Niút
acababa de hacer su recorrido matutino habitual cuando estaba de vacaciones, la
escuela del piélago había terminado su
ciclo escolar y ahora disfrutaba de un merecido descanso después de haberse
hecho acreedor al primer lugar en su grupo.
En
ese instante se dedicaba a cazar con su pequeña red y su querido amigo que
siempre le acompañaba, un pequeño caballo de mar llamado Equs, una serie de
pirañitas que andaban molestando a unas minúsculas sirenas de nivel parvulario ahí
en el ponto y mientras ideaba como atraparlas, porque eran unas pillas
escurridizas, su mente se distraía de su quehacer con lo que había presenciado
hace escasamente menos de una hora.
Nunca
había atisbado el mundo de arriba, donde sabía habitaban unos entes que
carecían de cola y ésta al parecer se había bifurcado en dos extremidades que
les permitía desplazarse por su singular hábitat. Esa mañana en particular tuvo
que perseguir a las vivarachas y pigmeas pirañas, hasta una playa y fue ahí donde
divisó a lo que ellos llamaban niños, jugando entre la arena y las olas,
sus ojos estaban atónitos no por lo que ya le habían contado y ahora constataba
sino por otros aspectos que tal vez para otros fueras sutilezas, pero para él
eran del todo inexplicables.
Se
preguntaba como podían permanecer tanto tiempo fuera del agua soportando
directamente los rayos del sol, que cosa se embadurnaban sobre la piel y con
qué propósito, que eran esas cosas que posaban sobre sus cabezas y lo mas
extraño: porque fabricaban castillos de arena que luego desbarataba el mar.
Cierto que el entorno en que se divertían era interesante, pero no más que las profundidades
de su amado mar.
Ese
día de manera muy especial estaba preocupado, las pirañas enanas se le
escapaban y se aproximaban más y más a aquel extraño lugar, pensó que si éstas
se atrevían a incomodarlos quizás podrán matarlas y éstas no eran malas, tan solo
eran traviesas.
A
punto estaban de atrapar a un trío de estas consabidas pillas, cuando con el
fin de captar la atención de sus captores Niút se puso a cantar, no supo que lo
impulsó a hacerlo pues bien es sabido en el reino submarino que sólo las sirenas
cantan, a los tritones aparentemente no les ha sido concedido tal don, pero de
su pequeña boca emergió tan melodiosa voz que encantó a todos los que en esa
tibia mañana se encontraban en aquel paraje, no sabían de donde provenía el
sonido simplemente estuvieron escuchándolo plácidamente.
Las
pirañas liliputienses escaparon retornando a su guarida y el se quedó un tiempo
proporcionando todo un recital, cuando se hubo cansado y vio que había
transcurrido largo tiempo y que posiblemente sus progenitores estarían
preocupados regresó más rápido que una saeta.
Contó
a sus padres lo sucedido y desde entonces Niút forma parte de los coros que
conducen a las ballenas y otros cetáceos a los lugares adecuados para la
consecución de la vida. No se ha olvidado del mundo de los niños, pero le
agrada más el mundo en el que le tocó nacer y que por ende ama con todo su ser.
Cada
día cuando con sus hermanas y primas salen a la puesta del sol a ensayar sus
coros, descubre cosas de los llamados humanos que le intrigan, pero les deja
hacer, podría pensar que están locos, pero luego reflexiona y dice que quizás
ellos también piensen lo mismo de él. Espera que un día pueda comunicarse
con ellos y cree sin lugar a dudas que este encuentro sólo podrá hacerse a
través de la música.
Yolanda
de la Colina Flores
22
de octubre del 2014
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