viernes, 31 de julio de 2015

ENTENDIMIENTO



Entendía que Henrietta era su hermana pequeña y por ello debía cuidarla, fue una de las consignas que sus padres le hicieron prometer antes de partir hacia una de las provincias interiores del país donde vivían y por ello justificaba que ésta dejara en sus manos todas las decisiones respecto a su casa, esa casa que a ella no le pertenecía.

Entendía también, que el dejar su propio hogar que tanto le había costado construir con su trabajo ahora estaba abandonado y cubierto en el olvido de una tonelada de una red de telarañas de polvo y recuerdos sepultados, era un deber, impuesto tal vez, pero un deber.

En su cabeza se agolpaban una serie de entendidos tácitos, como tener que mantener las necesidades de su hermana cubiertas, de atención, cuidado, preparación de alimentos, limpieza de casa y enseres así como de sus propias vestiduras, las que lavaba y planchaba con un cariño y cuidado, que ni incluso su madre verdadera había puesto en tales menesteres.

Su cerebro estaba plagado de entendimientos que para otros resultaban incomprensibles, pero como la veían aplicada en su labor e incluso sonriente simplemente ascendían y bajaban los hombros, con la típica indolencia de a quien no le importa un bledo lo que te acontece. Como el hecho de que desde pequeña le repelía cualquier animal y sin embargo cuidaba y mimaba con paciencia y entereza el par de gatos persas perezosos y demandantes que su hermana había comprado más por capricho ornamental que otra cosa en una prestigiada tienda de animales. O la docena de periquillos australianos que día a día tapizaban con cáscaras de alpiste y esferitas de colores el hermoso suelo azul  de talavera del patio trasero.

Un día se levantó con el entendido de que debía realizar varias tareas especiales y específicas, así que se fue al mercado y compró las flores predilectas y aquellos ingredientes que sabía que al conjuntarlos formarían los platillos y postres preferidos de su hermana,  de ahí se fue a  una tienda donde solía comprar las mixturas y mezclas más extravagantes para la elaboración de pasteles y eligió con amor y esmero cada uno de los ingredientes; pasó todo el día en la cocina entre vapores y olores que dulcificaban su cansancio, hasta que tuvo todo dispuesto.

Su hermana estaba al llegar y entonces con aun más esmero, si esto es posible, dispuso una mesa digna de la mejor recepción de un palacio y dejó todo listo y al punto. Estaba nerviosa y alborozada cuando escucho la llave que daba la vuelta en la cerradura, cuando por fin entró ella con la cara llena de amor y expectación, musitó en alta voz. ¡Sorpresa!

Después todo se vino abajo, cuando su hermana displicentemente se sentó en una de las sillas del comedor y encendiendo un cigarro simplemente contestó: Pero por que te molestaste Gerda, yo ya tengo un compromiso con todos los de la oficina, hemos decidido ir a un bar a celebrarlo, son mis compañeros, con quienes convivo todos los días, solo he venido a cambiarme porque es un lugar muy elegante y debo ir acorde a la ocasión, no puedo dejar de ir, después de que se han acordado de mi en este día y que se tomaron la molestia de hacer la reservación, ¿entiendes?

Gerda simplemente contestó: No, Henrietta, estas son las cosas que ya no quiero entender.
Y con un paso lento y desgarbado que de a poco fue cambiando hasta convertirse en un paso firme y fuerte, subió las escaleras, entró su habitación, con la puerta abierta acomodó todas sus pertenencias en su maleta, y emprendió el camino en retirada, su hermana al verla partir simplemente se encogió de hombros, Gerda cerró la puerta tras de si y ya en la calle, emprendió un camino hacia nuevos entendimientos.       

Henrietta por su parte tardó en entender que el día que su hermana dejó de entenderla y se marchó le había hecho el mejor regalo que alguien le podía haber dado en su vida.

Yolanda de la Colina Flores
25 de noviembre del 2014

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