Dentro de una obscura cueva
me desperté un veintiséis,
con un vestido de pena
y una afrenta en decupléis.
En un lamento sin brida
sin poderme sosegar,
con una prenda laida
y un lugar sin desbardar.
Me cubrieron los sollozos
y no acertaba a inhalar,
enredada y sin desbrozos
y sin poder tramontar.
De pronto de las tinieblas,
vi que brilló una luz
disipando las anieblas,
e irguiéndome la testuz.
Esa luz es tu palabra
misma que me diste Tú
que poco a poco relabra
y que a un foso da trasluz.
Palabra de regocijo
de eterna resurrección,
difuntos en el cobijo
de regresar como un don.
Y me vestí de novicia
con fresco ramo de azahar,
recibiendo tu primicia
en la cual podemos fiar.
Yolanda de la Colina Flores
29 de julio del 2016