Existía la madre tierra
con un incipiente
aliento
era gas, rocas y
polvo
en tediosa rotación.
Un día se cansó de ello
y quiso entonces
danzar,
y gozosa por su helio
se puso a girar sin
parar.
Y en su vorágine baile
generó tal energía,
que en cinética valía
la llevó hasta la
eclosión.
Más no se desintegró
más bien creo una
fusión,
y aunque ésta fuera
nuclear
al fin dejó de
danzar.
Ahora era joven y bella
rebosante de energía,
y en su larga
cabellera
las moléculas
volaban.
Como buenas hijas suyas
eran su réplica y
clon
y emulando sus
destrezas
empezaron la
creación.
Eran reinas de las
artes,
escultoras y
pintoras,
y con dotes
esplendentes
la empezaron a
pintar.
Y la vistieron de bosques
de bóvedas y astros
celestes,
con un gran manto de
océanos
y de selvas
tropicales.
La embadurnaron de afeites
con infinitos olores,
y la cubrieron de
fauna
que eran sus
preciosas joyas.
Hoy se nos viste de
selva,
y su afeite huele a
hierba,
sus joyas son
guacamayas
y tucanes de colores.
Se reviste le leopardo
y de aves
multicolores,
de serpientes
impactantes
y de bellas
mariposas.
Como un brillante valioso
ella tiene mil
destellos,
posee multi frontismo
y miríadas de
facetas.
Hoy la observas siendo selva
mañana quizás sea una
tundra,
una mística sabana,
o un indómito
desierto.
Yolanda de la Colina Flores
4 de abril del 2013
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