viernes, 16 de julio de 2010
FELICITY
Quiero negociar mi llanto:
que cada lágrima
sea augurio de un momento feliz.
B.B.
Cuando Felicity nació toda su casa y su enorme familia se llenaron de alegría hacía mucho tiempo que en ella no nacía un ser tan agraciado y bello. Por generaciones y generaciones se habían visto desfilar un infinitesimal número de nacimientos donde en el dintel aparecía siempre como una tradición sin exclusa un listón celeste.
Este año por primera vez después de muchos años habría que cambiarlo por fin, un cambio a la rutina, un giro a la historia, todos hacían fila para ver al hermoso ser de piel aceituna y rizos de ébano. La contemplación era larga y a algunos había que removerlos prácticamente, si la pequeña iniciaba un atisbo de sonrisa el problema se volvía mayor, la fila desaparecía y había una serie de aglomeraciones difíciles de desentrañar frente al pequeño moisés de palma.
Cuando esta finalmente se disolvía y materialmente había corrido a sus fans por fin reinaba en la casa una paz casi sin contratiempos, todos los hermanos y sus cónyuges se dedicaban ahora a contemplar la bella criatura y a estudiar con especial ahínco los gestos y movimientos de la chiquilla a fin de realizar y cumplir uno a uno sus deseos.
Pensaron en llamarla Perpetua Felicitas, porque a su vida no había traído otra cosa que no fuese felicidad, y querían perpetuar el hecho, pero el nombre les resultaba demasiado adusto, además era tan pequeñita, jugaron y jugaron con el nombre, dándole vueltas y más vueltas hasta llegar a la conclusión final de que Felicity sería su nombre, ni demasiado grande, ni tampoco demasiado pequeño ya que para ellos ella era un ser aunque pequeñito, muy grande en espiritualidad debido al regocijo que le acompañaba.
Pero, y es que en cada historia siempre hay un pero, existía un lugar donde la desolación y la aridez reinaban con maldito beneplácito, un pueblo que solo producía piedras y pirita que en algún momento atrajo a una cantidad significativa de neófitos gambusinos, los cuales se fueron quedando en el lugar al no poder soportar la idea de enfrentar la burla y la vergüenza a la que serían sometidos al regresar a su lugar de origen, seres ahora convertidos en hechiceros y alquimistas de pacotilla aduciendo a la pirita miles de propiedades o los más prácticos que solo la vendían como piedra de ornato o para las hondas de los pastores.
En este pueblo oscuro y falaz nadie al parecer conocía la sonrisa y todos se daban por saludo una serie de gruñidos ininteligibles, su tez era pálida y blanquecina, vestían en tonos oscuros y de forma austera, el pueblo parecía un montículo gris en el que difícilmente se podían distinguir algún tipo de formaciones o características arquitectónicas.
Uno de estos seres encontró, camino abajo hacia otro pueblo donde debía entregar un pequeño costal de piritas para combatir el mal agüero, a un hombre vestido con vivos colores que venía cantando y danzando. La figura grácil al principio lo encegueció y le lastimó un poco la visión pero la mueca que su boca hacía lo atrapó de tal manera que no pudo menos que abordarlo.
Entre medias palabras y gruñidos le preguntó de que lugar procedía sin dejar a la vista las dudas que le inquietaban, varias de ellas obtuvieron respuesta sin que hubiese sido necesario formularlas, le dijo de donde procedía y que era el ser más feliz sobre la tierra debido a que en su familia había nacido el ser mas hermoso sobre la tierra y muy pronto iban a celebrar un gran sarao para compartir su felicidad con todos sus conocidos.
El ser gris quedó estupefacto… ¿el ser más hermoso sobre la tierra?… tal vez de ese ser emanaban todas las manifestaciones que este ser expresaba a través de su cuerpo… Si, seguramente así era… el no podía perder la oportunidad de conocer tal portento. Se arriesgó al conjeturar algo que le vino a la mente cual ráfaga de un viento gris y enrarecido. Y… ¡sorpresa!… dio en el clavo, el ser brillante no conocía la diferencia entre el oro y la pirita… le ofreció entonces un presente para la bella criatura, una pepita de oro a fin de que cuando creciera la pudiese emplear en lo que ella quisiera.
El ser brillante le aceptó sin mayor asombro, agradecían el presente, es verdad, pero no era importante para ellos, pues ya eran inmensamente ricos con el ser que había llegado a su hogar. La avaricia carcomió aún más el corazón del ser gris.
Llegada la fecha el ser gris se acicaló como su corta mente le dio a entender y se dirigió al pueblo de la gente brillante; iba a pie y pensativo, a medida que se acercaba no podía dar crédito a lo que sus ojos veían.
