domingo, 11 de julio de 2010
EL CIRCO NAVIDEÑO
¿Alguien de ustedes ha visitado un circo en Navidad?, esa avalancha de seres superdotados en diversos artes o artificios parecen ser de temporada, como cuando son vacaciones y ya no encontramos lugares a donde llevar a los nenes a que se entretengan, cuando aparca una feria en algún pueblo en el cual los festejos del santo Patrono rompen con la vida taciturna gris y cotidiana.
Los hay que vienen de otras latitudes y entonces los protagonistas cambian un poco y no vemos los típicos trapecistas, equilibristas, domadores y payasos entre muchos otros. Ahora aparecen ante nuestra asombrada mirada un grupo que parece de quintillizos de Pekín haciendo artes cual clones en movimiento con palillos y frágiles platos de porcelana, o danzarines leones de lentejuelas y áureos flecos que realizan contorsiones inimaginables.
También puede presentarse ante nuestras mandíbulas imposibles de cerrar vestuarios de diseño etéreo y majestuoso ante escenografías estrambóticas de coloridos claramente artificiales, donde los personajes de figura atlética y gimnástica hacen todo una coreografía en tierra y aire, a veces angelical, otras fantasmagórica y las mas de saltimbanquis, arlequines y pierrots de mágicos colores, todos al mando del Rey Sol ése gran Soleil.
Así de igual forman veremos cosacos en rústicas danzas y sus pantalones y camisas bombachas integrarse al movimiento de sus malabares y actuaciones de sincronía sin par y en saltos dobles y triples surcar por los aires para posarse nuevamente sobre los fuertes hombros o torsos de sus compañeros, formando pirámides y figuras de equilibrio humano cual simpáticas animadoras de juegos de equipos universitarios, con vítores de voces masculinas de un ronco singular, trasmitiendo y transpirando su alegría que en extraña osmosis se nos cuela por los poros llevándonos a unirnos al ritmo sincopado de sus gritos en palmas que finalmente se transformen en uniforme ovación.
Pero hay otro circo que ya no nos sorprende, que acostumbrados a sus colores y ajetreos lo vamos percibiendo en su montaje que va apareciendo cual tinglado en cámara lenta por diversas latitudes cuando van terminando las festividades estivales.
Un circo de mescolanza de creencias donde lo religioso y lo publicitario se enredan en una danza donde cada uno sigue una música que el otro no parece escuchar y sin embargo bailan. Donde lo considerado cristiano se mezcla con lo pagano, y lo tradicional y nacional se vuelve un cuadro surrealista de nacimientos franciscanos con abetos normandos adornados con un San Nicolás transfigurado en un anciano bonachón vestido de escarlata.
Donde los villancicos y pastorelas se entremezclan con las notas, bemoles y corcheas de un Silent Night o el eco lejano de I’m dreaming of a white Christmas, just like ….
Una época que algunos encanta y enaltece que reúne en franca unión familiar, donde con cariños abrazos besos y a veces presentes se agradece a un Dios en el que creen la venida de un Mesías y se convierte en circo para otros que no soportan ésta escenas que les parecen ridículas e incluso artificiales, manejadas por una mano artificial con un poder superior al de un Dios, esa mano poderosa de la mercadotecnia.
Hay otros que representan también un circo para esos mismos ojos, un circo de gente que sin ninguna creencia se reúnen para pasar un rato alegre y darse de una forma u otra algunas expresiones de amor y de afecto.
Éstos no saben que también representan un circo para los anteriores, un circo de entes para ellos sin sentimientos, de codos, marros o egoístas, un circo de falsos ateos, que se escudan en esa posición para no dar nada a nadie, un circo de gente que no respeta los que cada quien quiera creer o sentir, algunos les llaman grinch, otros simplemente amargados.
En una ciudad como tantas otras, con todos estos circos viviendo y conviviendo en aparente armonía, un día llegó un Circo, uno que no había parado jamás por ese lugar o al menos todos comentaban, desde los que ya solo peinaban canas hasta los nenes, que en ninguna otra ocasión le habían visto ni de lejos.
