Capítulo 6
El dosel
No tuvieron que caminar ni un ápice, ahí levantando la vista estaba
ante sus ojos la más hermosa unión de copas de diferentes coníferas adornando
el cielo, jugando con sus ramas con los rayos del sol y protegiendo a todos los
seres del bosque, era una magnífica preciosa y libre formación de pinos, abetos, alerces, cipreses y
abedules.
Pero contra lo que todos pensaban las enormes coníferas se
abrieron formando un camino como un largo corredor, como si se tratase de una
formación de soldados o vasallos que cedían el paso a alguien muy importante,
los primeros eran los Pinus, que con sus copas
piramidales terminados por dos o cinco hojas lineares con su clásica
protuberancia en la punta con forma de ombligo, parecían cuadrarse ante
ellos. Les precedían bellos Abies,
de hojas en forma de aguja, después los Fitzroya de hojas blandas aciculares agrupadas en apretados ramilletes,
venían ahora los Cupressus con su porte
piramidal y troncos erectos, para finalizar con los danzantes Betula de hojas simples y serradas, romboidales de ramas flexibles que
estaban enfrascados en una hermosa danza, su corteza blanquecina destacaba de
todo el fondo del bosque y daban paso a un claro donde ahí hermoso y colorido
estaba lo que estaban buscando la gran Prunus domestica Syriaca, para Rött hår simple y
sencillamente la bellísima y supuestamente jugosa ciruela Mirabele de Nancy.
Todas las criaturas botánicas dejaron que los amigos desprendieran
un fruto del precioso árbol, incluso les permitieron escogerla y les ayudaron
dándoles ramitas de las que se encontraban por los suelos para que fabricaran
una pequeña carretilla donde transportar su tesoro, una vez tenían todo
dispuesto, las coníferas los subieron en sus brazos y se los fueron pasando
unos a otros hasta que los sacaron completamente del bosque, ahora ya solo
debían atravesar el río, esto tampoco fue un problema porque la lagartija y Rött
hår lo hicieron de la misma forma que la vez
anterior y Teotl no tuvo ningún problema en
atravesar porque era un excelente nadador y además la carretilla y el fruto que
portaba flotaban maravillosamente sobre el agua.
Cuando llegaron al otro lado del río les esperaba el pequeño gnomo
ancianito y sonriendo complacido les comunicó que ya tenía listo lo que les
había prometido por lo que sería bueno dirigirse a un claro del bosque donde
degustarían el preciado fruto, caminaron un largo rato hasta encontrar el lugar
que les pareció adecuado y con cuidado depositaron la enorme ciruela, la
observaban fascinados y aunque el propósito era obviamente sacarle toda su
pulpa y zumo, no acertaban por donde empezar. Acariciaron su suave piel y la
olfateaban como perritos sabuesos haciendo toda clase de exhalaciones, estaban
impregnados de su olor y ninguno se atrevía a hincarle el diente.
Yolanda de la Colina Flores
Verano del 2013
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