Lola ha cumplido cincuenta, está feliz porque ha tenido una vida
plena, sus hijos están en la universidad terminando sus carreras, han sido
buenos, más de lo que podrá desear, su
marido su complemento ideal, en su carrera de magisterio ha tenido también sus triunfos y reconocimientos, todo en su vida es placentero, ahora que ya todos
duermen y sus amigos se han marchado después de la celebración de su onomástico
va recogiendo los platos y enseres que han quedado esparcidos por la mesa y
alguno que otro lugar donde algunos conversadores dejaron posados sobre
mesillas, estantes o repisas.
Cuando está recogiendo y disponiendo todo para su lavado, aparece
frente a ella una forma nebulosa indefinida color cereza, fresa o frambuesa, no
sabría definirlo, tal parece que fuera una mixtura de los mismos, con olores de
pastelería, con el calorcito normal que despide la cocina cuando han encendido el
horno, el olor de la masa recién horneada, son los recuerdos que le evocan a su
madre cuando le enseñaba a cocinar algunas cosas de repostería, ah, esos
recuerdos tienen tintes de frutas, con lluvia de estrellitas y polvitos de oro,
todo ello aderezado con una serie de armonía y ritmos musicales con un carácter
infantil y así al final de este recuerdo aparece el rostro amado de su madre.
Mientras activa la secuencia del lavavajillas, se forma frente a
ella una forma nebulosa de tintes de añil y verdes boscosos, salpicados con los
tonos de la piel de los camellos, o quizás leopardos, jirafas, o caballos,
gatos y perros, con los olores de la campiña, los sembradíos. Entre sus formas
se sobreponen imágenes de insectos o batracios en libertad y en su hábitat,
microbios y mariposas bajo el ojo de un lente o un objetivo, libros con alas
que aparecen y luego se van para dar paso a otros, casi puede alcanzarlos con
sus manos, poco a poco se van desvaneciendo, junto con una música que denota
algarabía una orquesta de vientos cuerdas y maderas, con alguna que otra
percusión, pero en este bello recuerdo alcanza a percibir claramente la figura
de su padre y sus hermanos.
Después, al tiempo que quita las servilletas y el mantel y los
mete a la lavadora, aparece junto a sí una forma voluptuosa y etérea con tonos
rosados, o quizás amarillos, violáceos o azulados, los colores se entremezclan
y van cambiando como el vestido de la bella durmiente mientras baila, le
acompañan fragancias de flores y maderas, una especie de confeti de colores de
tonos pastel con una lluvia de pétalos de flores, le escolta la música clásica
y sublime de una sinfónica, y ahí ante ella ve el rostro bello de su amado, su
exacto complemento, su cómplice amante y eterno enamorado, quien ahora toma un
baño después de haber despedido con ella a todos los invitados quizás un poco
cansado, bajo la lluvia de la ducha repone fuerzas y se sacude con ella todos
los vapores y olores que se le habían
enganchado mientras cocinaba para ella sus platillos preferidos.
Ahora Lola sube la escalera de caracol hacia su habitación,
mientras piensa, ¡oh!, ¡que fabulosos cincuenta!, ¡cuántos recuerdos!, ahora
solo queda crear las formas de los recuerdos de los años venideros.
Yolanda de la Colina Flores
7 de agosto del 2014