Así un atardecer vieron avanzar una caravana de vehículos de extraña apariencia, todos iluminados de forma inexplicable ya que no se veían lucecitas ni focos y sin embargo brillaban y vaya que resplandecían. Su fulgor no era homogéneo, variaba de un vagón a otro; uno tenía destellos platinados, otro rojos bermellones, en aquel otro parecía que acrisolaban oro, uno más atrás despedía tonos azulados, alguno parecía contener un cargamento de esmeraldas y al final, el más pequeñito brillaba en tiernos y tenues colores violáceos.
Los vehículos estaban adornados en complicadas filigranas un tanto románticas y barrocas, cada uno al igual que su fulgor era totalmente diferente al otro, ni su estructura, ni las ruedas que les desplazaban tenían algo que les diera alguna homogeneidad, excepto que todos llevan ruedas y estas se movían con paso mesurado en la misma dirección.
La gente del lugar sabía que estos singulares carros pertenecían a un circo porque en su costados llevaban escritas las palabras Circo Navideño, por supuesto cada uno de ellos las tenía inscritas en forma singular e irrepetible.
Cada vagón, o regio carromato, parecía emitir desde sus adentros una bella melodía, cada una en un diferente instrumento, ninguno tocaba tampoco la misma tonada, pero todos al emitir sus notas creaban al unísono una singular y bella composición musical. Ese bello sonido parecía tener el mismo efecto que tal vez ejerció en ese famoso cuento el flautista de Hamelín.
Todos los habitantes parecía hipnotizados por el fulgor de la singular caravana y las notas musicales que ésta dejaba a su paso, sin querer o en simulacro de caminata sonámbula lo iban persiguiendo a su paso en extraña procesión.
El singular desfile de carros y seguidores finalmente llegó hasta la planicie de una hermosa colina cubierta de un césped verde y mullido , los vehículos hicieron un semicírculo el los límites al fondo de la planicie, sus espectadores estaban impacientes, durante un largo rato del cual no pudieron determinar los minutos, pero que les pareció eterno, ninguna puerta o ventana se abrió. Sin embargo ninguno de los ahí presentes podía despegar sus pies del lugar donde se encontraba.
De pronto, la música cesó, todos hicieron un gran silencio, y allá a lo lejos desde el más pequeñito de los vehículos se escucho un pequeño ¡clic!, pero no acertaban a ver nada; percibieron un aroma de alelí y sándalo y ante sus ojos fue apareciendo un singular y pequeña criatura femenina, vestía un atavío cuya procedencia no acertaron a dilucidar parecía envuelta entre gasas y organzas de tonos lilas y violáceos, su andar era pausado y grácil y un velo tenue cubría parte de su rostro, miles de cuentitas y moneditas pendían de su vestimenta y al andar emitían dulces sonidos similares a los de pequeños cascabeles, aunque a su paso el césped se movía no parecía tocar el piso, más bien les dio la impresión de que flotaba sobre él en sus manitas y pies llevaba joyas finas y delicadas y sus pequeños pies calzaban unas sandalias de tejido dorado sumamente elaborado en cuyos costados se apreciaban dos pequeñas alas, en su mano derecha llevaba una bandera de color un color oro resplandeciente y esta aunque era muy grande, superaba a su portadora en por lo menos cuatro veces su tamaño, no parecía pesarle en absoluto, al llegar al centro de la meseta con el viento el velo que cubría su cabello dejó entre ver una hermosa y larga melena negra como el azabache de lindos rizos, y los que más cerca de ella se encontraban pudieron ver el brillo risueño de sus grandes ojos color violeta.
En un abrir y cerrar de ojos hizo a un lado el manto que le cubría las espaldas y emergieron ante los ojos incrédulos de los espectadores dos majestuosas alas, similares en forma y colorido a las de las mariposas. Se elevó y con golpe certero clavó sin titubeos la bandera la cual en mágico vaivén de un viento acompasado permitieron ver en su esplendor la tela que el mástil sostenía, unas letras que parecían foquitos navideños dorados que dejaban leer claramente la siguiente leyenda: Hoy, gran y única función a las 00.00 hrs, entrada gratis. Se escuchó un gran vitoreo y luego un dejo lastimero cuando emergieron al final en el margen inferior derecho unas letras de un intenso violeta, Nos Reservamos el Derecho de Admisión.
