Capítulo 3
Soñando entre
peces
Ondine se
quedó desfallecida en su mesa de trabajo, y empezó a soñar que surcaba los
océanos sobre un gran pez dorado, tenía un cierto parecido con Ángel, pero era
mucho más grande y majestuoso, despedía una luz especial y brillaba de tal forma
que parecía emanar luz de su interior, nadaba como si fuera en cámara lenta de
tal forma que Ondine no percibía las corrientes marinas, se desplazaba con gran
suavidad y ella sobre su lomo contemplaba todo a su alrededor. Se sentía, si
eso era posible, aún más segura que cuando Ángel le resguardaba, a su lado
revoloteaban un séquito de peces dorados y también junto a ella su pez guardián
le acompañaba.
Recorrieron
bellos parajes y lugares inusitados, parecía que ya los había visto antes, pero
ahora les observaba desde una perspectiva diferente y por ello resultaban aún
más hermosos que como ella los recordaba. En su viaje llevaba consigo una de
sus muñecas, cada día paseaba con una diferente, se había fabricado tantas, que
se podía dar el lujo de hacerlo. De pronto en un claro del mar iluminado por
los rayos solares vio una especie de proyección, como si estuviera viendo una
película y el agua del fondo del mar sirviera de pantalla. Ahí estaba reflejada
su familia y todo lo que ella amaba y recordaba, antes lo había dado todo por
sentado y aunque lo apreciaba, quizás no le había dado su justo valor, ahora
sentía nostalgia no tanto por todo lo que ahí poseía, sus sentimientos de
tristeza estaban enfocados a los momentos compartidos con sus seres queridos.
Añoraba los
consejos de sus padres y recordaba nítidamente cada instante que había vivido
con todos sus hermanos y aunque se sentía feliz y protegida en el lugar y con
quien se encontraba, no pudo dejar de sentir pesar y unas lágrimas rozaron sus
mejillas, las limpió con el dorso
de sus manos y de pronto sintió que un profundo sopor la invadía, por lo que se
recostó sobre el lomo del fabuloso pez hasta que se quedó profundamente
dormida.
Cuando despertó estaba nuevamente sobre su mesa de trabajo, no se
había movido de ahí ni un ápice, todo había sido un maravilloso sueño, pero las
imágenes que éste le había proporcionada le motivaban a no cejar en su empeño.
Con ahínco y paciencia empezó a elaborar unos zapatitos muy especiales con una
singular forma de pez, ambos poseían unos tacones que tenían un sistema de
propulsión a chorro, estaban rellenos de aire a presión y al dejarlo salir por
la tapita inferior de los tacones mediante un minúsculo ventilador ésta se
convertía en una válvula inferior que hacía que se desplazase con más
velocidad, estaba fascinada y pensó con alegría en probarlos al día
siguiente.
Yolanda de la Colina Flores
Otoño del 2013
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