Como un tatuaje divino
a espaldas tu imagen llevo,
hermoso y tebori sello,
como una marca de duelo.
Y transito en un gran teatro,
donde ríen a sus anchas
y me miran con recelo
pues no gozo con sus chanzas.
Me suben al escenario
y me piden que sonría,
pobre intérprete kabuki,
que se arrastra por los suelos.
Yo me escapo como puedo
acelero y casi vuelo,
me refugio en mi aposento
y ahí saco el desconsuelo
Y quisiera descuajar
mi
pesar y mi aflicción,
suprimir o erradicar
esta bruna desazón.
He tratado con conjuros
con mandalas
y con mantras,
pero solo encuentro apuros
y me siento en lontananza.
Si me invade la agonía,
laxa y ya desfallecida,
pinto caras de dolor,
para arrancarlas de mi interior.
Y me vuelvo la morena,
la de los brunos cabellos,
porque vuelvo a ser tu nena,
que anhela ser protegida.
Se que llegará el reposo,
quizás la dicha y el gozo
y ese tatuaje en mi dorso
será cual nítido beso.
Yolanda de la Colina Flores
10 de abril del 2016
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