Existen ciertas historias que a veces parecen de ficción, pero puedo asegurarles que ésta es totalmente verídica y a la vez totalmente fuera de la realidad cotidiana.
Imaginen una casa de una familia de clase media, donde moran un padre una madre y cuatro pequeños vástagos de esta pareja, la madre acostumbrada a realizar actividades fuera de su hogar, que alimentaban su espíritu y le dotaban de conocimientos para ser una mejor ama de casa, pero que al mismo tiempo irónicamente le mantenían fuera de ella, el padre proveedor incansable del sustento diario, ocupado en su profesión que le absorbía casi todo su tiempo.
Dicha situación planteaba a los padres tener una serie de ayudantes externos para que el hogar funcionase de una manera aconsejablemente normal.
Se contrató primero a la vieja Sebastiana que se encargaba de las labores de limpieza y la cocina, como ésta por su edad no podía controlar todos los demás aspectos de la morada, casi al unísono se contrató también a su hija Candelaria, quien además de encargarse de cuidar que la ropa salida de la lavadora fuese colgada en el tendedero, plancharla y guardarla en sus respectivos armarios, cuidaba a los cuatro traviesos chiquillos, una vez que habían regresado del colegio y terminado la tarea que era la hora en que su madre se iba a sus múltiples clases multidisciplinarias.
Los niños vivarachos e inteligentes, al principio no repararon mucho en la presencia de Candelaria quién no captó ni un ápice su atención, pero cuando esta empezó a gritarles y ordenarles cosas que ni siquiera sus padres exigían empezaron a verla como un ser raro e incomprensible.
El mayor de los cinco hermanos era un investigador nato y se entretenía armando y desarmando cuanto objeto mecánico o electrónico se atravesaba en su camino, comprendiendo y guardando en su memoria las complejas estructuras internas de dichos aparatos, leyendo libros de ingeniería y mecánica y temas referentes a inventos y descubrimientos científicos.
El segundo era un experto cazador de insectos y se divertía cazándolos, disecándolos y seleccionándolos, tenía una colección interminable de ellos, sobre mesas y restiradores del estudio, cada uno con su etiqueta indicando su nombre científico, su taxonomía y filogenia. Por demás está decir que le fascinaba la literatura referente a todo el atlas del reino animal y sus orígenes.
La tercera era una niña dedicada a crear cuentos e historias de hadas y elfos con caballeros rescatando damiselas de las garras de dragones, orcos, duendes o seres malvados o maléficos, se entretenía también elaborando las más complejas vestimentas con las cuales revestía a su séquito de muñecos ya fueran femeninos o masculinos, creaba pequeños escenarios donde se desarrollaban todas las escenas de sus cuentos más preciados, ella gustaba de toda la literatura que alimentaba su mundo de caballería y seres fantásticos de leyenda.
El cuarto de ellos era un ser dulce y caritativo, y aunque aún era muy pequeñito en sus precoces balbuceos soñaba con personajes interplanetarios, que viajaban a mundos lejanos donde existían entes extraterrestres con toques de humanidad. Era sumamente generoso y no dudaba en deshacerse de cualquiera de sus infantiles posesiones con tal de ver felices a los demás, se encontraba en la fase primaria del aprendizaje del control de sus esfínteres, por lo que lógicamente había que cambiarle de ropa en múltiples ocasiones del día. Aún no aprendía a leer por lo que sus preferencias de lectura que más tarde desarrolló las dejaremos para otra ocasión.
Candelaria, sumida en sus labores de los trapos y vestidos familiares, se sentía seriamente incomodada por la distracción que en sus labores representaba el tener que estar cambiando de ropajes al benjamín de la familia.
Su carácter agrio de por si, se fue avinagrando aún más, la lavadora le causaba fuertes dolores de cabeza con sus ciclos complicados de aprender por su diminuta cabeza, la plancha le hacía rabiar cuando se percataba que no podía controlar a su antojo sus diversas temperaturas, ella deseaba que ésta supiera, porque así lo quería ella, que era lo mismo planchar una seda que un algodón, eso sin contar los múltiples estragos que hacía al querer controlar las salidas de vapor y chorros de agua para borrar las arrugas.
