Capítulo 1
No hay bebida que alcance
La pequeña Rött hår estaba harta
de buscar por los bosques algo que calmara su sed, por más agua de manantial
que bebiera, no había manera de satisfacerla, siempre cargando una pequeña
cantimplora se paseaba por todo el bosque, cuando esta se vaciaba la llenaba de
nuevo con diversos contenidos, con agua de cascadas, ríos lagos y lagunas y a
veces cuando se levantaba muy temprano podía llenarla con algunas de las primeras gotas de rocío. En verano le
encantaba llenarla de lluvia dulce y fresca, siempre lo hacía poniéndola al
final de la punta de una hoja en declive por el cual la lluvia se iba deslizando hasta llenar su pequeño
recipiente.
Había probado todas las pequeñas frutillas que había encontrado
por todo su hábitat, pero por más
que succionase su zumo con toda la fruición de la que era capaz nunca era
suficiente para la pequeña Rött hår.
Un día buscando que beber se quedó
dormida sobre una de las hojas de un hermoso helecho y éste la mecía
arrullándola vigilando su sueños, y le cantaba una que otra canción de cuna,
con una preciosa voz de barítono. Al helecho también le venció el sueño y ambos
sin remedio cayeron en un profundo letargo, hasta que llegó la noche, la cual
quedó enternecida al contemplar a Rött hår de
la cual ya le había contado el día cuando se despedía para ir a dormir.
Ahí entre sus sueños la noche le confesó a Rött hår que pasando el ancho río existía otro bosque donde toda la flora
era enorme y donde seguramente encontraría algún fruto que mitigara su sed y en
una serie de imágenes casi vívidas le mostró un enorme árbol del cual pendían
unos frutos redondos con una mixtura de colores naranja y bermellón, con una
piel fina y lustrosa a través de la cual se percibía un delicioso y abundante
zumo. En las imágenes la noche también le enseñaba el camino para llegar a él y
este no se apreciaba nada fácil.
Al despertar Rött hår dio las
gracias al helecho por su hospitalidad, pero este ni se enteró porque aún
estaba dormido, y después se lanzó a buscar el árbol de sus sueños, pero a
medida que avanzaba, más se percataba de que difícilmente ella sola podría
bajar los frutos de aquellas altas ramas. Entonces decidió regresar sobre sus
pasos e invitar a sus vecinos y conocidos del bosques para que le acompañaran
en su periplo.
Yolanda de la Colina Flores
Verano del 2013
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