lunes, 27 de julio de 2015

EL COLOR DEL DOLOR Y EL GUSTO DE LA FELICIDAD





Cecilia cierra su libro, ha terminado por fin de leer Grandes Esperanzas de Charles Dickens, uno de sus escritores favoritos, ha leído varias de sus obras y ya sólo le falta leer Historia de dos Ciudades, pero para ello tendrá que esperar un tiempo porque no es fácil que le consigan una edición especial para ella.

En su nueva condición ha avanzado mucho, es sumamente inteligente y la naturaleza noble de su ser le ha facilitado su nueva vida, le acompaña en sus actividades su fiel amigo Pippo, un hermoso ejemplar de raza pastor alemán, afectuoso, fiel y cariñoso, pero sobre todo un excelente guardián, cuando salen juntos a merodear por ahí, Cecilia no se preocupa por nada, sabe que al lado de Pippo va completamente resguardada.

Un día andaban en esos bretes, cuando al cruzar la calle, alguien reconoce a Cecilia y le grita desde lejos, ella pierde la concentración en lo que está haciendo y se queda como congelada sin saber que hacer, tarda tanto en reaccionar que no se ha percatado que las luces del semáforo han cambiado y un aluvión de autos inician la carrera a sus destinos, ella no se ha dado cuenta, pero Pippo si, así que la empuja hacia la acera protegiéndola de tal manera que él recibe todos los golpes.

Cecilia despierta en una sala del servicio de urgencias y lo primero que pregunta es si su buen amigo Pippo está bien, los doctores le indican que está entre la vida y la muerte en un sala de operaciones, cuando a Cecilia le indican que todo está bien con ella y se puede marchar, pide que la lleven de inmediato junto a Pippo. Y así ha pasado horas, ahí sentada en una sala de espera, donde una serie de veterinarios entran y salen diciéndoles a ella y a sus parientes que aún no pueden darles noticias.

Después de varias horas de intervención, Pippo está ahora en sala de recuperación, ya le han quitado toda una intrincada red de tubos y respira tranquilo, por lo que todos en la familia se sienten más esperanzados. De pronto una doctora sale de la sala y se dirige a Cecilia y tomándola de las manos le dice: -Ya pasó el peligro, puedes pasar- Cecilia le acompaña y la doctora la acerca hasta Pippo, ella palpa una de las patas del perro y tiernamente le acaricia, de pronto empieza a sentir sobre su cara algo húmedo y rasposo, es Pippo que con su grande lengua le acaricia, Cecilia no puede menos que sonreír a carcajadas.

Ahora están en casa y Cecilia conversa con la chica que involuntariamente fue la causante de esta agonía y que con actitud avergonzada y arrepentida le dice a su amiga. –Lo siento Cecilia no sabía que habías perdido la vista, nunca quise causarles un mal ni a ti, ni a tu maravilloso Pippo-.
Cecilia toma su mano y con cariño le dice -Lo sé, la verdad es culpa mía porque al escuchar tu voz, la cual trataba de reconocer, debí regresar sobre mis pasos y no quedarme ahí petrificada. Por mi vista no te preocupes, es un mal congénito el cual fue creciendo paulatinamente, y de cuyo final ya tenía conocimiento, estaba preparada, claro que me gustaría ver como antes, pero es lo que hay y tengo que buscarle a mi vida el lado positivo, así que agradezco a Dios los años que pude conocer el mundo a través de mis ojos, ahora tengo la oportunidad de conocerlo a través de otros sentidos, y es tan divertido, porque puedo combinar mis sensaciones con mis experiencias pasadas y eso es inigualable.

-¿Cómo Cecilia, no te entiendo, podrías ponerme algún ejemplo?-, -- Claro, querida amiga, hum, pongamos por caso lo que ha acontecido con Pippo, si te narro mi experiencia a través de mis sentidos, anclándolos en mis recuerdos de mi vida anterior; te podría decir que cuando Pippo estaba entre la vida y la muerte yo sentía que me envolvía una especie de nube gris y tenebrosa, que tenía unas manos negras con unas uñas tan filosas que se me encajaban como terribles dardos y me envolvía con un manto de un tono pardo, cenagoso y pesado-.

-Cuando por fin supe que Pippo estaba fuera de peligro, sentí como una luz con tonos dorados sobre mi rostro, como cuando empieza a amanecer, cuando tomé una de sus patas entre mis manos, me envolvían tonos verdes y azulados de esperanza y algarabía, pero cuando me lamió el rostro no solo me envolvieron unos bellos colores bermellones, a mis labios sonrientes además llegaba un gusto de moras, fresas, frambuesas y cerezas y algunos frutos más, era como probar las tartas más deliciosas preparadas por mamá, como si por ese instante ambos regresáramos a nuestro hogar, ¿lo comprendes ahora?-.
–Por supuesto querida amiga-
Y ambas se fundieron en un abrazo, con Pippo a sus pies.

Yolanda de la Colina Flores

9 de agosto del 2013 
       
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