A su paso iban rompiendo con sus espadas a brazo partido la maleza seca y libre de hojas ya que empezaba a llegar el invierno. Parecían dos hoces con la velocidad de un helicóptero, corta que corta, evitando así que el fuego se avivara cuando llegara a ellos.
Finalmente, tras una lucha terrible pudieron llegar al dique y abrirlo. En ese momento el reino despertó de su embeleso y empezaron los gritos y correrías, todos tratando de apagar el fuego, con baldes, cubos, cubetas, teteras y vaso, en fin lo que a su paso encontraban. El dique al final arrasó con aquel fuego y una vez que fue absorbido por la tierra, se pudo observar lo que el fuego había dejado al pasar.
El panorama era desolador, los campos sembrados y los ya reforestados estaban todos calcinados, la colcha verde de tela entretejida de antaño era ahora tan solo un borrón de diversas manchas negras, grises e incluso blanquecinas. Todo el reino estaba apesadumbrado, su paraíso estaba ahora convertido en cenizas. Todos habían hecho su mejor esfuerzo, pero no pudieron contener la acción del fuego arrasador. El reino íntegro coincidía en decir que de no haber sido por el arrojo y la valentía de las dos guerreras princesas , todo el reino y no sólo los sembrados habrían sido calcinados.
Había que levantar el reino de nuevo y para ello tenía que ir al árbol de la esperanza quien les proporcionaría semillas para replantar todas las especies ahora carbonizadas. Llegaron al palacio, dispuestos todos a recibir su dotación de semillas y que les fuera asignada la parcela a replantar, el patio del jardín como ya hemos dicho estaba franqueado por un inmenso portal con el fin de proteger de cualquier amenaza a tan valioso árbol. Pero por más que el rey y la reina buscaban entre sus bolsillos y ropajes reales el llavín para abrir aquel portón, la búsqueda fue por demás infructuosa. La llave no aparecía por ningún lugar.
Se formaron entonces decenas de cuadrillas organizadas con el fin de encontrar entre las planicies quemadas la llave real que permitía acceder al recinto encantado del árbol de la esperanza. Era prioritario encontrarla, no solo para adquirir las semillas y reforestar el reino, sino porque además y más importante aún había que regar el árbol diariamente de lo contrario este empezaría a perecer.
Pasaron los días y la llave no era encontrada, las búsquedas eran vanas y mientras los habitantes del reino se tiraban de los pelos, buscando el codiciado llavín, el árbol de la esperanza aguantaba estoicamente.
Ante tanta incertidumbre y pena la reina empezó por no cuidar su salud, no comía y apenas bebía agua, buscando y rebuscando por cualquier lugar aquella llave dorada. Un día no pudo levantarse del lecho, las fuerzas le faltaron y fue sumiéndose en un profundo sopor. El rey corrió a su lado y al verla en aquel estado de inmediato fue azotado por la misma enfermedad y se sumió al igual que la reina en un sueño profundo, ahí a su lado con su torso recostado sobre su amada esposa.
Los ministros convocaron una reunión de emergencia, la cual sería presidida en ausencia temporal de sus padres por las dos niñas princesas. Después de alegatos y dilucidaciones todo el parlamento consintió en lo que indicaban los libros de las leyes del pequeño reino: En sustitución de sus padres las princesitas deberían a la colina dorada a obtener una réplica de la llave dorada, no importaba que fuesen pequeñas y tan sólo unas niñas, según las leyes y creencias de ese reino, las niñas estaban preparadas para ello. Así que las dos pequeñas partieron con una escolta de diez férreos guerreros con la encomienda de traer consigo aquel precioso artefacto que permitía abrir el portal.
Una vez atravesaron las calcinadas tierras del reino, tuvieron que sortear un desierto donde dos de los guerreros sucumbieron al encanto de los espejismos, quedándose en un mundo de odaliscas irreales, bebiendo sendas vasijas de vino de la misma procedencia, por mucho que los ocho guerreros restantes trataron de sacarles de su ensoñación, fue inútil y embobados por las artes de ese ensueño imaginario se quedaron irremediablemente en aquel lugar.
