En una costa que aprecio,
llegué sin pisar arenas,
balanceándome en trapecio
y en nubes como azucenas.
Colgada de las alturas,
vestida de novia fiel,
observé sus hermosuras,
sin poner en ella un pié.
Y me empecé a balancear,
en esta playa sincera
y aquí me vine a casar,
sin meditarlo siquiera.
Bajé y me puse a pisar,
esta tierra que bendigo,
que trajo consigo el mar,
dándome amor y marido.
Yolanda de la Colina Flores
9 de noviembre del 2016
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