Capítulo 7
La misiva que se echó a dormir
Posteriormente a que Menudita deslizó su cartita por debajo de la
puerta de la casa de Clarita, ésta se encontró con una oscuridad impenetrable,
por más que restregaba sus ojitos imperceptibles, no acertaba a mirar nada, no
había ningún orificio o rendija por la que se pudiera colar ni un rayo de luz.
Después de haber pasado varios días a la intemperie, esperando el
regreso de Clarita estaba cansada y el sueño empezaba a vencerla, así que se
acurrucó como pudo sobre la alfombra que palpaban sus invisibles manitas y se
dispuso a dormir.
Pasaron las horas y al despertar, la cartita empezó a vislumbrar
algo, sus ojos se iban acostumbrando a la penumbra y lentamente también iba
descubriendo su entorno. Poco a poco los objetos a su alrededor tomaron forma,
la estancia con su pequeña salita la chimenea apagada, el comedor, la cocina,
el lavabo de visitas y al fondo a su mano derecha había dos habitaciones con
las puertas abiertas, caminando sigilosamente llegó a la que quedaba en
dirección recta frente a ella, era una habitación con un par de camitas gemelas
y una mesita de noche al centro, un armario y un tocador, no había nada más ahí.
Ahora caminaba de puntillas hacia la otra habitación, donde había
una preciosa cama con doseles de los cuales pendían suaves y translúcidos
velos, sus respectivos buroes, un secreter con su sillita, un delicioso y
mullido sillón, un regio tocador, una mecedora frente a una mesita de té y dos
armarios. La penumbra no le permitía ver los colores claramente, todo parecía
tener tonos pardos y grises, cuando de pronto por entre los velos de la cama le
pareció atisbar o percibir una figura. ¡Alguien dormía en la cama de Clarita!,
no podía verle el rostro, la persona que ahí se encontraba dormitaba tranquila,
podía fácilmente percibir su respiración relajada y con ritmo acompasado, pero
le daba la espalda.
Con paso veloz pero aún de puntitas, la pequeña carta se desplazó
para mirar de frente al intruso, estaba toda envalentonada, no en vano había
resistido los duros embates que el viento había ejercido sobre ella, había
sabido esquivar con increíble astucia y agilidad algunas gotas de lluvia que
intentaron mojarla y borrar su mensaje, también había huido de las voces
subyugantes de las hojas que de cuando en cuando caían de los árboles
sonsacándole a ir por ahí a pasear con ellas en un periplo ignoto. Había sabido
gestionar muy bien las inclemencias climáticas, el frío de la madrugada, los
rayos del sol que en su cenit le daban en plena cara y los cansinos intentos
del cartero por atraparla y devolverla a su remitente; esto aunado al hecho de
que después de haber enfrentado todas estas vicisitudes aún conservaba su
bufanda y su sombrero.
Se acercó lo más que pudo al intruso, las sábanas y la colcha de patchwork le cubrían parte del rostro, así que con su manita transparente
lentamente la fue descubriendo; aunque lo intentó no pudo controlar que no se
le escapara un ligero grito. Frente a su ojos estaba la viva imagen de Clarita
restregándose los ojos como si despertase de un largo y profundo sueño.
Clarita visualizó la cartita, mientras esta temblaba más que un
flan, entre sus miles de elucubraciones al tratar de dilucidar quien yacía en
aquel lecho, jamás pasó por su mente que ese ser fuera Clarita, no sabía porqué
había estado recluida ahí por largo tiempo y porqué había hecho caso omiso a
las llamadas y súplicas de sus amigos para que abriera, no entendía porqué
jamás respondió a los gritos y clamores repitiendo su nombre en las búsquedas y
sobre todo desconocía su estado de ánimo y por lo tanto podía ser destruida, la
cartita tembló aún más al imaginarse ardiendo y feneciendo entre los rescoldos
de la chimenea o rota en mil pedacitos.
Clarita por su parte primero la miró detalladamente, luego la
inspeccionó por todos lados y al leer el remitente esbozó una amplia sonrisa.
Después con tiento y cuidado leyó la misiva repetidas veces mientras corrían
lagrimitas por sus mejillas y negaba en silencio con su cabeza. La cartita
estaba ahora más tranquila y mediante voces que sólo escuchamos aquellos que
leemos muchos cuentos empezó a inquirir a Clarita - ¿qué pasa acaso no vas a
responder, no ves que todos están muy preocupados por ti?
Clarita respondía, - No, no puedo, ni tampoco quiero salir de
aquí, permaneceré así por siempre, es tanta mi tristeza que no puedo
presentarme ante nadie, las lágrimas acuden a mis ojos sin siquiera yo
pensarlo, lamento lo que todo esto ha provocado, pero no tengo fuerzas, no me
apetece nada. El recuerdo de mi amiga Menudita me endulza un poco el alma, pero
nuevamente me embarga la tristeza y me abato un poco más. – No cartita, no te
voy a contestar y aquí te quedarás siempre conmigo, como un hermoso recuerdo
del cariño de mi amiga que algo me ha de consolar, así que ambas vamos de nuevo
a la camita, ¡ala, al sobre!, mira… pensó Clarita a ti mi querida cartita te
queda que ni pintado el dicho.
Yolanda de la Colina Flores
Pascua 2013
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