Cubrieron un bello lecho
con un césped bien segado,
de flores fraguaron techo
después de haberlo brezado.
El hecho me era lejano
por no haberlo presenciado,
más no me era nada arcano
tras haberlo eviscerado.
Me cubrió el rostro de pleno
de un golpe cortó mi aliento,
mi intelecto puso freno
y el momento se hizo cruento.
Por un momento fui ciega,
obturada y sin sosiego,
cuando la razón se niega
y torna todo un trasiego.
De pronto el cetrino prado,
se fue convirtiendo en velo
y la trama de aquel hado,
se volvió toca y consuelo.
Y entendí que es el reposo
el recuerdo y la añoranza,
no un túmulo, sino balsa,
un trocito de templanza.
Una roca que tocar,
un nombre que susurrar,
ilusión de acariciar,
lo aquí no está ya más.
Yolanda de la Colina Flores
26 de julio del 2016