Capítulo 7
De regreso al
hogar oceánico
En cuanto
llegó al castillo Ondine se metió en su estudio de trabajo y no salió de él
hasta que hubo terminado el nuevo artefacto que para desplazarse entre las
aguas había fabricado, tardó mucho tiempo en elaborarlo, pero no sintió cansancio
ni hambre, su esperanza ante los resultados que esto podría significar era más
fuerte que ningún otro estado físico o mental.
En ese
instante tenía ante sí un hermoso par de zapatitos fabricados con espuma de mar
y efectivamente al probarlos comprobó que el efecto de propulsión a chorro era
más efectivo con ellos, la presión del aire en su interior era igual en todas
direcciones; así que en cuanto soltaba un poco de espuma, la presión interna
que experimentaban los zapatitos hacían que éstos salieran despedidos hacia
delante con mayor fuerza que antes. Se fabricó también un hermoso vestido con
volantes de espuma de mar y esto le ayudaba aún más en su propulsión, estaba
fascinada.
Ahora si,
Ondine podía iniciar el regreso a su amado hogar oceánico, recordar cada
detalle y recoveco de él hacia que su piel adquiriera la morfología de una
gallinita recién desplumada, la emoción le embargaba y algo nunca sentido se
agolpaba en su pecho y su garganta, el corazón parecía querer evadirse de su
física y normal prisión y podía escucharle latir con inusitado ritmo y fuerza,
parecía un alud de caballos en tropel.
Aunque Ondine
tenía relativamente poco tiempo en aquel lugar se las había sabido arreglar
para elaborarse un incontable e importante acopio de bienes materiales
principalmente vestimentas y juguetes, la mayoría elaborados por ella, pocas veces
había sabido desprenderse de ellas, tenía que pasar algo que realmente le
conmoviera el corazón para poder legarlas o cedérselas a otro que no fuera ella
misma. Sin embargo, ahora dejaba ahí un sinnúmero de cosas que quería y que
realmente le gustaban, arregló una pequeña maleta con los enseres que le
parecieron necesarios para su viaje y una serie de implementos que los peces a
su alrededor contemplaban asombrados, pensando para sus adentros en que podría
utilizar la niña aquellas cosas que en su pequeña maleta guardaba.
Puso un
hermoso collar a Ángel y lo enganchó a su mejor tanza, de esta manera podía
tenerlo junto a ella y si este por alguna razón se cansaba de nadar, ahí estaba
ella para aligerarle su nado por la mar, era tan enorme la confianza que tenía
en la fuerza de sus implementos para desplazarse, que ahora pensaba que podía
navegar por esos lares incluso mejor que su fiel guardián.
Vestida y calzada de espuma de mar
emprendió con alegría su retorno a casa, hacía ya algunas horas que se
desplazaba sin descanso, cuando se encontró de repente, después de una fatigosa
jornada bajo las aguas de un mar cálido de agosto, en lo mas espeso de un
arrecife cubierto de innumerables formas y clases de flora marina, intentó
hallar el rastro de un sendero o una salida pero fue en vano, parecía haber
perdido el camino y en su intento por alejarse de aquel lugar erró largo tiempo
a la ventura, el sol estaba próximo a ocultarse y el mar a cada instante se
tornaba más oscuro, Ángel parecía dormitar y no percatarse de nada, Ondine
empezaba a sentirse embargada por el temor y la tristeza cuando de pronto vio
que una parte del arrecife estaba cubierta de algas fascinantes con una gama increíble
de diversos colores al fondo se percibía claramente una casa color rosa que
brillaba iluminada por el reflejo de los rayos del sol poniente filtrados en el
agua del mar, la edificación poseía una estructura que sin lugar a dudas
evocaba las formas propias de un pulpo.
Yolanda de la Colina Flores
Otoño del 2013
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