Pasé largas horas llorando,
algunos dijeron que un siglo,
no se como se enteraron,
pues lo hice con mucho sigilo.
Los periodos lacrimosos,
se volvieron nocturnales,
para no crear enojos,
ni pasar a los anales.
Una noche me di cuenta,
que tenía una compañera
y en la lluvia de mis lloros,
me apoyaba lisonjera.
Busqué a mi camarada,
de lacrimosas batallas,
dentro de mis aposentos,
jamás me salió al encuentro.
Acerté a buscarla fuera,
sin dejar de lagrimear,
más por mucho que quisiera
no la podía encontrar.
Entonces alcé los ojos
y la atisbé entre sollozos:
bella luna plañidera,
la más hermosa colega.
Me conmovió su plañir,
su recíproco gemir
y me olvidé de seguir
y al fin pude sonreír.
Pare por fin de llorar
y dejé de gimotear
ahora en lugar de hipar,
su llanto he de colectar.
Yolanda de la Colina Flores
8 de febrero del 2016
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