martes, 8 de agosto de 2017

EN UN GRAFICO DE KLIMT (Serie Tesoros Privados)


Con tus gestos y arrumacos
yo me siento entre saraos,
entre fiestas sin finitos
de caricias y de besos. 

Son tus dulces apapachos
una fuente inagotable,
un eterno inacabable
de una caterva de mimos.

Si tuviese que contar
en que forma me amas tú,
tendría que precisar
que lo sabemos yo y tú.

Podría tal vez decir
que me arrebolo en colores,
entre afeites y canciones
que a tu lado suelo oír.

Si tuviera que explicar
como me siento ante ti,
tendría que aseverar
que un gráfico de Klimt.

Yolanda de la Colina Flores

13 de febrero del 2016

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sábado, 5 de agosto de 2017

YO TE LLAMO INSPIRACIÓN… (Serie Relatos)




No sabía por qué le habían bautizado con ese nombre, Marina…. ¡Vaya! Nadie en toda su familia se llamaba así, pues casi todos los integrantes de ella tenían los nombres replicados de sus ancestros con algún segundo nombre que hacía la diferencia.

Ella era una chica de ciudad, había nacido en ella, una de las más grandes y populosas del mundo entero. Debería tener un nombre más ad hoc, mas urbano, pensaba para sus adentros. Quizá su nombre se debiera a que sus padres eran costeños y al llamarla, o simplemente con verla, recordaban su amado terruño. Además había otra poderosa razón en la que no había pensado, ella tenía seis hermanos varones y a ninguno de ellos podrían haberlos nombrado así.

Lo que si sabía es que su nombre tenía un especial contacto con el mar. Desde pequeña, cuando pasaban el verano con los abuelos obviamente junto al mar, este ejercía una extraña relación con ella, y no sabía si era fascinación o pavor...

Tímidamente sobre la playa acercaba sus pequeños piececillos a su oleaje y prefería jugar con su eterna compañera, la cálida playa. Aunque pudo hacerlo, no aprendió a nadar en él, lo hizo en una piscina de la ciudad.

Al crecer se armó de valor e intentó acercarse a él, pero de inmediato empezó a sentir algo extraño, era como si entre ella y el mar se generase una membrana semipermeable, en la que hubiera una difusión simple, un fenómeno biológico que parecía ser importante para su metabolismo celular. No lo entendía y se alejó nuevamente de él, busco entonces para sus vacaciones destinos turísticos principalmente citadinos o de riqueza arqueológica de interés cultural. Viajaba mayoritariamente a lugares fríos o cuando mucho templados.

Su piel de un color melocotón rosado empezó a tornarse níveo y al contraste con sus negros cabellos la transformaban en una urbana réplica de Blanca Nieves, pasaron los años y esta princesa de la gran urbe conoció a un ser de otros confines que con sus alas la transportó a otro continente e irremisiblemente la asentó en una ribera junto al temido mar. Ella amaba a ese portentoso ser así que aceptó permanecer en ese hábitat.

En un principio, se contentó por deambular por el paseo marítimo, después sus pasos se acercaron y empezó a sentir la arena que penetraba a través de sus sandalias hasta que finalmente se descalzó, poco a poco se iba acercando más y más y pronto acertó a ver que sus huellas al andar eran borradas por pequeñas olas que después de larga travesía parecían ahí desfallecer. Se fue internando más y las olas siempre la abatían, estaba tan preocupada en esta pequeña acción belicosa que sin querer por fin permitió que el mar ejerciera sobre ella su acuática ósmosis. Y ya no tuvo escape, estaba atrapada por ese fenómeno particular por el cual parecía transmitirle visajes que atrapaban su mente, a la cual confluían de repente algunas palabras, después fueron frases y oraciones, cuando por fin emergió tuvo que admitir que su contacto era definitivamente embriagante.

De ahí en adelante nunca faltó a su cita con él, en su ensueño veía rimas, versos y algún poema, el ponto con sus oleajes traía a su mente cronologías, enredos, bulos, intrigas y crónicas; le anegaba el ingenio y en su mente ahora creaba relatos y algunos poemas novatos, recordaba en ese hacer excelsos textos muy gratos  y a veces se le colaban algunos panfletos non gratos. También acudió a la cita algún chisme y como un pescado yerto ella en el fondo lo enterró.

Ahí mar adentro atrapó entre sus manos leyendas y hagiografías y con sus dedos acariciando la superficie fue forjando su propia autobiografía y en este mundo de anales, las semblanzas se misturaban, entre el mar y sus cantares, el amor y sol se conjugaban.

Cuando del mar se alejaba pensó para sus adentros: En ti yo dejo mis huellas, que quizás disolverán esas celosas doncellas, que son tus olas ¡oh mar!, yo te llamo inspiración. Ellas permiten mi paso, por tu ribera y mi errar y aunque me hacen contrapaso, sólo a ti suelen amar. A veces suelo cantarles y hechizarlas con mi andar, quizás llegue a enamorarles y dejen mi huella estar. Y si ellas borran mi rastro, mi orgulloso deambular, aquí yo pongo mi lastro y así yo me anclo en su lar. Si estelas borran ociosas, estas oleadas sin par, puedo decir orgullosa, que dejé en ellas mi andar.

Por fin un día, sentada sobre la arena empezó a sentir al mar como la representación de su sabio padre que ya había partido, el que siempre le escuchaba y le dejaba hablar y le sentía replicar con sus olas a rabiar, él mar correspondía su deferencia ataviándola con sus azulados tonos y colores y las olas de matices la salpicaban.

Comprendió que el mar y la tierra eran amantes y con ella también empezó hablar: Sobre ti, sentí también el rugido de las olas y adentrándome en tu entraña conocí a tu amante el mar eterno que en oleadas te posee y te desdeña con caricias en jadeantes marejadas infinitas.

Su piel tornada en bronce tintada por el mar, la  tierra y el sol, sus cabellos ahora con tonos de alga se  acoplaban a aquel lar, fabricó lienzo de tierra, una arcilla singular, tomó con su dedo índice del profundo mar tinta color petróleo y al fin comenzó a escribir …

Yolanda de la Colina Flores
5 de agosto del 2017


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