Esta
singular princesa,
nació
en reino de marinos,
por
lo tanto ella navega,
en
un sin fin de barquitos.
Y
en cualquier embarcación,
ella
se hace a la mar,
sean
canoas o veleros,
a
la niña le da igual.
Como
toda navegante,
su
velero preferido,
es
uno bien pequeñito,
con
el que sale a jugar.
Se
pasea por cubierta,
de
la proa hasta la popa,
con
pocos metros de eslora,
poco
le dura el andar.
Por
eso bota el velero,
que
avanza al igual que el viento,
el
timón gira a babor,
y
otras veces a estribor.
En
este velero especial,
ella
lleva a sus amigos,
un
grupo de ratoncitos,
con
los que va a navegar.
Estas
traviesas criaturas,
muy
poco saben nadar,
más
se avientan por la borda,
en
salto espectacular.
Ellos
practican clavados,
adelante,
atrás o en inverso,
en
equilibrio de manos o adentro,
y
hasta un buen tirabuzón.
En
este singular periplo,
no
solo van clavadistas,
también
van buenos bañistas,
y
uno que otro comelón.
Al
abordaje han venido,
un
buen grupo musical,
para
poder arrullar,
a
los nenes ratolines.
Y
ahí van en botavara,
para
poderse lanzar,
o
se suben al obenques,
para
bailar un buen vals.
Otros
que van muy mareados,
se
agarran muy bien el mástil,
y
otros van muy ocupados,
en
hacer actos circenses.
Y
ahí tu los podrás ver,
en
el casco del velero,
con
una vela mayor,
que
ostenta su condición.
La
nena va por los mares,
con
todos sus aparejos,
y
siempre van a su lado,
estos
raros compañeros.
Pero
como ella es feliz,
no
le importa lo que digan,
le
encanta tener grumetes,
que
le alegren bien el día.
Porque
lo dijo su tía,
en
la cual siempre confía:
“Navega
siempre en la vida,
con
quien te llene de vida”.
Yolanda
de la Colina Flores
9
de septiembre del 2012
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