Atisbaba a lo lejos una especie de oasis, nunca había visto una lugar tan verde y salpicado de tantos colores y no acertaba a discernir si le agradaba o le molestaba, de cualquier forma la pequeña comunidad de neuronas que poseía no podía desviarse de su objetivo primordial, así que se avocó a encontrar el lugar donde se encontraba el ser más hermoso sobre la tierra.
Pronto lo descubrió, había una gran algarabía alrededor de la vivienda todos querían conocer al ser que había hecho tan feliz a toda esa familia, la pequeña no les defraudaba en absoluto, estaba ataviada en forma vistosa y de vivos colores, vestimentas que realzaba sin lugar a dudas la enorme sonrisa de la pequeña que rara vez desaparecía de su faz.
El ser gris se acercó y poco a poco se fue acercando a la dulce criatura cuando la tuvo a un palmo sus ojos se empequeñecían y agrandaban a una velocidad casi imperceptible, todos estaban tan contentos que no le tomaron importancia. Después de un largo rato de estarle admirando se sentó en lo primero que encontró a mano y bebió algo que no acertó a dilucidar que era ya que no lo observó con atención y la emoción le producía una salivación que no le permitía detectar ningún sabor mas que el de su adrenalina.
El ser gris comprendía porque ese ser era tan preciado era de oro puro, bastaba con contemplar su rostro la piel tostada como el sol se lo indicaba, además poseía el don de reflejar esa mueca que dejaba asomar los dientes y que hacía los rostros tan especiales, no entendía que era, solo sabía que ello le proporcionaba paz.
Ahí sentado, elucubraba como llevar a cabo sus planes, no veía posibilidad alguna, todos los flancos cubiertos… no se preocupó… en su larga vida sabía que todos en un momento bajan la guardia y entonces todo es factible… ¡todo puede suceder en un pequeño instante!
Ahora corría presuroso las sombras mortecinas de la noche le ayudaban a pasar desapercibido, se confundía con el paisaje, su víctima le facilitaba la tarea no hacia el menor ruido, en la penumbra procuraba no dar un mal paso, lo que traía entre sus brazos era el tesoro más grande que hubiese podido soñar.
Al día siguiente la enseñó a sus congéneres y todos estaban maravillados con ella, pero por más que lo intentaban no podían imitar la dulce mueca de la criatura en su lugar se presentaban muecas que desfiguraban su rostros dignas máscaras de cualquier casa del horror.
Felicity los observó y observó durante horas y al ver que su sonrisa no tenía reciprocidad como obvia sentencia empezó a hacer primero pequeños balbuceos y pucheros hasta que éstos finalmente acabaron convirtiéndose en llanto.
Los seres grises no lo podían creer ¿que había pasado?, ¿dónde estaba la mueca que tanto deseaban? Le dieron todas las cosas que ellos creían de valor pero la nena no cedió, se durmió entre suspiritos de llanto anhelando su hogar.
El pueblo brillante despertó de un sueño de años y así debía ser ya que todos los varones tenían largos cabellos, barba y bigote, las damas pisaban sus cabelleras y entre que se levantaban y tropezaban con ellas al mismo tiempo, no acertaban a comprender que había pasado. Menos mal que a estos seres por alguna extraña razón que desconocemos nos les crecían las uñas porque de lo contrario menudo hubiera sido el jaleo.
Una vez que se recuperaron del sopor y estupor todos corrieron a la habitación de Felicity, por supuesto no estaba, entonces empezó la consabida serie de diligencias cuando alguien muy amado se nos ha extraviado.
Pasaron horas, días, meses y nada por más que buscaban y volvían a intentar saber de su paradero no conseguían avanzar ni un ápice. Buscaron por los pueblos cercanos, pero la gente gris tenía muy oculta a Felicity, aunque lloraba mucho por que en sus lejanos sueños recordaba su hogar feliz, algunas veces las tonterías y ridiculeces en que caían sus captores hacían que inevitablemente se dibujase una sonrisa en su rostro y esto a los seres grises aunque no podía imitarla les causaba esa paz que tanto anhelaban, por lo que no podían dejarla escapar.
La pequeña Felicity en sus pocos años había aprendido muchas cosas en forma autodidacta poseía una mente privilegiada, una inventiva inusitada y una gran imaginación. A pesar de haber sido retirada de su terruño cuando aún era muy pequeña los colores y tonalidades de su hábitat no se habían apartado de su mente y siempre buscaba de una u otra manera recrearlos.
Con diversas bayas, insectos y algunas pulverizaciones de minerales logró crear una serie de colores con las que pintaba las paredes de sus captores, éstos le dejaban hacer sus creaciones ya que los paisajes por demás surrealistas les mantenían por largo tiempo ocupados.
