Niebla gris transita por el espeso y
oscuro valle, tras de sí han quedado sus huellas las cuales en su lento avanzar
han ido cambiando, el césped que roza sus tobillos le hace sentir a través de
sus puntas suaves y afiladas el palpitar de la tierra por la que ahora se
desplaza, ése cálido paraje que yace a sus pies y de cuyas entrañas conoce más
de lo que cualquier otro ser pudiera siquiera intuir.
La mezcla de los grisáceos degradados del
suave y tupido pelaje que cubre su cuerpo, se confunde con los colores de la
bruma que con los albores del brillo del sol se irá desapareciendo.
Sus hermanos han huido de su presencia,
cuando al fin esa noche han detectado y presenciado su transformación, era un
secreto a voces, entre ellos mascullaban con gruñidos y raros cuchicheos la
sospecha inequívoca del mal que le acechaba. Durante un tiempo hicieron oídos
sordos e incluso en noches plenilunares eludían su presencia a fin de evitar
constatar lo que todos temían.
Niebla gris, era joven, atlético y bello
con una anatomía y musculatura digna de escultórico concurso, o de ser plasmada
nítidamente bajo la pluma o sobre el lienzo de algún excelente copista o pintor
cien por ciento realista.
Su destreza física como simple ejemplo de
su especie era entre sus congéneres, sencilla y llanamente aceptada, lo cual le
confería un singular lugar dentro de la escala de su estirpe, eso sin tomar en
cuenta el puesto que además ostentaba gracias a la forma en que proveía a toda
la tribu como el experto cazador que era.
Niebla gris además poseía una voz
privilegiada y noche a noche toda la familia le acompañaba en su canto eterno a
los astros celestes. Amaba los cielos quizás tanto como a la tierra y pasaba
largas horas contemplando las constelaciones, el devenir y cambios de la bóveda
celeste.
Aunque era feliz dentro el seno de su
familia y con todo lo que le circundaba, desde pequeño estaba marcado por un
sino especial, el cual siempre presintieron él y su madre; al parirlo vio que
éste portaba un mechón suave y terso en la parte central de la testa un lucero
níveo y reluciente que enmarcaba y hacía aún más hermosa su ambarina mirada.
Ella supo desde ese mismo instante que su hijo sería diferente a todos los de
su clase.
Cuando era chico ya de por sí se
distinguía de todos ellos, siempre resultaba el mejor en cualquier lid, quizás
por ello cuando llego a alcanzar su plena juventud lo consideraron de inmediato
protector del clan.
No hacía mucho tiempo de ello, era aún
muy joven y no había alcanzado su plena madurez. Aunque su apariencia y
desarrollo físico demostraban lo contrario por su fuerza y poderío, aún no
arribaba a su edad media.
Quizás por ello era impetuoso y aguerrido
y alguna que otra vez descaradamente atrevido e incluso osado y temerario, tal
vez también por eso se arriesgó tanto la última vez que tuvo que salvar a
alguien de su especie.
Ya había sorteado en múltiples ocasiones
las ráfagas que mandaban contra él, las cuales pasaban rozando la piel
aterciopelada que le cubría, y siempre había salido victorioso.
Hasta aquella noche en que ellos vinieron
y quisieron exterminarlos o erradicarles del lugar, salvó a muchos de su
estirpe y la mayoría emigraron hacia lo más profundo del valle.
El pudo evitarlo, pero tras de sí hubiera
tenido que dejar un cuarteto de los más pequeños de su especie, y los salvó,
sí, pero fue alcanzado por un punzante dardo de plata, que implosionó en su
interior, el cual se alojó a
escasos milímetros de su corazón.
Libró cruentas batallas entre fiebres, sudores
y escalofríos lacerantes, de los cuales finalmente salió airoso, pero dentro de
él las esquirlas permanecieron emanando una rara sustancia, mezcla de óxido,
herrumbre y desasosiego, la cual fue mezclándose poco a poco con su propia
sangre.
Al principio no pareció afectarle, sus
aptitudes físicas no fueron menguando ni un ápice. La única variante evidente
era el que ahora le gustaba pasar largas horas en soledad contemplando de forma
exacerbada y minuciosa a la hermosa Selene suspendida en su oscura bóveda.
Parecía subyugarle e hipnotizarle, como un encantador diestro de serpientes.
Una noche de éstas, en uno de esos
encuentros con Selene, ahora perennes, empezó a sentir un cambio pausado y
relajante, su rostro comenzó a transfigurarse, los huesos que formaban su
cráneo en forma mágica, lenta y envolvente fueron cambiando su morfología, al
igual que su faz fue dando paso a una piel suave y desnuda.
De repente parecía mirar al mundo desde
otra apostura, el valle y el horizonte le mostraban nuevas perspectivas y
aunque le arremetió una fuerza irreconocible e impugnable de correr por sus
parajes, sus avances sobre el valle le resultaban lentos, no lograba
desplazarse con la misma destreza que otras noches poseía.
Sus pensamientos cambiaron, se empezó a
imbuir en una vorágine de acciones para el inusitadas, arrasó con alguno que
otro ser arbóreo sin razón aparente y calcinó otros lares, se apertrechó de
raros enseres y cazó por el simple placer de ver a un ser yaciendo bajo sus
pies, finalmente arrojó sus desperdicios sobre el lago y la tierra, que otrora
tantos bienes le habían prodigado.
Su manada le amaba y tal vez por ello le
compadecía, pero ahora algunas noches era proscrito, ésas en las que se
convertía en el ser que ellos probablemente más detestaban.
Niebla gris no espera nada, quizás en sus
sueños anhela una mano ilustre que pueda extirparle el punzante aguijón de
aquel amasijo de esquirlas, o que este termine por fin de completar su trayecto
y atraviese finalmente su corazón liberándole de su tan despreciable
transfiguración.
Yolanda de la Colina Flores
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