El pequeño ser se elevó aún más y con su nívea mano se despidió de los ahí presentes y en mágico vuelo desapareció tras el vehículo del cual había salido.
Todos los ahí reunidos empezaron a murmurar un sin fin de conversaciones, entre algunas se alcanzaba a escuchar, ¿porqué la entrada es gratis?, ¿porqué no todos podemos entrar?, ¿porqué vestía finas gasas en este tiempo invernal y no denotaba tener frío?, ¿porqué era tan pequeñita?, ¿qué clase de ser era?, ¿cómo podía haberse elevado si no alcanzaban a ver ni un cable que la hubiese elevado?, seguro ahí estaba, pero como era tan pequeña no necesitaba ser muy fuerte y seguro podría de ser de algún tipo de cáñamo que ellos no alcanzaban a percibir, además ya estaba oscureciendo y eso no les permitía ver.
Todos enfilaron sus pasos a sus respectivos hogares y todos para sus adentros, aunque temían no ser escogidos para entrar querían hacerlo, también todos pensaban en que hacer para conseguir tal privilegio y elucubraban en sus mentes, que vestir, como arreglarse, como comportarse al llegar, en fin, miles y miles de ideas se entrecruzaban en el mar invisible de los pensamientos.
Sólo un pequeño chiquitín huérfano y solo, que hacía algunos meses se había escapado de nuevo de otro hospicio, tenía carrera larga en este haber, se sentó en el césped a observar los vehículos y la bandera del enigmático Circo, en sus cinco añitos de vida había visto algunos Circos y siempre sin excepción estos se aprestaban a montar grandes carpas de varias pistas, a sacar a descansar toda la fauna que para el evento utilizaban, los integrantes se ponía a practicar sus artes y empezaban a acicalarse y vestirse para la función.
El pequeño chiquitín que ya no recordaba su nombre, ya que respondía a un alud de motes que la gente le imponía, estaba convencido de que este era el único momento en que podría ver algo del Circo, primero porque nunca tenía dinero para pagar y segundo porque aunque había escuchado que la entrada sería gratis, seguro debido a sus harapos no le permitirían entrar.
Hacía un clásico frío invernal y el gélido aire se filtraba por todos los agujeros de su vestimenta y calzado, sus manitas rojas y con la piel reseca y fría las metió en sus bolsillos para ver si de alguna forma podía mitigar el dolor que le producía el roce de las manifestaciones que el invierno solía repetir en forma inclemente cada año.
Todo esto lo olvidó y pareció verse envuelto en una masa de aire tibio y relajante al momento que ante sus ojos se desplegaba el más bello espectáculo que hasta ahora hubiese visto.
Seres de un aspecto nunca antes vistos por él empezaron a salir de los vehículos y no parecía que tuviesen necesidad de acicalarse pues todos vestían en forma majestuosa dignos de cualquier corte, iban acompañados por otros seres al parecer animales, pero sus disfraces debían ser muy bien hechos porque se veían naturales y sin embargo, no le recordaban ni los perros, ni gatos, burros, mulas, cabritos, ovejas, caballos, aves ni ningún animal que el había encontrado en su camino.
Observó como con sumo cuidado un par de seres masculinos alados uno con piel clara cual marfil y el otro con tez de ébano bajaban del vehículo plateado una docena de especie de caballos también con alas, estas no se parecían ni remotamente a las alas del pequeño personaje que anteriormente sobre volara el lugar, estás alas parecían pertenecer a las que el había visto que poseían las águilas con la salvedad del color, que en este caso parecían un tanto metálicas y cuando los últimos rayos del sol caían sobre ellas a veces le enceguecían.