También le molestaba tener que guardar la ropa en los armarios, no deseaba entender cuales ropajes correspondían a cada uno de los habitantes de esa casa, no entendía porque la señora y el señor, tenían asignadas perchas y cajones donde se guardaba cada prenda y menos aún que los chiquillos tuvieran cada uno un tipo diferente de ropa.
¿Por qué diablos no podía guardarlos donde le apeteciera y que sus dueños se encargaran de buscarlas cuando así lo requirieran? ¿por qué usaban diversos tipos de ropa según la estación? ¿porqué cambiaban de indumentaria cuando iban a talo cual lugar? ¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué?.
Todo el día se la pasaba quejándose de sus labores con su madre, tampoco le gustaba la forma tan rara que tenían de jugar los niños de la casa, ¿Porqué no saltaban la cuerda?, ¿o jugaban a las escondidas?, ¿o encantados?, ¿o a la casita?, ¿o al ta,te,ti?, ¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué?
Un día Candelaria se levanto con más mal talante que el de costumbre, se dispuso a meter una de las dos cargas de ropa que tenía que lavar, dentro de la lavadora, tan absorta estaba en rumiar sus quejas que no se percató que en lugar de emplear el detergente apropiado para tal menester, tomó del estante una botella de shampoo para el pelo.
Con rabia vació el contenido completo de la botella, porque a ella le parecía que la ropa estaba muy sucia, agregó el suavizante, cerró la puerta, seleccionó el programa para ropa “muy sucia” y pulsó el botón del “start”, tomó una novela de vaqueros y se dispuso a leerla.
Mientras observaba a los niños jugando en el patio, unos ruidos extraños la apartaron de la escena pasional del pasquín que leía, al voltear la cabeza vio que la lavadora se mecía en un bailoteo extraño echando espuma por todos lados, al mismo tiempo el pequeño de la casa llegó corriendo, gritándole “pipi, pipi, pipi”, Candelaria no le hizo el menor caso su preocupación era ahora detener el monstruo bailoteante que estaba a punto de explotar.
De inmediato la desconectó y después de un largo rato esperó para poder abrir la compuerta de acceso, como pudo y a toda prisa limpió todo el desaguisado y enjuagando la ropa a mano bajo un grifo y exprimiéndola se dedicó a tenderla sobre los lazos.
Para cuando reparó de nuevo en el chiquillo, éste sin remedio se había hecho pipi, esto la enfureció aún más y sin pensar en lo que decía, espetó al pequeñuelo, -la próxima vez que te atrevas a no esperar a que termine mis labores, te colgaré en los lazos de la ropa, para que así tu también te seques, ¡faltaba más niño cochino!
Después de cambiarle la ropa se aprestó a poner la segunda carga de ropa, ahora si se cercioró de que el detergente fuera el adecuado, pero no tomó en cuenta el programa a elegir, y sin pensar en ello metió todos los sweaters de lana en un ciclo de lavado con agua caliente y doble centrifugado.
Retomó su lectura, así se sucedió el tiempo hasta que la lavadora terminó el programa que se le había indicado. Convencida de que ahora sí había realizado bien su labor, abrió la puertecilla del aparato y cual va siendo su sorpresa al empezar a sacar de la misma más de una docena de minúsculas prendas, dignas vestimentas de punto para las muñecas de la niña.
Empezó por tirarse de los pelos y estaba a punto de echar espuma por la boca, cuando de nueva cuenta el pequeñín entró corriendo con la misma cantaleta, “pipi, pipi, pipi”, para sus adentros pensó, ¡diantre de chiquillo, se le tiene que antojar ahora, justo ahora!
Nuevamente le ignoró y buscaba sin remedio la manera más acertada de agrandar las prendas, tiró de ellas, las plancho con la máxima de temperatura y así jalando y planchando prendas.
Mientras tanto, sucedió lo que tenía que suceder, el niñito se acercó y tirándole de la falda le mostró lo que sin remedio había acontecido. Su locura ya era insana y sin pensarlo tomó al chicuelo y con una serie de pinzas lo colgó sin piedad en el tendedero.
Y ahí estaba el pequeño e inocente mozalbete, colgado de aquel lazo sin remedio, imaginando que unas criaturas de otra galaxia le habían secuestrado y sometido a tal situación.