Llegaron entonces a un denso bosque negro e imposible de sortear donde las ramas de tan peculiares arbustos parecían fortísimos brazos que quisieran interrumpir su camino, las princesas y guerreros con sus espadas y caballos pudieron salir de tal percance. Dos de los guerreros por desgracia quedaron atrapados en las ramas del infortunio, no tuvieron la fuerza suficiente para sortearlo.
A su paso ahora se presentaba ahora un río grandioso por cuyo cauce parecían correr aguas tranquilas, pero cuando nuestros expedicionarios se encontraban en el centro del mismo, las aguas parecieron entrar en un estado de cólera incomprensible y empezaron a azotar a la pequeña comitiva con remolinos y chubascos inesperados, de tal forma que estos eran sumergidos en las profundidades del caudaloso río; las princesas y sus vasallos intentaban contener con sus argénteas espadas el avasallamiento de las aguas; nuevamente sólo cuatro de ellos y sus princesas superaron el percance, dos de los guerreros se dejaron ahogar por aquellas aguas de la incertidumbre.
Apenas estaban reponiéndose de la acuífera batalla, cuando como de la nada se enfrentaron a una jauría de lobos que les cercaban aullando y gruñendo con terrible voracidad, las princesas sin dudarlo, indicaron atacar a sus guerreros yendo ellas por delante. Libraron una batalla, que en conclusión los llevó a enfrentarse en un cuerpo a cuerpo con tan terribles contendientes, finalmente las dos princesas y dos de sus guerreros pudieron contener a las horrendas huestes, dos de los guerreros habían sucumbidos ante la lucha de la adversidad.
Agotados hasta casi sus últimas fuerzas, las princesas, vasallos y corceles parecían arrastrarse por el camino más que avanzar. Decidieron entonces tomar un pequeño descanso y bajando de sus montas, construyeron unos improvisados lechos para reposar un poco sus maltrechos cuerpos. Todos se sumieron en un profundo sueño que parecía reparador, pero que pretendía atraparlos para siempre a fin de no permitirles llegar a su meta.
Durante los días transcurridos, el árbol de la esperanza iba pasando por diversos estados climáticos, el estío ahora le había abandonado y empezó a perder sus doradas y rojizas hojas, muy pronto llegaría a él el invierno y con ello su congelamiento y muerte.
Mientras tanto nuestras princesas libraban batallas en sus sueños con los más terribles monstruos infantiles y con sus espadas salían siempre victoriosas de ellas. Al final lograron vencerlos por completo consiguiendo con ello despertar. No así sus dos restantes vasallos, por mucho que las princesitas intentaban sacarlos de su profundo sueño, los esfuerzos fueron en vano, sus vasallos se quedaron ahí abrazados en los brazos del desaliento.
Montaron ahora sus briosos corceles y no tardaron mucho en llegar al final de su viaje, ante sus ojos se alzaba majestuosa la colina dorada. A medida que se iban acercando, pudieron visualizar en su base una pequeña puerta dorada, a la cual llamaron tocando el aldabón en forma de mano que contenía la áurea puerta. Esta se abrió casi de inmediato, permitiendo a las princesas entrar en un recinto dorado, cuyos brillos incluso enceguecían su vista, paulatinamente sus ojos se fueron acostumbrando a tan brillantes reflejos, para percatarse que al fondo había un gran tono ocupado hermoso rey con primorosos cabellos y barba dorados, que les sonreía con la sonrisa más reparadora de pesares que habían visto jamás.
Le comunicaron al rey el motivo de su visita, éste con mirada y palabras comprensivas y conmovedoras, les comunicó que no podía proporcionarles otra llave ya que solamente existía una. Pero que regresaran a su reino y seguramente podrían abrir la puerta, pues en su corazón después de las batallas libradas ahora albergaban ya los elementos necesarios para avasallar la puerta. Después de degustar una opípara cena y de un baño y sueño reparadores las princesitas emprendieron el camino de regreso.
