El
perfume le acompaña,
por
donde quiera que vaya,
y
se pone mil vestidos,
con
tonalidades rosáceas.
Dicen
que tiene un ajuar,
con
doscientos cincuenta vestidos,
otros
dicen que son cien,
pero
igual son un granel.
Y
va cambiando ropajes,
según
se encuentre de humor,
desde
pálidos rosados,
hasta
fucsias de esplendor.
Lo
que preocupa en el reino,
no
es el vestuario en cuestión,
es
el de sus dulces muñecas,
el
que causa conmoción.
Como
las doce princesas,
que
eran todas bailarinas,
doce
igual son sus muñecas,
que
en danza suelen vivir.
Así
que la princesita,
tiene
una gran colección,
de
miríadas de ropajes,
para
a sus divas vestir.
Y
les fabrica vestidos,
con
camelias del jardín,
sean
jaspeadas, matizadas,
o
de un rojo sin igual.
Y
no alcanzan los armarios,
para
poder contener,
toneladas
de ropajes,
cual
popurrí singular.
Como
estas bailarinas,
perfuman
todo lugar,
como
lluvia en primavera,
de
fragancia en esplendor.
Prefieren
danzar afuera,
aromando
todo el reino,
y
van por las escaleras,
entre
giros y piruetas.
Y
ahí tu podrás siempre ver,
un
magnífico ballet,
de
las camelias danzantes,
que
perfuman por doquier.
Con
vestiditos de flores,
de
pétalos de colores,
y
al igual que su princesa,
dejan
aroma al pasar.
Porque
ya lo dice el dicho,
que
yo te vengo a decir:
“Donde
exista una camelia,
siempre
perfume ha de haber”.
Yolanda
de la Colina Flores
28
de agosto del 2012
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