Capítulo 2
La
instauración del falso invierno
Rosalinde se sentía desolada, no solamente todo a su alrededor estaba
cubierto de nieve, si no que además durante su largo caminar no se había topado
con nadie conocido, todo el jardín se encontraba aún en estado de hibernación y
mientras el tiempo no cambiara, parecía que todo permanecería así.
Pasaron las
horas y ella se encontraba agotada, en sus largas correrías por la campiña
jamás había caminado tanto de una sola vez, o tal vez sería que lo imaginaba y
lo que actualmente acontecía era que los caminos en esa soledad le parecían más
largos y difíciles de recorrer. El sol empezaba a declinar, en su afán de
encontrar algo que le explicara la situación o al menos encontrara una cara
conocida no había ingerido bocado y empezó a sentir que su cuerpo necesitaba
agua desesperadamente y emprendió el camino de regreso a casa, lo más
velozmente posible que sus fuerzas le permitieron.
A medida que
oscurecía y su radar biológico se acostumbraba a los nuevos parajes, ubicándose
en la mejor situación para encontrar su hogar, pequeños copos de nieve
empezaban a caer y según avanzaba en su trayecto, éstos también crecían en
tamaño y copiosidad, así que apresuró el paso lo más que pudo. Le costó entrar
en su casa, la entrada ya no tenía escarcha, una mullida alfombra de nieve
ahora la empezaba a cubrir.
¡Tenía que
hacer algo! Si la vencía el cansancio y se adentraba ahora en su casa para
descansar, muy pronto la entrada a ésta estaría totalmente cubierta de nieve y
ella quedaría ahí atrapada.
Rápidamente
fue a un costado del garaje donde tenía los aperos para cuidar el jardín y
tomando su mejor pala fue quitando la nieve y después subió al balcón y tendió en diagonal hasta el
suelo una especie de carpa con tela apara hacer paracaídas, la cual le había
sobrado la primavera pasada, cuando a ellas y a todas sus compañeras se les
había ocurrido la grandiosa idea de lanzarse desde el risco más alto de la
colina en graciosos y coloridos paracaídas. ¡Fue algo maravilloso y divertido!,
ese día hubo por aquellos lares una hermosa lluvia de flores adornada con los
colores festivos de los paracaídas, una ocasión que de seguro ninguno de los
habitantes de ese lugar olvidaría.
Rosalinde despidió por un momento sus recuerdos y terminó de elaborar su
carpa, sobre la cual ahora caerían y resbalarían los copos de nieve y con ello
dejaba así libre la puerta de entrada, se aprestó a adentrarse en su cálido
hogar, al hacerlo pensó que era una gran bendición que su prima Edelweiss le hubiese regalado aquel hermoso gorrito que contenía ahora sus
pétalos, porque durante las últimas horas éstos tendían a cerrarse.
Tomó una
pequeña jarrita de agua, con facilidad encendió la chimenea y cambió sus
ropajes, nuevamente se vistió con su indumentaria de noche invernal y
quitándose el frío del alma y el cuerpo, se arrellanó en su lecho, entrando en
un pausado y suave sueño. Cuando llegó a la fase rem en lo más profundo de su
sueño le pareció escuchar una risa, que más que sonora era estridente y esta
empezaba a colarse por todos los espacios del jardín. Veía vientos conocidos
que contra su voluntad, se agolpaban contra lo que se atravesase en su camino,
como si estuviesen iracundos o enfadados.
Lentamente
entre ventiscas y horrorosos resoplidos elaborados de cristales multiformes de
copos de nieve, le pareció percibir una figura, la cual iba adquiriendo poco a
poco la forma de un joven atlético y poderoso de gran estatura de blanca y
gélida piel, cubierto con una especie de túnica griega, en su mano derecha
portaba un poderoso y plateado cayado, sus largos cabellos estaban compuestos
por miles de estalactitas y cada paso que daba todo se iba transformando en
masas multiformes de nieve. De pronto la risa se hacía más franca y estridente
y Rosalinde pudo apreciar su perfecta y blanca
dentadura de hielo.
Yolanda de la Colina Flores
Primavera del 2013
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