Cuando arribaron todo el reino estaba ya sumergido en el aletargado sueño que había atrapado a sus reyes, poco a poco toda la población se había ido contagiando. Las princesas apuraron el paso hacia el portón que había en el jardín donde estaba el árbol de la esperanza. Ambas hermanitas se miraron preguntándose una a otra, cómo abrirían la puerta, la mayor intentó dar la vuelta al picaporte, pero aunque era la más grande no acertaba a alcanzarle, entonces como si una luz iluminara su rostro, sonrió a su hermana al tiempo que le indicaba que subiese a sus espaldas. La princesa menor una vez encaramada pudo alcanzar el picaporte y tiró de él pero este no se abrió.
De repente, la princesita pequeña se dio cuenta de que tenía frente a sus ojos la abertura de la cerradura, por la que alcanzaba a visualizar al moribundo árbol del cual sólo pendía ya una pequeña hoja. Se dijo para sí que tal vez cabría por el hueco de la cerradura y se dispuso a intentarlo; con sus dos pequeñas manos se asió de la orilla de la misma y lentamente se fue deslizando a través de ella hasta atravesar el portal.
Nunca se preguntó como haría para bajar al otro lado una vez sorteada la cerradura y no fue necesario ya que al otro lado se encontraba una rama del árbol de la esperanza, quien lentamente le depositó en el suelo, la princesita tomó su pequeña cantimplora y roció todo su contenido a los pies del árbol, quien lenta y milagrosamente empezó a cambiar cómo si una película se pusiera en reversa, hasta que la hoja que aún le quedaba se tornó de un vívido verde tierno, para después plagarse por completo de ellas, después vinieron las flores y al final los esperados frutos.
Una vez restablecido el árbol la pequeña princesa reparó en que su hermana se había perdido del magnífico espectáculo y entonces si que se preguntó cómo abrirle la puerta, recordó entonces lo que el rey áureo le había dicho e intentó tocar su corazón, pero a su paso le salió una férrea llave dorada colgando de su cuello, la cual no pesaba aunque era casi de su tamaño. La misma rama del árbol, ahora nueva y revitalizada la llevó hasta la cerradura, donde la princesa la introdujo, para dar paso a su expectante hermana.
La princesa mayor brincaba de gusto al ver lo que acontecía, finalmente tomó a su hermanita y abrazándola le decía a vivas voces: ¡Lo has logrado!. La princesa pequeña le musitó al oído a su hermana: Lo hemos logrado juntas. Ya repuestas de su alegría y mayúscula hazaña prepararon zumos con los frutos del árbol y se los dieron primero a sus amados padres, los cuales despertaron de inmediato del letargo y ayudaron a sus vástagos a proporcionar el zumo a todos los habitantes del reino.
Empezaron a repartir las diversas semillas que el árbol les daba, preparando cuadrillas para reforestar el reino. Organizada la tarea, las princesas dijeron a sus padres que debían partir, sus padres cuestionaron a donde pretendían dirigir sus pasos, ellas dijeron que irían a rescatar a los guerreros que habían quedado atrapados en el camino, les necesitaban para reconstruir el reino y ahora se sentían con los conocimientos necesarios para vencer a los enemigos ha que se habían enfrentado.
Sus padres se sintieron orgullosos de ellas, y como nunca celebraron que sus hijas fuesen como eran. Estas fueron y un santiamén les liberaron. Entonces todo el reino se aprestó a la tarea de reconstrucción de su hábitat. Sabían que pasaría un largo tiempo para volver a vivir buenos tiempos, pero éstos algún día habrían de llegar.
Sólo tenían que regar diariamente él árbol que era el centro de su vida y esparcir sus semillas por todo el reino y cosechar día a día la simiente amada y embalsamadora que proporciona día a día la esperanza.
Yolanda de la Colina Flores
22 de noviembre del 2010