Sus hermanos si se percataron de su ausencia y la búsqueda por los más recónditos lugares del hogar empezó, Candelaria seguía en sus inútiles intentos de salvar los trapos ahora ya por completo inservibles, ni siquiera las muñecas de la niña se hubieran prestado a ponérselas.
Después de un largo rato, sus hermanos le encontraron y todos se aprestaron de inmediato a la labor de rescate, tomaron sillas que les permitieran bajar a su hermanito sin dañarle y después de ello se sentaron a escuchar la historia de tal evento en los vocablos propios de su edad,
La vendeta estaba planteada y ellos se encargarían de vengarle, la observaron ensimismada en su inútil tarea y viendo que iba a oscurecer de inmediato vino una idea a sus cabecitas, miraron el foco del cuarto de planchado, y mirándose unos a otros con miradas cómplices sonrieron entre si.
El hermano mayor fue a buscar la caja de herramientas, mientras el segundo se fue a tocar el timbre de la puerta, a la niña le tocó el papel de emisaria, Candelaria sin remedio tuvo que abandonar sus infructuosos e inútiles intentos de componer su error en múltiples ocasiones, la escena se repetía una y otra vez, la niña avisando que tocaban la puerta, ella yendo a ver que había nadie y cuando estaba a punto de regresar otra vez el ding dong, que repiqueteaba.
Al mismo tiempo el hermano mayor hacia una serie de malabares en el interruptor de encendido de la luz de la habitación hasta donde hace unos momentos se encontraba Candelaria efectuando sus batalla, entre vapores del planchado y en lo que ahora era una madeja sin forma de trapos de punto echados a perder, una vez que estuvo todo listo, los timbrazos cesaron.
Ahora los cuatro chicuelos estaban mirando a través de la ventana a Candelaria al mismo tiempo que observaban los preliminares de la puesta del sol.
Cuando la luz menguó, Candelaria se acercó a lo que le habían deparado sus pequeños verdugos, esta sin escape alguno se dispuso a encender la luz y cual va siendo su sorpresa cuando de la bombilla empezaron a salir rayos relampagueantes, sintió un pequeño chicotazo que le recorrió todo el cuerpo, cesó en un instante y luego todo quedó en la penumbra.
Descompuesta y alisando sus ropas se retiró a su aposento, al mirarse al espejo, dejó escapar un agudo chillido, los niños mayores sonreían tapando sus bocas, el pequeñín tenía una sonrisa de oreja a oreja. Como Candelaria ya no quiso más salir de su cuarto, el más grande de los hermanos arregló sin problemas el desperfecto eléctrico.
Cuando sus padres llegaron, todo parecía estar en la mayor normalidad, los pequeños se encontraban jugando a sus usuales actividades, pero Candelaria y Sebastiana no aparecían por ningún lado.
Al preguntar por ellas, el mayor de los cuatro se disponía a dar las explicaciones pertinentes, pero el benjamín de la familia le interrumpió, y con una sonrisa que aún no se había podido quitar, en frases infantiles narró a sus padres, como unos seres de otra galaxia se habían apoderado de Candelaria, como ella le había colgado en el lazo de tendido de la ropa, y como al final los mismos seres, la habían liberado entre rayos y truenos dejando en “Cande” un hermoso peinado.
Los otros hermanos tradujeron a sus padres la verdad del relato de su hermano pequeño, éstos sin remedio tuvieron que despedirla y en su penosa salida su madre la acompañó por solidaridad.
Sebastiana como la vez anterior, fue la primera en salir y casi al unísono lo iba a hacer Candelaria si no fuera porque, las palabras que le dirigió el pequeño la dejaron por un momento paralizada, -bye, bye, inútil “Candelalia”- después salió para nunca más regresar.
Yolanda de la Colina Flores
4 de septiembre del 2011
1 comentario:
Hola querida manita. Tu relato ha sido conmovedor y a la vez divertidísimo, y ver ese trance a la distancia, un poco borroneado por los años, me causa ahora, sin enojo, una picaresca sonrisa. Gracias por traer esos momentos de solaces travesuras a nuestra memoria.
Te quiere, tu manito Kal´l
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