En la orilla de la playa,
un momento me quedé
y como apretada maya,
poco a poco me achiqué.
Me fui empequeñeciendo,
tan chiquita me cuajé,
que un pote me fue abduciendo
y en su centro me instalé.
Estuve un tiempo varada,
compungida y apenada,
asustada, amilanada,
un poco más que aterrada.
Entre las blancas arenas,
me vino un lejano eco,
frases de padres serenas,
que me anegaron el pecho.
Se alejaron los lamentos,
los gemidos y los lloros,
se fueron yendo las guayas
y me salieron agallas.
Ya no existen atarrayas,
ni esparaveles, ni redes,
me río de las faramallas,
ha llegado el desacedes.
Y voy dentro de esa botella,
cruzando mares y océanos,
con mensaje a contrahuella,
que he de dar a mis hermanos.
Yolanda de la Colina Flores
10 de julio del 2016
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