Todo
estaba listo para la celebración de la boda de Alexis, estudiaba a más de
quinientos kilómetros de su hogar, por lo que había confiado a su madre, abuela
y hermanas todos los detalles referentes a la celebración, sabía que ellas
conocían sus gustos y sus tallas así que sin dudarlo había delegado en ellas
esa responsabilidad.
Lo
tenían todo dispuesto, al día siguiente regresaba Alexis y no querían que nada
fallara; la madre decidió colocar el vestido y todos sus accesorios sobre la
cama de la novia, así cuando ella entrara a la habitación recibiría de seguro
una bella sorpresa. Sin embargo al sacar el vestido y el velo se percató que
ambos contenían un sinfín de arrugas, seguro por estar tanto tiempo ahí
guardados en sus cajas. Los sacó con cuidado y los llevó a la cocina para
plancharlos, no le llevó poco tiempo, lo hizo con mucho esmero y cuidado,
protegiendo los géneros tan delicados de seda y tul, con lienzos delgados
mojados, con los cuales generaba un mejor vapor que los que lo que la plancha
proporcionaba. Colocó el vestido sobre dos sillas y el velo sobre él, pensó en
dejar que se disiparan el calor y los vapores para no provocar otras arrugas,
dentro de una hora volvería por ellos.
Paulina
despertó, eran las once de la mañana, y mientras sus otras dos hermanas ya
llevaban largas horas levantadas y habían hecho un sinfín de actividades, ella
que le encantaba desvelarse leyendo novelas de suspenso, cuando no tenía
responsabilidades ineludibles, alrededor de esas horas empezaba a dar sus
primeros pasos.
Bajó
a la cocina y observó el vestido de su amada hermana y por supuesto sonrió, fue
hacia la cafetera y vio que no quedaba ni un rescoldo de café, seguramente se
lo habían bebido todo con lo nerviosas que andaban, ¡que fastidio!, pensó para
sus adentros, ella casi nunca ponía la cafetera, pero no debía ser nada del
otro mundo, si les llamaba para que se lo hicieran, seguro se burlarían de
ella. Con paciencia quitó los residuos del café y los filtros y colocó unos
nuevos con otra buena cantidad de café, no recordaba cuánto había que poner, ni
hasta donde, así que se guió por su instinto, total, ¿que podría pasar? más que
el resultado que tendría un café más claro o más cargado. Se preparó una
tostada con mantequilla y mermelada y salió a las escaleras que daban al jardín
a admirar los arreglos que entre todos habían hecho, mientras el café estaba
listo, en sus admiraciones estaba, cuando se percató que uno de los arreglos
florales de una de las mesas no estaba correcto, así que se dispuso a
componerlo.
Mientras
en la cocina la antigua cafetera crepitaba, echaba espuma y se bamboleaba,
como todos estaban ocupados en otros
menesteres, nadie se percató de lo que pasaba, así que sin remedio, el café
borboteando escapó de su prisión donde no podía permanecer ni un segundo más,
fue invadiendo la encimera, después la superficie de unos cajones, hasta que la
fin cayó plácidamente sobre un mullido velo y una sedosa tela, donde alcanzó su
esplendor propagándose por todos lados, hasta que se hubo completamente
liberado.
Los
gritos de Paulina y su familia cuando vieron el estropicio creado, eran
indescriptibles, parecía que un asesino en serie o un loco las perseguía, hasta
que llegó la abuela y las puso en su lugar. Ya serenadas les dio instrucciones
precisas, tenían que hervir el vestido en una gran olla con café, el velo por
desgracia no tenía remedio, en lugar de tonos marrón tenía un aspecto casi
negro, así que cuando la abuela dijo -¡desaparézcanlo!-, fue a parar sin
remedio al bote de la basura.
Durante
unas horas el vestido estuvo hirviendo en el café, cuando la abuela indicó que
lo sacaran tenía un parejo color camel, la madre movió la cabeza como denegando
que lo que habían hecho no había sido algo acertado, la abuela sonriente en
cambio decía -¡funcionará!, yo se lo que te digo-.
El
vestido nuevamente se planchó, y se puso a orear en lugar seguro mientras la
abuela fue al pueblo, regresando con un
tocado y una serie de rosas lilas, -Es el color que más combina con el camel,
aseguró-; acomodó el vestido y el tocado sobre la cama de la novia colocándole
una rosa aquí y otra por allá, cuando al fin hubo terminado, sonrió complacida
y dijo -¡Listo!-.
Por
la mañana muy temprano arribó Alexis a su hogar, todos felices le saludaron con
besos y abrazos, subieron con ella los escalones de la escalera expectantes y
cuando ésta abrió la puerta de su habitación, también todos, excepto la abuela
cubrieron sus bocas con una de sus manos.
Alexis
gritó de emoción, ¡increíble!, ¡me habéis adivinado el pensamiento!, escogieron
perfectamente el color adecuado, el blanco para mí ya está pasado de moda, me
encanta, ¡que buen tino habéis tenido!.
¡Oh!, y además no hay velo, ¡genial!, el
velo es tan anticuado, ¡gracias, gracias a todos por haberme hecho, si es
posible este día más feliz!.
Todos
bajaron las escaleras al final venían la abuela y la madre completamente
estupefacta, la abuela volteó y guiñándole un ojo le dijo al oído, ¿cómo crees
que se han arreglado las mantelerías durante siglos en esta familia?. ¡Vamos!,
¡disfruta el momento y relájate!.
Por
la pasarela que han formado en el jardín transita la joven novia, luce radiante
y feliz como todos lo esperaban, cuando pasa junto a su abuela le dirige una
sonrisa y disimuladamente ambas se hacen una especie guiño.
Yolanda
de la Colina Flores
9 de agosto del 2014