martes, 8 de diciembre de 2009
CLEMENTE
Me volví para entrar en mi casa, cuando vi una muchacha que esperaba en la puerta de la calle contigua. No le vi la cara, solamente los pantalones blancos de seda.
Graham Green.
Clemente no fue un niño esperado ansiosamente. Llegó después de tres hembras, cuando su padre ya había muerto. Lo llamaron así porque fue el nombre que le tocó en el calendario, pero parecía un nombre hecho a la medida para él y hacia honor al mismo ya que era de un trato suave y un ser sumamente misericordioso.
Cuando llegó al mundo se encontró, con cuatro mujeres vestidas de hombre, porque a falta de guía masculina, en el rancho, había sido necesario que ellas tomaran en sus manos las riendas del lugar, si no querían perecer de hambre.
Su madre aún embarazada, había llamado a las tres y les había dicho: Su padre se ha ido y no tenemos pariente alguno que nos ayude a llevar este lugar, así que hemos de fajarnos el cincho y los pantalones, pero este lugar no nos va a vencer a nosotras.
Así que las cuatro se aprestaron a atender todas las labores, propias de los hombres, debían aprender para ser respetadas por los trabajadores, les costó, miles de arañazos ampollas, dolores de espalda, fatigas extenuantes, sus manos antes suaves y bellas que solo servían para bordar y tocar el piano se habían vuelto recias y fuertes y habían desarrollado callos para soportar el duro roce de las reatas al lazar los caballos y el ganado vacuno.
Trabajaban de sol a sol, y su madre cuando lo parió, solo se tomó ese día libre, al siguiente se fajo muy bien y se aprestó de nuevo al trabajo.
Cuando Clemente tuvo conciencia de sí ; el mundo en que vivía le parecía lo más normal del mundo, y cuando en el colegio vio niñas ataviadas con moños, encajes y vestidos le parecieron la cosa más rara que había visto en su vida. Y la rareza no le resultaba agradable, no entendía porque vestían aquella indumentaria tan poco cómoda y no podía discernir como era posible que vestidas así pudiesen llevar a cabo las labores propias del hogar.
Estos pensamientos ocuparon solo un segundo en su mente, ya que las contempló solo un instante, pero en su rostro sólo quedó una impasibilidad muda.
Cuando Clemente vio a Serena por primera vez, fue del otro lado de la cerca que estaba arreglado; ella estaba corriendo de un lado para otro buscando donde guarecerse para hacer pipí, y él no pudo menos que esbozar una sonrisa. Ella tampoco pudo evitar ver su sonrisa y a quema ropa le inquirió ¿de que te ríes?, ustedes siempre burlándose de nuestra anatomía cuando nos vemos en estas circunstancias. En lugar de mofarte debías indicarme el lugar apropiado donde pueda pasar esta condena a la que estamos sometidas nosotras las mujeres, bien se ve que conoces el lugar. El le respondió impasible: bien se ve que tu sola sabrás resolverlo.
Serena no esperaba esta respuesta, así que después de haber satisfecho su apremiante necesidad le buscó y le volvió a preguntar: ¿Qué haces, hombre del demonio? El con la misma impasibilidad ante su altanería y sin tomar en cuenta su pose bravucona, simplemente le contestó: arreglo esta cerca, ya que de lo contrario por aquí se brincan los becerros y se les clavan las púas, acabando casi siempre destripados, cosa que a mi madre y hermanas poco les importa. Ella quiso conocerlas y el la invitó a ello. Serena quedó sorprendida al conocer ese cuarteto de hembras que en arrojo y dotes de hombría la sobrepasaban, más sorprendida quedó aún al ver que Clemente no se inmutaba al verlas lazar becerros, herrar y marcar y domar caballos, dominar con una mirada a una cuadrilla de mozos y enseñarles como realizar labores propias de los hombres.
Durante varios meses, ella fue diariamente y se regocijaba del ambiente ahí reinante, y se encantaba más con la eterna impasibilidad de Clemente.
Un día llegó, y así sin anestesia ni preparación alguna le dijo a Clemente: Vamos a casarnos, yo creo que tu y yo estamos hechos el uno para el otro, el se sobresaltó, pero en un pestañeo volvió a su acostumbrada impasibilidad y solo dijo: Hora pues…..
Después de casados algunas veces Serena le causaba ciertos sobresaltos, porque se le aparecía vestida en lencería o negligé, caminando hacia él como felina en celo, el solo pensaba…, estas mujeres están más locas que una cabra…, pero esos pensamientos jamás asomaban a su rostro.
Una noche después de un performance erótico de Serena ante la impasibilidad de Clemente ella le dijo, ¿sabes?, a ti tu madre si te puso el nombre perfecto Clemente y se acurrucó a dormir a su lado, mientras Clemente miraba impasible el cielo lleno de estrellas a través de la ventana . Había un brillo en sus ojos……¿era el asomo de una sonrisa, o solo el brillo de las estrellas reflejado en ellos?.
Yolanda
3 de julio del 2007
Etiquetas:
Relatos
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