Los vio montar un par de los maravillosos pegasos y junto con los otros iniciar un espectáculo de maniobras y cabriolas donde estos seres pasaban de uno a otro animal en vuelos rampantes creando un espectáculo de figuras dignas de un artífice orfebre. Estaba embelesado contemplando tan sin igual espectáculo, cuando por el rabillo del ojo alcanzó a percibir que otro ser bajaba del carromato rojo, era una linda jovencita con cabellos de fuego, eran largos y ensortijados, pero el pequeñín, no acertaba a definir que tan largos eran debido a que en extraño peinados se mantenía fijos en una posición que le daban a faz de la chica un marco con aspecto de unos rayos sol o una gran melena de león. De su mano llevaba a un nene casi de la misma edad que él, pero sus cabellos eran también rojos y ensortijados aunque su tonalidad era mucho mas suave y sus rizos apenas enmarcaban su pequeña cabecita.
Ambos seres tenían vestimentas del color de los rubís, elegantemente engalanados con joyas e hilos de oro, sus ropajes rememoraban la usanza griega y de su espalda pendían un arco y un pequeño recipiente en forma de cono con un incontable número de finas flechas, al pequeño no le recordaban nada ni su indumentaria, ni accesorios ni arreglo, solo sabía que nunca había visto algo ni remotamente semejante, tras ellos venía una comitiva que el pequeño asoció a los faisanes a pavos reales, pero éstos eran rojos como la grana y parte de su plumaje le recordaba sin duda alguna al fuego y al oro.
Los vio montarse sobre una de las extrañas aves, la más grande y empezar a formar con sus flechas numerosas figuras geométricas por entre las cuales el resto de la parvada pasaba haciendo un sin fin de malabares, cuando todos éstos seres volaban y sobre volaban iban dejando a su paso un caudal de polvo luminoso como una lluvia de minúsculas estrellas, las cuales al caer sobre el césped dejaban un brillo crepuscular. Las aves emitían una melodía que al chiquitín le producía una enorme alegría.
Ya no sabía donde mirar y por si fuera poco lo que aparecía ante sus ojos un ligero resplandor verde acaparó su atención y del carro de ese color emergió una extraña criatura, y aquí si tuvo de restregarse los párpados, ¿era su imaginación o ese ser tenía la piel verde y de su cabeza salían ramas? A medida que se acercó vio que sus ojitos no le engañaban, el personaje en cuestión era una especie de árbol ambulante sus pies parecían hechos de una buena mezcla de raíces y lodo y semejaban dos zapatos muy bien elaborados, su piel era verde pero de textura rugosa como la corteza de los árboles, sus ojillos eran pequeños y rasgados su andar grácil y ligero y su testa estaba coronada por unas ensortijadas ramas de las cuales emergían extrañamente hojas de muchos tamaños y formas diversas, aunque sus tonalidades eran diferentes todas se encontraban en una gama de verdes desde el más pálido hasta el más oscuro, el pequeño pensó para sus adentros, ¡wow!, creo que ya he visto todos los colores verdes del mundo.
Pero si esto le había dejado perplejo, había algo que hacía que su corazoncito latiese aún más fuerte, tum, tum, tum, tum, alcanza a percibir con la excitación que le producía el querer saber que animal acompañaría a este personaje en su actuación y cómo sería ésta por más que se rascaba la cabeza no acertaba siquiera a imaginar, su excitación crecía ya que el hombrecito verde tiraba y tiraba de una cuerda y nada emergía del regio carruaje, el chicuelo ahora estaba al borde de la piedra en la que se había sentado a disfrutar el espectáculo, pasaban los segundos, los minutos, y nada …., no aparecía nada…
De pronto una pequeña luz verde apareció y otra, y otra, y así en un desfile que parecía interminable iban apareciendo cientos de pequeñas lucecitas, el pequeño se incorporó y casi grita; ¡son insectos!, cómo una especie de luciérnagas… pero por su forma, parecen joyas preciosas, todo quedó en su pensamiento con la pregunta expectante de que acto habrían de montar tan extrañas criaturas.
El anhelado espectáculo empezó y pudo observar cómo el ser arbóreo tomo de uno de sus costados una especie de flauta y empezó a entonar una alegre melodía los insectos brillantes empezaron a zumbar y moverse en ritmo acompasado empezaron a realizar formaciones geométricas perfectas y cuando las realizaban parecían asemejar copos de nieve bajo una lupa cuya filigrana estaba hecha de esmeraldas.
