Le dijeron que era fea,
indiscutiblemente fea, fea,
más fea que mala hambruna,
más feíta que ninguna.
Repugnante y repelente,
cual si no tuviese un diente,
despreciable cual viruela,
como hórrida chimuela.
Una méndiga jodida,
contrahecha y raída,
fea con f de fundida,
abstraída y sufrida.
Que no valía ni un bledo,
que le daba un susto al miedo,
un sinónimo de horror
que inspiraba desamor.
Como una gallina clueca,
se instaló en la biblioteca
y entre tomo y mamotreto
se ha encontrado un refranero.
Y le provoca alegría
lo que lee en la librería:
“Que a la carita más fea,
la alegría la hermosea”.
“Que la fea cuando es graciosa
más preciosa es que la hermosa”,
“Que no existe más fealdad
cuando fea es la moral”
“Que debajo de una manta
una fea nunca espanta”,
“Que sólo se llama hermosa
quien belleza en otros posa”.
Estas frases tan jocosas,
a ella le cuadran gozosas
y si ella se siente hermosa
la plebe suena muermosa.
Si ella sabe que es preciosa,
la otra gente es envidiosa,
por lo tanto son ripiosos
y por ende mentirosos.
Yolanda de la Colina Flores
11 de mayo del 2016
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