Capítulo 5
Entre peces
voladores
La nena volvía
a soñar nuevamente, pero ahora estaba en su lecho descansando plácidamente y
perfectamente arropada, sus devaneos oníricos se encontraban en el
palacio en el cual ahora vivía, recorría cada rincón y se daba cuenta que a
pesar del corto tiempo que habitaba ese lugar se las había arreglado para tener
consigo lo que más le agrada y a lo
que estaba acostumbrada. Tenía todos los libros que adoraba, un sin fin
de afeites, perfumes e incontables armarios repletos de ropajes, calzados y
accesorios de casi todos los colores que en su mente albergaba, juegos de
entretenimiento, muñecas y juguetes de todos los colores, la gran mayoría de
estas cosas habían sido confeccionadas por ella, todo esto aunado al hecho de
que el mobiliario y menaje de casa estaban realizados como por encargo a su entera satisfacción.
Sin embargo
ella no era feliz, iba de habitación en habitación arrastrando penosamente su
pena interna, la privación de ver a sus seres queridos, el sufrimiento que esto
le causaba, en fin, le habían agotado de tal modo que parecía deambular por
todos los rincones del castillo como si flotara lentamente y de pronto sintió
como si una luz la impulsara fuera del mar y ahora podía observarse por sobre
éste contemplándolo desde arriba y admirando sus regias playas y litorales, fue
un momento tan maravilloso que Ondine pensó que era una de las experiencias más
hermosas con que había soñado.
Al despuntar
el alba y a medida que el océano
se aclaraba con los rayos de luz solar, Ondine se levantó de su lecho como
impulsada por un resorte, se vistió y calzó sus zapatitos con una rapidez
inusitada y sin probar bocado se lanzó hacia los alrededores del castillo,
seguida a prudente distancia por Ángel. El calzado que ahora portaba resultaba
aún mejor que el del día anterior y eso sumado a las clases que le había
proporcionado su eterno cuidador provocaban el que ahora pudiera desplazarse a
más velocidad.
Ángel le había
prometido llevarla a probar su especial método de locomoción con una serie de
amigos muy especiales, unos fabulosos peces dorados voladores. Llegaron a un
claro dentro del océano donde se encontraban estos amigos realizando una
inagotable sucesión de brincos y maromas, éstos de inmediato le invitaron a
unirse a sus juegos a la vez que le enseñaban como realizar toda esa serie de
malabarismos.
Ondine intentó
igualar a sus maestros pero su morfología y su poca experiencia en el ámbito no le permitieron realizar sus
deseos, estuvo con ellos todo el día practicando y practicando y la niña logró
un gran avance en su tarea, estaba desfallecida y aunque hacía tiempo que había
pasado la hora de comer, ella no cejaba de intentar desplazarse lo más rápido con sus nuevas técnicas y
zapatos.
Por fin, en un instante donde alcanzó una singular concentración pudo
elevarse sobre la superficie del mar, emergiendo de éste como un pequeño tapón
de alguna bebida gaseosa que hubiese sido abierta. Abrió sus ojos y pudo
contemplar como en sus sueños las hermosas playas que se encontraban cerca de
sus nuevo hogar con una amplia sonrisa no pudo evitar un suspiro que travieso
escapó de su garganta.
Yolanda de la Colina Flores
Otoño del 2013
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