La nena no le creía
cuando le dijo al oído,
que
era tan solo un gorrión
que
la veía día tras día.
Que su tiempo preferido
era
por cierto el estío,
cuando
caían las hojas
y
volando iban al río.
Cuando
su piel amarilla
perdía
el verde que portaban
y
sus tonos ambarinos
en
bermellón transformaban.
También
dudó cuando dijo
que
él por siempre la amaba,
pues
veía que todo el tiempo
él
con las hojas jugaba.
El
gorrión se transformó
y
en niño se convirtió,
quiso
mostrarle su amor
y
a su árbol la invitó.
Ahí
montó dos columpios
y
en ellos se columpiaban
y
mientras más se elevaban
las
hojas mejor danzaban.
Con
el vaivén de las hojas
de
a poco la enamoraba
y
ahí fue la más dichosa
con
lo que él le prodigaba.
Yolanda
de la Colina Flores
16
de abril del 2013
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