Esta
pequeña princesa,
cómo
muchas otras más,
fue
encantada así no más,
por
una bruja perversa.
Y
la volvió cervatillo,
porque
el conjuro olvidó,
la
envidia su seso sorbió,
y
solita se hizo un lío.
Ella
quería transformarla,
en
un pequeñito grillo,
para
poderla pisar,
como
si fuera colilla.
Si
era grillo ella pensó:
La
podré despanzurrar,
con
la punta del tacón,
la
volveré una papilla.
Pero
como padecía de tos,
la
voz se le atragantó,
un
estornudo le dio
y
la volvió cervatillo.
Sus
amigas le advirtieron,
no
la podrás encantar,
la
envidia te va atrapar
y
eso no es un buen agüero.
Así
que en vez de lograr,
su
tan soñado exterminio,
le
dio un premio sin igual,
a
la niña cervatillo.
Ahora
camina en los bosques
y
va por bellos parajes,
donde
solo van los ciervos,
impulsados
por el cierzo.
A
la bruja en su castillo,
la
envidia la carcomía,
y
lloraba como un crío,
pues
quería ser cervatillo.
Más
todo se le torció,
la
cizaña la envolvió,
el
conjuro le falló,
y
en grillo se convirtió.
Un
Orco la acompañaba,
más
de pronto no la vio,
él
trataba de encontrarla
y
sin querer la pisó.
Así
está ahora la bruja,
por
el suelo embadurnada,
se
encuentra despaturrada,
y
con la lengua de fuera.
Y
aquí calza bien el dicho,
para
el que quiera entender,
que
para otros no quieras,
lo
que no te cuadra a ti.
Yolanda
de la Colina Flores
6
de junio del 2012
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