Era
una viajera nata,
de
raras fruslerías,
viajaba
por un goce
de
estética emoción.
Empezó a viajar a gatas
y
después lo hizo en pié,
luego
en un monopatín
y
en triciclo le fue bien.
Montó en varias bicicletas
y
en muchas marcas de coche,
viajaba
en bus día y noche
y
así mismo en motonetas.
Viajó montada a caballo
en
burro, elefante y camello,
lo
logró en un avestruz
aunque
perdió la testuz.
Quiso
conocer los mares,
los
ríos lagos o lagunas
y
así viajaba en veleros
o
en cualquier barca o canoa.
Disfrutó viajes en yates
en
aquamotos y lanchas,
probó
a hacerlo en chalupas
y
también en trajineras.
En tren fue una maravilla
y
así conoció varias tierras,
contemplando
las estrellas
decidió
viajar entre ellas.
Se
aventuró en parapente,
lo
intentó en paracaídas,
más
el viaje resultaba
que
iba siempre de bajada.
Y así viajó en aeroplanos
helicópteros
y aviones,
en
globos o zeppelines,
avionetas
e hidroplanos.
Más
los viajes resultaban,
muy
bajitos para ella,
quería
alcanzar las alturas
y
jugar con las estrellas.
Se lanzó con un cohete,
vio
más cerca las estrellas,
más
estando encapsulada
no
podía jugar con ellas.
La viajera triste estaba
pues
lo había probado todo,
y
por más que lo intentaba
las
estrellas no alcanzaba.
El cielo la contemplaba
y
sus viajes le encantaban,
en
sus largas correrías
por
siempre le acompañaba.
Por ello mandó una nube
para
que ahí se montara,
ella
le instaló un columpio
y
al fin los cielos surcaba.
Y ahí va viaja que viaja
recorriendo
el universo,
columpiándose
en su nube
lo
contempla embelesada.
En un eterno periplo
viaja
por tardes y noches,
recorriendo
inmensidades
hasta
el albor de otro día.
Y así suceden sus días
entre
nubes por el día,
por
las noches con la luna
juega
al fin con las estrellas.
Yolanda de la Colina Flores
24
de marzo del 2013