A Marité, la dama enamorada de las flores y del mes de abril.
Capítulo 1
Un marzo sin
primavera
Le Fleur
Rosalinde tenía un reloj instaurado en su
interior, no precisaba de uno de pulsera, ni del hermoso y antiguo reloj que su
abuela le había legado ni tampoco el hermoso cucú que con tanto celo le había
traído de la Selva Negra su prima Edelweiss
que residía en Hof Baviera.
Se despertaba
cada mañana al mismo tiempo que aparecía el rayo de sol correspondiente a las
siete de la mañana, cuando la primavera aparecía, ella empezaba a abrir sus
pétalos poco a poco, tomaba su consabida ducha de rocío matinal y luego de
elegir el mejor vestido y complementos que siempre iban a juego con su morfología
salía a disfrutar del jardín y de la compañía de todas sus floridas compañeras.
Pero esta vez
el despertar no era el del día a día, era un desperezarse de un período
profundo al que se sometían todas las de su especie, un botánico estado de
rigurosa hibernación que iniciaba con la emigración del estío y que siempre
concluía ante el inminente paso de
la primavera.
Así que Rosalinde empezó a salir como de un profundo letargo y sus bostezos y
estiramientos eran más lentos y prolongados que en las anteriores ocasiones,
algo dentro como una interna vocecilla, la invitaba a seguir durmiendo. Con sus
ojos aún cerrados imaginó el delicioso aluvión de frescura de gotas de rocío
que en breves instantes tomaría, se veía lavando y guardando su pijamita de
suave tersura y abrigadora sensación.
Se quitó su
gorrito y sus pétalos se desparramaron en desorden iba acomodarlos cuando
percibió de inmediato que algo raro pasaba, pues se le helaron sus pequeñas
orejitas, de inmediato se lo colocó de nuevo y lentamente empezó a abrir los
ojos, ¿se había equivocado su reloj biológico?, por su ventana no entraban los
silentes rayos que siempre acompañaban su despertar, todo era penumbra y frío.
Intentó
levantarse de prisa, pisando el suave suelo de caoba que siempre tocaban sus
plantas sin cuidado y… ¡Oh!!!!!, ¡casi se le congelan los pies, estaba
helado! Se calzó sorprendida sus
pequeñas pantuflas que solo utilizaba cuando se preparaba para entrar en su
lecho, en su período de floral hibernación y se apeó de la cama.
Rápidamente
revisó todos los relojes a su alcance, de cuerda o digitales, no se equivocaba,
era la hora precisa de despertar de un 21 de marzo y sin embargo todo parecía
señalar que el invierno aún no se había retirado.
Buscó en sus
armarios, vestimentas que Edelweiss le había
regalado y que jamás había tenido que usar. Contra todo propósito tomó una
ducha de uso corriente de agua tibia
y entre las gotas que caían sobre su rostro percibió que algunas
lágrimas se le escapaban por el rabillo de los ojos. Su corazón le indicaba que
algo iba mal y aunque intentaba tomar las cosas lo más naturalmente posible, ella sabía que no era así. Por lo
tanto se vistió, con abrigo, bufanda, guantes, botas y gorrito y después de no
sin ciertos problemas pudo abrir la puerta de su pequeñita casa, la entrada
estaba invadida por una escarcha blanca y resbaladiza, y del dintel pendían un
conjunto asimétrico de carámbanos, cerró cuidadosamente la puerta para que
éstos no cayeran sobre ella, y se dispuso a caminar por el paraje que aparecía
ante sus ojos.
Nadie hubiera imaginado que se
encontraba en medio de una especie de campiña francesa, cerca de Lyon y Provenza entre el Saona y el Ródano muy cerca de la
colina de Four Vière a un lado de la hermosa Guillotièrre. A medida que iba avanzando le costaba cada vez más ubicar por
donde paseaba no lograba precisar ni detectar la posición de los senderos y
caminos, no podía visualizar a lo lejos, las casas de su compañeras todo estaba
desolado. Caminó y caminó durante horas y por más que lo hacía no avanzaba, parecía dar vueltas
en círculo, todo estaba cubierto de nieve.
Yolanda de la Colina Flores
Primavera del 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario