Capítulo 10
La nereida
prisionera
Ondine tardó varios días en llegar a la
cueva donde Mir y Ror le habían indicado que su prima Dione se encontraba
secuestrada, su férreo guardián no parecía encontrarse cerca, así que se
adentró en ella, al centro había un claro cubierto por una gran bóveda donde se
encontraba una gran esfera de cristal sostenida por un especial soporte que
parecía estar hecho de oro y adornado con aguamarinas, dentro de la esfera
apoyada en una hermosa cama estaba una hermosa sirena, con los ojos cerrados y
llorando sin parar, alrededor había un grupo de nereidas, tratando de romper la
esfera con guijarros y conchitas de mar, sin éxito, portaban unos antifaces que
parecían un par de peces en eterno besuqueo e instaban a Dione a que tratara de
escapar para que les acompañase a una mascarada a la cual habían sido
invitadas. La nereida prisionera por su parte, parecía no percatarse de su
presencia estaba ocupada llorando lamentándose de su triste situación.
Ondine estaba preocupada porque
imaginó que a ella tampoco le prestaría atención y trataba de dilucidar como
hacerle llegar la muñeca para que tuviese algo con que jugar, revoloteó sobre
la esfera con sus zapatitos de espuma de mar, y en efecto Dione no se enteró de
su presencia, Ondine dirigió una mirada compungida a Ángel y él al oído le
musitó:
-Cuando algo quieras lograr
acuérdate siempre de orar-
De inmediato Ondine se puso en un
estado de concentración y se dispuso a entrar en contacto con su creador, le
pedía no que le concediera un milagro, sino que le ayudase a encontrar la forma
de que éste tuviese la mayoría de posibilidades para llevarse a cabo.
Después de un rato recordó que en
su maleta llevaba un collar de perlas que había pertenecido a su madre, pero ésta
al ver que le gustaba tanto, después de las incontables veces que se lo pidió
para jugar, al final se lo había obsequiado. Pensó que si se lo mostraba a
través del cristal a la nereida prisionera tal vez podría interesarle, así que
lo acercó al cristal exactamente frente al rostro de Dione, ésta no abrió los
ojos, pero el collar al entrar en contacto con el cristal abrió un pequeño
hueco por el cual Ondine podía muy bien deslizar su brazo, así que con la
muñeca en mano se las arregló para de ésta manera traspasar el cristal, con la
pequeña muñeca Ondine rozó los cabellos de Dione y de esta forma captó su
atención, ésta de inmediato dejó de llorar se movió y esbozó una hermosa
sonrisa, pero al moverse tan precipitadamente, la muñeca y el collar cayeron sobre
un pequeño montículo de perlas que estaba al pie de la cama, Ondine apenas tuvo tiempo de retirar su brazo
antes que el cristal volviera a cerrarse, su amado collar se había sumergido
entre el montón de perlas, afortunadamente la muñeca había permanecido
recostada sobre ellas.
Dione tenía los ojos fijos en la
muñeca, rápidamente la tomó entre sus brazos y empezó a jugar con ella y entre
cantos y sonrisas se empezó a dar cuenta de todo lo que le rodeaba, escuchaba
ahora las demás sirenas que le invitaban a salir, y la voz de Ondine que le
daba una serie de instrucciones, sin soltar la muñeca Dione prestó atención;
Ondine le comentaba como había podido traspasar el cristal y como había sido
posible proporcionarle la muñeca, la nereida sonrió y después emitió una serie
de dulce y sonoras carcajadas, tomó entre sus manos una perla, luego otra y
empezó a lanzarlas al cristal, este poco a poco se fue astillando a medida que
la pequeña sirena, lanzaba y lanzaba perlas, hasta que por fin la esfera quedó
totalmente destruida, ahora las paredes de la cueva estaban decoradas por las
perlas ya que al ser lanzadas por la
sirena habían quedado incrustadas en ellas.
Ahora Dione era libre y el collar de perlas de
Ondine había quedado al descubierto, la sirena lo regresó a su dueña, le dio un
enorme y sonoro beso en la mejilla y le agradeció no solo el liberarla sino el
hacerle ver que muchas veces tenemos la solución de un problema junto a
nosotros y no la vemos, porque nos encerramos
a lamentarnos de nosotros mismos por nuestras desventuras en lugar de tratar de
solucionarlo.
Reía y mientras sus amigas le ponían un antifaz
de peces, para ir a la mascarada, decía en alta voz:
-¡Siempre tuve la manera de escapar en mis
manos! jajajajajajaja, ¡gracias querida amiga!
Le decía a Ondine al tiempo que se despedía de
ella mandándole besos con la mano que tenía libre, porque en la otra llevaba su
muñeca.
Yolanda de la Colina Flores
Otoño del 2013
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