Los lienzos que ellos acostumbraban teñir en tonalidades grisáceas las cuales siempre recordaban caminos y baldosas, ahora ella había logrado sustraer algunos pintándolos de vivos colores, algunos con su dibujos típicos pueriles otros en colores lisos y completos con algún especie de detalle que más bien parecía un trazó de tizón. Otros tenían un pequeño borrón más claro o translúcido provocado por sus lágrimas al caer.
Su llanto no obedecía a que los seres que ahora le tenían ahí atrapada y sin libertad le trataran mal, simplemente añoraba el arrullo y los brazos de mamá, los cariños y cantos de la abuela, los silbidos del abuelo por las mañanas, el grato olor a café de la cocina de su antigua casa, la música que sus ancestros le habían heredado, todo a lo que ella pertenecía.
Se había convertido más que en un ser capturado en alguien cautivante y sus raptores pendían de un hilo a la espera de lo que ella realizara, eran sin saberlo sus esclavos y más fieles servidores.
Así que cuando les llamó a la parte central de la casa, todos le siguieron sin un remilgo, escucharon con atención lo que Felicity les dijo, lo entendieron, comprendiendo que el tiempo de disfrutarla había terminado, que ahora tenían otra tarea que realizar y no sabían porque el llevarla a cabo y cumplirla les producía una sensación tan inesperada en el estómago, tampoco entendían porque no había tristeza en ellos ni mucho menos furia, había paz, si mucha más que cuando tenían aquel tesoro que no les pertenecía, tampoco querían comprenderlo, intuían vendría algo mejor, ahora estaban avocados a su tarea en cuerpo y alma.
Felicity no tocó todas las puertas de su hogar estaban de par en par, eran gente de corazón limpio sin temor a nada, aún cuando alguien les había arrebatado lo que más amaban ellos creían que todo tiene un propósito y ahora se encontraban absortos en reparar su pérdida y recuperarla de la mejor manera posible y tan inmersos estaban en ello que no se percataron de la presencia de la pequeña.
La nena los observó un rato y sus manitas fueron a sus labios pero por más que lo intentó, no pudo, la carcajada salió sin poderse contener. la imagen que proporcionaban de sus amados parientes era por demás hilarante. Al escucharla todos voltearon a la vez y una gran sonrisa salió de cada uno de sus corazones, al tiempo que gritaban a una sola voz ¡Felicity!
Ella corrió y de un solo brinco se encaramó en los brazos de su madre, su abuela comentó que de una gran tarea se habían librado, no así de una gran celebración, ya que esta aún estaba pendiente, les habían interrumpido en el festejo, había mucho que hacer y preparar. Pero antes… todos debían ir al peluquero nadie se presentaría ni podría ingresar al convite en semejantes fachas.
Todos se fueron alejando bailando y cantando como en susurro de dioses una bella canción de cuna, esa que tantos hemos oído y que siempre hace que esbocemos una sonrisa, con la que nuestras caderas toman ritmo y los pies parecen tener vida propia, esa con las que nuestras manos y brazos se transforman en gaviotas y al unísono con nuestro cuerpo entero se enlazan con la música en una danza prácticamente celestial.
Después de todos los arrumacos y besos y de por fin dejar a la nieta sentada sobre las piernas de su abuela, esta escuchó de la pequeña el relato casi completo, sabía que tenía una gran nieta, no tanto como cuando supo que esta había juntado setecientos setenta y siete frasquitos de lágrimas, las cuales entregó a los seres grises y lo que con ello ésta había conseguido.
La abuela cerró los ojos y aspirando el suave olor del café mañanero suspiró y sonrió al saber el propósito de toda esa aventura, valía la espera, la expectación el sopor y los largos cabellos; aunque nunca tuvo miedo, ahora entendía el porqué de todo lo vivido y en su mente se clarificó, como algo que no podía ser de otra manera, cuando su amada hija había insistido en que su hija tuviera ese nombre, si, su nieta no podía en forma alguna llamarse de otra forma, simplemente no habría historia que contar.
Hoy Felicity sabe que la entrega de sus lágrimas a esos seres fue la mejor negociación que pudo haber hecho con ellos, ahora sus casas visten de colores y sus vestimentas contienen casi todo el registro de la serie de paleta de colores.
Y ellos, que ya no son tan grises, en cada preparación que realizan ponen una gota de las lágrimas de Felicity y una de ellos cuando ríen… ¡Ah! .. ¿no les había dicho?… aprendieron a reír, con la tarea que ella les encomendó, cada pincelada de pintura que en su rostro o pelo caía cuando ellos debían teñir su mundo, les fue enseñando los rasgos y maneras de sonreír, hasta que a ellos llegó un día la más sonora de las carcajadas, tanto que por fin hubo una fiesta en aquel pueblo, y ahí la historia cambió.
Yolanda de la Colina Flores
9 de abril del 2008
Etiquetas:
Narraciones
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