Todas ibas volando y formando un desfile hacia la cabeza de su atrayente flautista y al llegar se iban posicionando entre las miles de ramas de su cabeza, adorándolas el empezó a danzar y los insectitos le seguían el paso al tiempo que le formaban una regia capa y bellas calzas, la capa fue creciendo hasta que todos se elevaron en una extraña danza en la cual las pequeñas y raras luciérnagas parecían formar ahora redes de constelaciones.
El extraño ser era alzado en vuelo por la capa y los insectos le hacían dar giros y posiciones inusitados a la vez que parecían irse perdiendo hacia el infinito.
Un resplandor dorado ahora atrapaba su atención, corrió para estar más cerca de el carruaje de ese color y parándose por sobre los deditos que asomaban por sus zapatos alcanzando con ello más altura empezó a ver que una figura grácil menuda y delgada iba saliendo del vehículo haciendo movimientos con sus manos, de tal forma que estas parecían cabezas de cisnes, su cabeza ataviada con una tiara hacia extraños movimientos parecía moverse en forma zigzagueante en forma a veces rápida y a otras lenta al mismo tiempo que aparecían sus piernas de piel tersa descalzas y adornadas con pulseras y anillos de fina ornamentación, se movían en exóticos movimientos, pero al pequeño lo que más le atraía era el tono azul celeste de su fina piel, los ojos también le tenía embelesado y aunque eran un poco rasgados le dejaban ver el tono de unos bellos ojos color azul profundo y oscuro. El traje le cubría poco a la frágil figura sin embargo sólo le había mostrado su parte frontal y por ello no se percató que atrás tenían agazapados dos pares más de brazos que en silenciosa danza fueron apareciendo de a poco como actores de una bella actuación.
La misma cuestión de antes vino a su cerebro, ¿qué seres acompañarían a este ser en su actuación?, de pronto esta pregunta vino a un segundo plano porque uno de los brazos de la extraña criatura fue hasta su cabeza y desatando un cordel soltó una larga, lacia y densa cabellera color azul oscuro y brillante ella entonces empezó a dar vueltas y partes de su cabello le acompañaban en su danza, tres de su brazos invitaban en suaves movimientos a que algo o alguien saliera del carro y con guiños y mohines de besos hacia un pequeño murmullo, como un dulce y tierno silbido. Unos seres que ya le parecía haber visto antes aunque estos eran color plata con destellos azules fueron saliendo, eran siete y el niñito no alcanzaba a comprender como es que éstos fuera del agua, podían danzar como si estuvieran en ella ¿o acaso los delfines no pertenecían sólo al mar?, ante todo lo que ya había visto con anterioridad la pregunta le pareció fuera de lugar, y se arrellanó sobre el césped a disfrutar cómodamente el espectáculo.
Ahora la chica y los delfines terrestres y aéreos creaban una melodía ella con silbidos, ellos con sus sonidos típicos, hacían cabriolas y volteretas como en los espectáculos que ya había visto, sólo que aquí estos extraños danzantes no desaparecían bajo ninguna superficie acuática. Los delfines metálicos se entremezclaban en los hermosos cabellos del la chica y pasaban por entre sus piernas y brazos, la cargaban, la elevaban y la lanzaban por lo alto y ella descendía danzando en extraños movimientos siempre simétricos, el cielo con sus miles de estrella parecía el perfecto escenario para este espectáculo y de pronto fueron apareciendo hermosas nubes blancas, donde al final fueron desapareciendo de poco, uno a uno los delfines y la chica en alegre carcajada.
El niño aún estaba sonriendo y otro fuerte resplandor lo encegueció por un momento, cuando al fin se atrevió a abrir sus ojitos vio ante ellos una hermosa mujer de piel tostada con un vestido dorado cual ser de la realeza, su piel contrastaba poderosamente con sus rubios y finos cabellos, sus ojos color ámbar parecían sonreírle y al pasar dejaba un aroma exótico, que el chico alguna vez ya había percibido… ¡sí, eso era¡, el delicioso y aromático café, ¿sería eso lo que le daba esa tonalidad a su piel?, pensó rascándose una vez más la cabeza.
