Por supuesto esta princesa,
es una princesa hechizada,
una hechicera envidiosa,
la fue convirtiendo en rana.
Lo hizo muy poco a poco,
gozando de su artimaña,
sin pensar que con sus mañas,
la niña estaba encantada.
Cuando su piel se hizo verde,
casi se muere de risa,
ya no fue más al colegio,
pues la creyeron enferma.
Ella odiaba los zapatos
y los guantes de postín,
con las patas que ahora tiene,
los ha desterrado por fin.
Antes no le permitían,
dar de saltos en los charcos
y ahora empapa todo el reino,
con los brincos que se pega.
Se sube por las paredes
y salta de rama en rama,
se ha olvidado del solfeo,
pues ahora croa a gusto.
Ya no cumple los horarios
y se la pasa saltando,
y elaborando cabriolas,
desde el alba hasta el ocaso.
Lo malo para la nena,
es que el hechizo termina,
pues cuando cumpla dieciocho,
volverá a ser una humana.
Por lo pronto en ese reino,
sus padres le dejan ser,
pues le ha de llegar el tiempo,
en que tenga que crecer.
Sus padres cuando amanece,
le dan un cálido adiós
y le dan la bienvenida,
cuando ya el día fenece.
En el reino se preguntan,
el porque de este ritual,
si saben a ciencia cierta,
que ella ha de regresar.
Pues porque saben el dicho,
que muy bien suele decir,
nunca sobran bienvenidas,
ni calurosos adioses.
Yolanda de la Colina Flores
15 de enero del 2012
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