sábado, 27 de abril de 2013

ATTENTE D'AVRIL Capítulo 1 (Cuento de Primavera)





A Marité, la dama enamorada de las flores y del mes de abril.

Capítulo 1
Un marzo sin primavera

Le Fleur Rosalinde tenía un reloj instaurado en su interior, no precisaba de uno de pulsera, ni del hermoso y antiguo reloj que su abuela le había legado ni tampoco el hermoso cucú que con tanto celo le había traído de la Selva Negra su prima Edelweiss que residía en Hof Baviera.

Se despertaba cada mañana al mismo tiempo que aparecía el rayo de sol correspondiente a las siete de la mañana, cuando la primavera aparecía, ella empezaba a abrir sus pétalos poco a poco, tomaba su consabida ducha de rocío matinal y luego de elegir el mejor vestido y complementos que siempre iban a juego con su morfología salía a disfrutar del jardín y de la compañía de todas sus floridas compañeras.

Pero esta vez el despertar no era el del día a día, era un desperezarse de un período profundo al que se sometían todas las de su especie, un botánico estado de rigurosa hibernación que iniciaba con la emigración del estío y que siempre concluía ante el  inminente paso de la primavera.

Así que Rosalinde empezó a salir como de un profundo letargo y sus bostezos y estiramientos eran más lentos y prolongados que en las anteriores ocasiones, algo dentro como una interna vocecilla, la invitaba a seguir durmiendo. Con sus ojos aún cerrados imaginó el delicioso aluvión de frescura de gotas de rocío que en breves instantes tomaría, se veía lavando y guardando su pijamita de suave tersura y abrigadora sensación.

Se quitó su gorrito y sus pétalos se desparramaron en desorden iba acomodarlos cuando percibió de inmediato que algo raro pasaba, pues se le helaron sus pequeñas orejitas, de inmediato se lo colocó de nuevo y lentamente empezó a abrir los ojos, ¿se había equivocado su reloj biológico?, por su ventana no entraban los silentes rayos que siempre acompañaban su despertar, todo era penumbra y frío.

Intentó levantarse de prisa, pisando el suave suelo de caoba que siempre tocaban sus plantas sin cuidado y… ¡Oh!!!!!, ¡casi se le congelan los pies, estaba helado!  Se calzó sorprendida sus pequeñas pantuflas que solo utilizaba cuando se preparaba para entrar en su lecho, en su período de floral hibernación y se apeó de la cama.

Rápidamente revisó todos los relojes a su alcance, de cuerda o digitales, no se equivocaba, era la hora precisa de despertar de un 21 de marzo y sin embargo todo parecía señalar que el invierno aún no se había retirado.

Buscó en sus armarios, vestimentas que Edelweiss le había regalado y que jamás había tenido que usar. Contra todo propósito tomó una ducha de uso corriente de agua tibia  y entre las gotas que caían sobre su rostro percibió que algunas lágrimas se le escapaban por el rabillo de los ojos. Su corazón le indicaba que algo iba mal y aunque intentaba tomar las cosas lo  más naturalmente posible, ella sabía que no era así. Por lo tanto se vistió, con abrigo, bufanda, guantes, botas y gorrito y después de no sin ciertos problemas pudo abrir la puerta de su pequeñita casa, la entrada estaba invadida por una escarcha blanca y resbaladiza, y del dintel pendían un conjunto asimétrico de carámbanos, cerró cuidadosamente la puerta para que éstos no cayeran sobre ella, y se dispuso a caminar por el paraje que aparecía ante sus ojos.

 Nadie hubiera imaginado que se encontraba en medio de una especie de campiña francesa, cerca de Lyon y Provenza entre el Saona y el Ródano muy cerca de la colina de Four Vière a un lado de la hermosa Guillotièrre. A medida que iba avanzando le costaba cada vez más ubicar por donde paseaba no lograba precisar ni detectar la posición de los senderos y caminos, no podía visualizar a lo lejos, las casas de su compañeras todo estaba desolado. Caminó y caminó durante horas y por más que lo  hacía no avanzaba, parecía dar vueltas en círculo, todo estaba cubierto de nieve.  

Yolanda de la Colina Flores
Primavera del 2013


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