Este maravilloso ser traía un largo manto dorado, lo agitó lentamente y con movimientos majestuosos al tiempo que abría sus brazos y se elevaba al cielo que ahora misteriosamente estaba plagado de nubes y éstas tenían ahora tonos dorados y torna solados, ella entre una especie de murmullos entonaba una sensual melodía, de pronto de algún lugar empezó a escuchar una especie de rugido suave y profundo, de entre las nubes fue apareciendo como a través de una tenue niebla un majestuoso felino de regia melena, de no ser por el dorado de su pelaje bien podría ser un excelente ejemplar del Serengueti.
Los dos seres entre murmullos, ronroneos, rugidos y gruñidos crearon una sensual melodía al tiempo que el majestuoso felino hacía todas las artes que su bella acompañante le indicaba, creaban con las nubes especies de riscos y hondos desfiladeros por los que el felino rampante se deslizaba cual ráfaga trepidante. Ella luego jugaba con él como una niña con su gatito y este adquiría entonces poses tiernas dejándose hacer arrumacos y mimos por la bella domadora. De pronto se enlazaron en una especie de baile de giros en torbellino por entre las nubes hasta que éstas desaparecieron llevándose a ambos.
El chiquitín se levantó y emprendía la retirada; ya parecía haber visto todo, conocía los contenidos de cada uno de los siete carros, pero se equivocaba, y la música más hermosa que hasta ahora hubiese escuchado detuvo sus pasos y vio como del vehículo violeta salían parvadas de pequeñas aves, parecían pequeños gorrioncillos pero por supuesto tenían tonos violáceos, ¡por supuesto! ¡qué otro color podrían tener!, ya se había aprendido muy bien la lección de cada una de las actuaciones.
La parvada creaba paneles que parecían lienzos bordados de bellas figuras, la forma en que éstos se colocaban daba las diferentes formas y colores que ellos creaban en su delicado vuelo, el pequeño no acertaba a definir que era más hermoso, si el espectáculo visual o la dulce y encantadora melodía, estaba tumbado sobre el césped boca abajo, sus pequeños brazos sostenían su cabecita que se movía al ritmo del sonido que escuchaba.
De pronto las avecitas crearon una especie de manto que parecía danzar por los aires, poco a poco fue bajando hasta el mismo ras del piso y la pequeñita criatura que plantó la bandera delante de toda la gente se subió a ella y así de pié se elevó con ellos al tiempo que cantaba con la música que las aves entonaban, su voz era dulce y cristalina, el niño creyó rememorar esa dulce voz ¿dónde la había escuchado antes?, sólo sabía que le recordaba un lugar cálido y plácido, donde estaba protegido, amado y no sentía hambre.
Sacudió la cabeza, eso debió haber sido un sueño, ahora debía disfrutar algo que al igual que la otra experiencia le duraría toda la vida. Y así vio el espectáculo de esa diminuta fémina, mitad mujer, mitad mariposa, que entre bailes acompasados alegres donde movía todo su cuerpo, cantaba con una dulce voz melodiosa, que se mezclaba con dulces y tiernas sonrisas.
Las avecitas la elevaban y luego la volvían a bajar casi a tocar el piso, después la ponía a la cabeza de ellos de tal forma que ella parecía una cometa en forma de mariposa y ellos la cuerda que le seguía al tiempo que le acompañaba con alegres trinos.
Se alejaron y después reaparecieron portando un enorme manto de franjas rojas y doradas y al soltarla quedó instalada un bella carpa que parecía simular un castillo de tela con banderines que le sostenían. El pequeñuelo se sintió un poco triste, sabía que el espectáculo había terminado y ahora debía partir, pero siguió ahí observando como ahora todos los seres ponían luces de todos los colores y ornamentaban el lugar para la llegada de los espectadores, no quería partir y así sin que se diera cuenta, llegó la hora convenida para la función; tan embebido estaba en todo ello que no se percató que la gente empezaba a llegar y a formarse a la entrada, de pronto el murmullo de sus voces lo sacó de sus pensamientos y ahora sí emprendió de nuevo el camino de regreso a ningún lugar.
