-Esto
no es lo que parece señora Juliana, cierre la boca y en un momento le explico-.
Así
hablaba el joven pintor Filipo a su casera, mientras le ayudaba a sentarse en
uno de los sillones del estudio, pero ésta no le escucha, aunque está mas
calmada, la imagen que ella vio cuando descorrió la puerta, no se aparta de su mente, no se le borra la
primera impresión.
En
la mente de Juliana está grabada como una instantánea fotográfica esa imagen que
sus ojos vieron al abrir la puerta del estudio de Filipo para asearlo, él
blandiendo una arma blanca toda ensangrentada, ella, la modelo, muerta, tumbada
sobre el sofá, descalza, los cabellos desordenados, el vestido arrugado y toda
cubierta de sangre, seguro que él trató de hacerle algo, la chica se defendió y
Filipo la asesinó.
Poco
a poco recupera el color en su semblante al tiempo que mira las manos de
Filipo, ahora observa detenidamente que lo que porta en su mano derecha no es
ni una navaja o cuchillo, es un pincel cubierto con una pátina como el color
del vino que todavía deja caer alguna que otra diminuta gota, se sacude la
cabeza y se lleva las manos a ésta, Filipo entiende entonces que tiene que
hablar y le cuenta su experiencia a la azorada casera.
¿Ve
esa mujer tendida sobre el diván, es una mujer bellísima no?, la he estado
persiguiendo por múltiples lugares a fin de conversar con ella y solicitarle
que posara para mi, por la idea de una pintura que ha rondado sobre mi cabeza,
no había podido realizarla porque no había podido encontrar la modelo adecuada.
En cuanto vi a Sacha supe que era la mujer adecuada, después de muchos intentos
al fin logré convencerla, convenimos en vernos hoy a las doce del día aquí en
mi estudio.
Pero
cuando a arribado ha llegado completamente ebria, con los cabellos desordenados,
la ropa arrugada y el maquillaje todo corrido, entró riendo como un demonio y
exigiéndome le diera una copa de vino tinto, mientras ella se lo bebía y
trataba infructuosamente de arreglarse sus cabellos yo he dispuesto mis
utensilios para empezar a trabajar, aunque estaba descompuesta, pensé que
quizás podría hacer unos bosquejos, así que me puse a limpiar mis pinceles,
exigió otra copa, pues la primera se la había bebido en un pestañeo de ojos y
en cuanto se la he dado ha vuelto a carcajearse con esa risa infernal, ha
tratado de sentarse en el diván, pero ha trastabillado, y ha caído de espaldas
sobre él, ha perdido los zapatos y ha dejado caer sobre ella todo el contenido
de la copa y después ha perdido el sentido, seguramente por lo ebria que está.
Filipo
se sienta frente a la mujer en otro sillón, deja a un lado su pincel y repasa
con sus dedos sus cabellos, niega con la cabeza una y otra vez, exhala un
suspiro y otra vez se dirige a Juliana.
-Y
yo que pensaba que con Sacha podía por fin plasmar una de las obras que más he
anhelado, la representación del ángel de la inocencia, que ironía-.
Yolanda
de la Colina Flores
7 de
agosto del 2014
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