sábado, 23 de octubre de 2010

UN TRISTE REMEDO DE FLORENCE































Flor creía que tenía alma de samaritana, que podía hacer fluir sobre los demás los ríos de ternura y caridad que dentro de sí albergaba.


Un accidente fortuito la colocó en la posición que ahora se encontraba, de repente y sin pensarlo era una cuidadora “enfermera” geriátrica.

Empezó sus labores con ahínco y se aplicó en el aprendizaje de insertar jeringas, la práctica empírica le duró muy poco, rápidamente fue lanzada sin remedio sus labores de Guillermo Tell improvisado.

Poco a poco se dio cuenta que la tarea encomendada no era tan fácil, se necesitaba, si ternura y caridad, pero también, paciencia y una enorme cantidad de estómago.

Comenzó por no soportar la indecente falta de pudor de la enferma a su cuidado, esa manera de subirse las faldas para recibir el pinchazo de insulina en las piernas, o ponerse la faja por los pies dejando al vuelo sus carnes flojas en partes y enjutas a la vez.

Después del chasquido y sorbido del remojo del pan con aceite en el café, la manera de masticar, sólo con los dientes frontales sin utilizar las muelas, dando a la anciana un aspecto de roedor aún más avejentado.

Su repetitivo hacer de sonarse constantemente las impudicias de sus fosas nasales, sacando un pañuelillo sucio y arrugado, una y otra vez, sumado al ruido estruendosos producido por el sonido.

Todo esto, lo soportaba mirando hacia otro lado, más le costaba soportar el que la larga serie de pastillas que tanto tardaba en guardar con cuidado en un pequeño potecito, eran tirados sobre la mesa bajo la sonrisa burlona de la enferma.

Preparar sus alimentos también era un calvario, porque siempre eran comparados por los maravillosos platillos hechos de antaño por la abuela, haciendo sentir a Flor la peor de las cocineras la cual no acertaba a comprender cómo entonces la veterana se relamía y acababa los platos hasta el fondo.

Pintarle el blanco cabello y cortarlo no era tampoco tarea fácil, invariablemente la yaya le decía que ella había tenido un cabello más largo y bello que el de la pequeña Flor.

Cuando le bañaba, Flor procuraba no fijarse para nada en el pobre cuerpo de la madura señora y hacía que ésta la ayudara a lavarse sola sus zonas más púdicas, pero cuando esta tenía en su poder la regadera de mano, siempre la empapaba, pidiendo perdón y sonriendo.

Los momentos en que quedaban completamente a solas, la vetusta mujer siempre la menospreciaba y degradaba en lo que podía, le impedía comer lo quisiera aunque fuesen los vestigios de ayer. ¿Zumo de naranja? Lujo no permitido, ¿ dos rebanadas de pan? Eso sin duda explicaba la gordura de Flor. Si algo bueno había sobrado, debía de guardarse para otra persona, a Flor por supuesto no le correspondía.

Alguna ocasión la senil mujer se negó a ponerse sus propias prendas y aceptó la desesperada oferta de Flor de ponerse algunos de sus ropajes, aunque estos no le cerraran ni por asomo.

Cuando Flor fregaba los pisos madrugando para que éstos alcanzaran a secarse, la vieja pasaba y se daba vueltas de equilibrista con las ruedas de la silla, dejando un sinfín de huellas que después Flor obviamente debía limpiar.

Cuando la longeva mujer descubrió que Flor tenía conocimientos de costura, de inmediato sacó de sus armarios visos, camisones y batas para ser modificados y veintitantas bragas con problemas de sujeción.

Al curarle nunca lo hacía bien, la sabia matusalén sabía que si lo hubiera realizado otro ya estaría curada, y seguramente las pastillas que Flor le proporcionaba no eran dosificadas como los médicos lo habían indicado. Esto la suponía la vieja porque a veces el recuento de las mismas no le cuadraba, teniendo que callarse sin musitar ni media palabra cuando Flor las encontraba debajo de algún plato, la taza o rodando por el piso.

De nada servía ser proveedora de alimentos a las horas precisas, cocinera, sirvienta, modista, estilista, curandera e incluso enfermera. Ella sólo era un incipiente aprendiz, un remedo de Florence, porque ni siquiera el nombre le alcanzaba en su pequeña intención de emularla.

Así los día se transcurren, entre uno y otro horror y Flor al parecer se va acostumbrando ¿o se va volviendo más fuerte?

Sin embargo los renglones torcidos de su historia un día han de cambiar y un día por primera vez Flor no se siente bien, su cabeza parece que estallará, de pronto sus coyunturas le duelen y siente escalofríos, sin saberlo está afiebrada y pretende levantarse a efectuar sus labores como todos los días, levanta parte de su cuerpo tratando de incorporarse, pero no es posible, su cuerpo regresa a su posición habitual, navegando en una vorágine continua generada por un fantasmal y descompuesto juego mecánico.

Vuelve a caer en un sopor incontrolable, desesperadamente se resiste al sueño y lentamente abre los ojos y por el filo de la cornisa de su ventana ve la rojiza cabellera hirsuta que avanza sobre ruedas hacia el salón de estar, sabe que debe enfrentarla así desvalida como está. Como puede se pone en pié y la tiene ahora frente a sí, con esos rasgos de amargura por la invalidez y al sentirse así enferma tal vez la hace mimetizarse con la vieja y enferma y Flor sólo acierta a esbozar una sonrisa.

Todo cambia, la vetusta mujer le devuelve la sonrisa y su cara se vuelve al unísono cien años más joven, Flor comprende entonces que puede llenar el nombre de Florence aunque su nombre sea aún más pequeño, puede ser como ella, bella como una flor floreciente, cubierta con el halo protector de una sonrisa que a la vez se vuelve espejo.

De ahora en adelante Flor cumplirá sus tareas y dará ramos de flores a su enferma y de vez en vez alguna luz de la palabra le dará, ahora sabe que lleva sobre sí el refulgente escudo brillante y poderoso de su magnífica sonrisa.


Yolanda de la Colina Flores

15 de septiembre del 2010
Safe Creative #1010237660464

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades por muchas historias de estas.

Anónimo dijo...

Me agrada mucho tu relato porque es un reflejo de las cotidianidades que a veces parecen insuperables. Quizá no tan tremendas como las de Flor. A veces suele ser como el trago amargo de una medicina que si no la tomas te debilitas. La evidencia está al final; a pesar de parecer derrotada, Flor, es más fuerte ya. Está curada de espanto.
Leerlo me hace recordar también situaciones aparentemente irremediables en un momento de angustia y que luego se solucionan actuando, siguiendo al frente, buscando la salida y a la postre utilizando la fuerza interior.
Gracias por escribir. Es esperanzador.

Patricia Lara Pachón dijo...

Magnifica historia, me dejaste con el corazón arrugado pensando pensamientos.
Muchas gracias por compartirla.
Un beso.