Estaba atrapada en un caserón
vetusto y abrupto cual desfiladero,
sus férreos barrotes cual fiero bridón
se hundían en mi rostro con trágico esmero.
Si miraba afuera veía el destierro
arbustos desnudos contrahechos y mudos,
paraje en cenizas después de un incendio
carente de brotes con tallos huesudos.
No había ni una puerta ni exigua salida
casona sellada a canto y a lodo,
un túmulo enorme de fábrica druida
donde aprisionada yo era un acodo.
Me sentía perdida en condena perpetua
sin ni una esperanza de incondicional,
no existía el indulto en máxima fetua
las apelaciones algo irracional.
De forma menguada la paz me volvió
y vi que en mi alma existía una luz,
la cual lentamente la casa vistió
y los travesaños se hicieron trasluz.
Y pude de pronto traspasar los muros
respirar un aire con aromas puros,
ahí de mi labios salían mariposas
y por las ventanas mil flores hermosas.
Yolanda de la Colina Flores
29 de septiembre del 2016
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