Muchas veces me
agrada contemplar
los bienes que la
tierra nos prodiga,
a su altura, al ras
del suelo mismo
donde escucho su voz
y sus latidos.
Y esa madre me acoge
bendecida
transformando mi ser
sin darme cuenta,
mis cabellos se han
convertido en ríos
y mi cuerpo se torna
en un camino.
Y me encuentro en un
mundo diminuto
gigantesco y
majestuoso al mismo tiempo,
el perfume de la
hierba me enaltece
y los tallos mi alma
reverdecen.
Una flor se convierte
en un adorno
que engalana mi testa
y melena,
y fundida entre las
plantas y guijarros
sé muy bien que soy
parte de la tierra.
Yolanda de la Colina
Flores
17 de julio del 2013
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