Con
aromas de vainilla,
vestida
con regias galas,
sus
sépalos engalanan,
a
esta tierna princesita.
Es
una epifita eterna,
perenne
en diversos lares,
en
páramos elevados,
o
en el nivel de los mares.
Algunos
le han dado fama,
de
parásita inconsciente,
la
botánica nos dice,
que
es un embuste inclemente.
Pues
no se alimenta nunca,
de
aquello que la sostiene,
son
soporte y escalera,
en
su búsqueda hacia el sol.
Ella
se posa en las copas,
de
los árboles frondosos,
se
pasea entre las rocas,
o
en paisajes subterráneos.
En
su cálido palacio,
el
trópico la recubre,
con
los tonos del topacio,
entre
organzas y perfumes.
Y
se entretiene jugando,
con
príncipes encantados,
que
alguien los ha transformado,
en
unos preciosos peces.
Ellos
viven fascinados,
en
un ambiente florido,
entre
lagos muy templados,
donde
todo es colorido.
Y
adoran a la princesa,
que
se escapa de la tierra,
como
esas almas puras,
que
se van por las alturas.
Algún
día un regio pez,
volverá
a ser un mancebo,
y
como un príncipe serio,
andará
con los dos pies.
Y
llevará a la princesa,
a
bailar sobre los lagos,
proporcionando
en reflejos,
sobre
el agua su presencia.
Por
que lo dicen los seres,
que
habitan entre los brotes,
los
peces como las flores,
se
entremezclan en colores.
Yolanda
de la Colina Flores
27
de mayo del 2012
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