Había
un mundo en penumbra,
falto
de astros o cometas,
con
flora fosforescente
que
se nutría de la tierra.
Un día llegó a ese mundo
un
niño que refulgía,
con
la piel hecha de arena
del
polvo de las estrellas.
Aterrizó cual meteoro
y
toda la flora entera,
construyó
una madriguera
para
que el niño creciera.
En sus tiernos balbuceos
no
emitía simples vocablos,
el
se expresaba con notas
y
musicales sonidos.
Cuando su nombre eligieron
para
poderle nombrar,
nadie
intentó cuestionar
porqué
le llamaban Solfeo.
Y construía sinfonías
musicalizando
todo,
y
el mundo ahora danzaba
a
su ritmo y a su entorno.
Era un creador consumado,
un
luthier de nacimiento,
acariciando
maderas
para
extraer sus sonidos.
Un buen día descubrió
que
el aire podía atrapar,
la
aerofonía captó
y
sus preciosos silbidos.
Elaboró un instrumento
que
parecía una tuba,
corno,
flauta o clarinete
o
un saxo resplandeciente.
Le nació una sinfonía
y
al cielo se la brindó,
y
entrelazado en las notas
el
sol ahí apareció.
Y se acabaron las brumas,
la
oscuridad se ahuyentó,
también
vinieron estrellas
y
la luna ahí anidó.
Y es curioso que este niño
con
el nombre de Solfeo,
con
sus notas y sonidos
nos
entregó al sol más bello.
Yolanda de la Colina Flores
3
de marzo del 2013
1 comentario:
Hermoso, realmente bella poesía.El estudio del solfeo ciertamente no resulta demasiado atractivo, e incluso tedioso.Pero de hecho,esa es la forma al menos hasta ahora, conocida de comunicación y lenguaje universal de la música.
P.D. Muchas veces me he preguntado; ¿porque no...SOL LINDO???
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