Iba ensimismado bajando hacia la ciudad, cuando escuchó la voz de una niña que le gritaba: -¡He nene, no te vayas!, ya va a empezar la función! -, el volteó y con una negación de su cabeza con la mano le dijo adiós; la niña encaminó el paso hacia el pequeñuelo, sus acompañantes le gritaban: - ¡déjale que ya van a abrir las puertas y perderás la función!, además es seguro que a ese zarrapastroso le negarán la entrada-.
La niña no les prestó la más mínima atención y con paso apresurado alcanzó al pequeño y con dulce voz le preguntó: - ¿porqué te vas, es que acaso no te quedarás a la función? -, el niñito le contestó con voz alta clara que no perdiera su tiempo, era seguro que a el no le dejarían entrar, le pidió volviese con los suyos y les prestara atención a lo que decían, pero la niña con una dulce sonrisa le dijo que si el no entraba ella tampoco lo haría, un circo que negara la entrada a alguien como él, seguramente no valía la pena.
Pero el pequeño le dijo que el no se sentiría bien así vestido, todos se habían puesto sus mejores galas el los podía ver, además el se bañaba en el río y en esa época el agua estaba congelada y no había podido hacerlo y debido a ello era seguro que el olor que despedía no sería nada agradable para los demás.
La niña se quedó pensando un momento e invitó al chiquitín a su casa, ahí había ropas de su hermano mayor, de cuando éste era pequeño, el había perecido en la guerra y de seguro si viviese se sentiría halagado de que el vistiera sus ropas, ahí también podría tomar un rico baño de burbujas con agua bien calientita y de paso podría darle algo de comer.
El niñito casi aceptaba la invitación, era tan tentadora, pero se negó argumentando, que le agradecía todo, que hiciera de cuenta que lo hubiese hecho, pero que si él lo aceptaba ella se perdería la función. Ella respondió a sus argumentos con otros que de momento parecieron mejores, ella le dijo, ya había asistido a muchos circos, uno más no haría gran diferencia.
El niño sonrió y le comentó: - No sabes lo que dices, ¡este circo no se parece a ningún otro que yo haya visto, me quedé viendo sus ensayos y es maravilloso! -, la niña entonces vio hilo de donde agarrarse y le dijo: - Puede que así sea, pero tú no sabes que circos he visto yo, así que no perdamos tiempo, vamos a casa y en el camino me cuentas lo que has visto y ya te diré yo si es tan maravilloso-.
Partieron a su casa e hicieron todo tal como ella lo había planeado, y ella sonriente le dijo: - Realmente lo que has visto debe haber sido maravilloso, pero seguro no se compara con esa sonrisa que ahora tienes al ver reflejada tu imagen en el espejo - y dándole un beso en la mejilla le dijo:- ¡Vamos, tal vez todavía alcancemos algo! - y con paso veloz partieron.
Cuando llegaron ahí estaba todavía el circo todo adornado y alumbrado, pero no se escuchaba ningún ruido, ambos pensaban que todo había terminado, emprendían de nuevo el regreso cuando una dulce voz les llamó: - Pasen, les estábamos esperando para empezar- y con voz más fuerte y sonora la dama vestida de oro dijo: - ¡Que empiece la función! -. Ellos entraron y la puerta se cerró.
¿Alguien de ustedes ha visto en su ciudad este circo? Si lo ves y te interesa entrar, piensa bien lo que has de vestir, porque los ropajes necesarios para ver la función no son los que todos observamos, son los que visten nuestro interior los que permiten o no esa entrada y si crees que al leer este relato ya conoces la función, no es así, alguien me ha dicho, puede ser falso o verdadero, que era tan solo un pequeño y diminuto ensayo para entretener al chiquitín mientras llegaba su adorable compañera, el verdadero espectáculo es inenarrable, ¿cuántos entraron?, no lo sé, pero … ¿no te gustaría ser uno de ellos?
Yolanda Dolores de la Colina Flores
18 de diciembre del 2007
Etiquetas:
Narraciones
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