No soy gigante de Rabelais,
mas sé el rito del zampar
y si no lo reveláis
ahora os lo voy a contar.
Tenía penas por doquier,
acomodadas en todo espacio,
que aparecían sin querer,
sin prisa, con calma y despacio.
Y me encontré una manera
de mandarlas a volar,
sin ser para nada austera,
yo me puse a cocinar.
Unos hotcakes
preparé,
con mantequilla a montones,
de compotas cociné,
frutos rojos a raudales.
Una nata yo batí,
hasta hacerla confitura
y después la rebosé,
de azúcar glass sin mesura.
Un manantial de infusiones,
en gran tetera vertí
y sin grandes pretensiones
otra pequeña bullí.
Con terroncitos de azúcar
una tarta yo me horneé,
rellenita de manzanas
y canela por doquier.
Y mientras yo cocinaba,
muchas cosas olvidé
y cuando me las zampaba
yo las penas sepulté.
Y así inhumando pesares
entre túmulos de harina,
fui olvidando los azares
que a mí me daba la vida.
Y fue tanta mi premura
por compensar oralmente,
de mi madre la ternura
que me arrebató la muerte.
Pantagruélicos festines,
con tal fin me elaboré
y me fui hasta a los confines,
y de plano, me chiflé.
Y no sé como salir
de este festín sin parar,
ha que fuerza he de acudir,
para mi alma reparar.
Yolanda de la Colina Flores
14 de abril del 2016
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