Cuando me quedo dormitando solitaria
en la penumbra aciaga de la noche,
mientras mi amado hace derroche,
de su insomne y nocturnal habilidad.
Acuden a mi lecho algunos entes,
que no recuerdo haberlos convocado,
monstruos de pesadilla impertinente,
que buscan a mi sueño dar bocado.
Me crean angustia y gran desasosiego,
me llevan a delirio y a zozobra,
me arrastran a congojas de desvelo,
en alucinación rampante y horrorosa.
Y mi temor me lleva a acurrucarme
o a pegar gritos sin emitir sonidos,
a irme en estampida sin sentido,
para alejar temor y serenarme.
De pronto desde el cielo surge un ala,
que lentamente se transforma en paño
y entrando sigilosa en mi ventana,
me cubre protegiéndome del daño.
Es cosmos enlazado a padre y madre,
es Dios por muchos entendido y bendecido,
son ellos que no cesan de curarme,
los que me fortalecen siempre el nido.
Y así cuando mi amado vuelve al lecho,
parece que solo horas han pasado,
pues cuando sus pupilas me recorren,
me encuentra muy sonriente y dormitando.
Yolanda de la Colina Flores
29 de abril del 2016