Capítulo 12
El vestido de
ponto
Un día muy
temprano, Ondine estaba dispuesta a partir y por tanto se disponía a preparar
sus maletas, cuando de pronto se percató que estaba completamente vacía, había
regalado casi todas sus pertenencias, solo le quedaban sus zapatitos de espuma
de mar y un vestido que su madre le había hecho y con el cual había arribado en
el otro lado del mar, ¡ah!, y no olvidemos también portaba el querido collar de
perlas que su madre le había regalado.
Se dirigió
hacia donde sabía que el pulpo desayunaba una deliciosa infusión de algas con
un chorrito de crema y tostadas con mantequilla, a la vez que leía las noticias
en el diario del mar, y le comunicó su deseo de partir. El cefalópodo, le miró
por largo rato y luego dulcemente le dijo:
-¿Sabes?,
anoche tuve un sueño, pero ahora sé que era más que eso, porque en él he podido
ver a donde vas y cual es tu anhelo más preciado, lo que has venido haciendo
hasta ahora te ha ido llevando a que logres tu cometido, pero aún falta Ondine.
Yo sé que has renunciado a muchas cosas en este mundo, pero quitando a tu
familia y amistades más queridas, ¿existe algo material que aprecies tanto que no estés
dispuesta a renunciar a él?
Ondine sin
pensarlo mucho dijo al tiempo que exclamaba: -¡ Mi vestido de ponto!-, y
mientras lo decía venía a su memoria su tan preciado vestido que sus padres le
habían regalado en su último cumpleaños, había sacado muy buenas notas y al
mismo tiempo su comportamiento podría decirse que era todo un ejemplo a seguir,
por lo que se merecía una buena recompensa.
Así es Ondine,
tu fabuloso vestido de ponto-,
ratificó el pulpo, -Si
deseas regresar al hogar debes prometer que se lo darás a quien más lo
necesite- Ondine en un principio negó con la cabeza y a sus ojos asomaron unas
incipientes lagrimillas, pero después de llevar a cabo una lucha interna y de
pensarlo un rato, asintió.
Había sido una
decisión muy dura para Ondine ya que desde pequeña había deseado poseer ese
vestido y todos sus complementos, no solamente estaba realizado con la mejor
agua, olas y espumas de la mar, en su constitución confluían un sinnúmero de
pececillos dorados con los cuales se divertía de lo lindo. El vestido a su vez
parecía tener vida propia y a veces jugaba a engancharse sobre el suelo sin
querer avanzar hacia donde ella iba. Tenía a juego una tiara y joyitas que le
fascinaban y unos maravillosos
guantes, de la misma hechura. A veces una parte de él se desprendía y formaba
una serie de olitas por los rincones de alguna habitación.
Cuando Ondine
tenía un evento importante o la ocasión era muy especial se ponía su querido
vestido de ponto, nunca parecía el mismo porque era cambiante como la mar, a
veces adquiría matices claros turquesa, otras azul marino oscuro y profundo, en
algunas ocasiones adquiría colores tornasolados como cuando el sol se pone y
deja reflejos sobre él, pasaba por estados y formas multicolores, se hacía
largo o corto, con mangas o sin
ellas, según la estación del año, e incluso si lo quería podía estar en un evento
e ir cambiando su morfología de acuerdo a lo que le apeteciera a Ondine.
Después de
haber aceptado cederlo a alguien que lo necesitara más, contrariamente a lo que
pensaba no se sintió triste, recordó los gratos momentos que había pasado con
él y eso ahora le era suficiente.
Ángel sabía por lo que estaba pasando la pequeña así que la envolvió en
un tierno abrazo, él aunque era su fiel guardián durante este tiempo había
procurado que ella sorteara todas las vicisitudes que se le presentaran por si
misma, sin ninguna ayuda, pero él
sabía perfectamente cuando un buen apapacho a veces es conveniente.
Ondine esbozó
por fin una dulce sonrisa, el pulpo entonces la abrazó y la despidió deseándole
buen viaje , la proveyó de una buena cantidad de provisiones, les acompañó
hasta la entrada de la cueva, desde la cual con todos sus tentáculos les decía
adiós mientras Ángel y Ondine emprendían de nuevo el camino .
Yolanda de la Colina Flores
Otoño del 2013
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