De ultramar llegó nadando,
hasta
aguas mediterráneas,
huía
de una maga nefasta,
que
su vida había encantado.
Le hizo creer a la niña,
que
era una nena horrible,
en
un simulado espejo,
le
enseñaba su reflejo.
Y
ella veía una faz,
por
supuesto horripilante,
más
la nena no sabía,
que
era el rostro de la maga.
De
su reino se alejó,
pues
no quería asustar,
con
la imagen de esa faz,
que
ella creía que tenía.
Se
refugió en un lugar,
lleno
de bellos colores,
y
se solía refugiar,
de
quien habita los mares.
Cuando
se encontraba sola,
ella
se ponía a cantar,
su
historia tan singular,
y
luego rompía a llorar.
Un
día un príncipe tritón,
desde
lejos la escuchó,
escondido
la observó,
y
un buen plan se le ocurrió.
Cuando
la nena dormía,
un
gran espejo instaló,
de
tal forma que despierta,
su
real faz contemplaría.
La
princesa despertó,
y
en el espejo se vio,
más
al principio creyó,
que
veía a otra princesa.
Después
de ires y venires,
la
princesa comprendió,
que
tenía ante si un espejo,
y
al comprenderlo sonrió.
El
príncipe está feliz,
y
la princesa también,
y
muy pronto estas criaturas,
más
que amigos han de ser.
Y
siempre han de recordar
esta
historia singular,
y
siempre habrán aplicar
un
consejo sin igual:
“Si
te ves en un espejo
debes
mirarte muy bien,
y
no creas lo que te dicen
si
no lo constatas bien”.
Yolanda
de la Colina Flores
1
de septiembre del 2012
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