lunes, 15 de noviembre de 2010

EL SOMBRERO DE GAUDÍ





Para Cynthia

El secreto de la felicidad está en contar las bendiciones, no los cumpleaños.
SHANNON ROSE (en “The Journal Street”).


Ilú posa sus pies en El  Prat y avanza siguiendo la línea amarilla que dirige sus pasos hacia su equipaje. Lleva tras de sí una pequeña maleta cuyas ruedas hacen un ruido singular al avanzar, similar a los cascabeles, donde guarda sus enseres más necesarios.

Se detiene ante la banda donde pasa un desfile de modas de equipajes, sin la menor gracia y vistosidad, inermes. La banda gira y gira como un carrusel interminable y sus preciadas valijas no aparecen, todos sus compañeros de viaje se van marchando, como si una disolvencia los hiciera transformarse en un espacio sin ocupar; la banda queda vacía.

Ilú se dirige a la casilla de información, donde reclama la pérdida de sus maletas, a cambio le dan una serie de panfletos a rellenar, para finalmente quedarse en sus manos con un ticket de reclamación.

La chica sale al exterior del aeropuerto y no sabe que desde que ha pisado tierra firme su nombre ha quedado irremediable y afortunadamente ligado a su vida para siempre.

Una vez instalada en su hotel y sin nada que acomodar en los impersonales armarios, entra a través de un computador instalado en su habitación en una búsqueda de guías, tours y recorridos turísticos de la ciudad. Visita los consabidos lugares de la lista y así sus días van transcurriendo, con un forzoso estreno de ropajes por el día y por la noche.

Un día, los sitios turísticos se han terminado y ahora decide salir a conocer la ciudad sin la parafernalia que circunda los sitios turísticos, desea conocer ese lugar considerado un pequeño país en su esencia más pura,  No es aún mediodía  y un sol abrazador le deslumbra la visión. ¡Ah!  Como extraña sus sombreros perdidos en las profundidades de su bagaje.

Utiliza el dorso de su mano para tratar de cubrir los rayos incandescentes que le ciegan la mirada, mirando hacia arriba, las palmeras que le rodean,  se transforman en bóvedas hiperbólicas abiertas en los extremos favoreciendo así el paso de la luz del día, asentadas sobre columnas oblicuas, como si fueran ramas y ahora está circundada por los pilares interiores de La Sagrada Familia, atónita desvía su mirada que ahora se posa sobre una señera izada en un mástil y esta se multiplica tornándose ahora en torres agudas de laboriosos y complicados encajes que mirando hacia el cielo parecen instrumentos musicales de los nimbus cuyas boquillas rematan en ornatos multicolores de superficies multiplanas; de improviso vuelve a la tierra, sólo para percatarse de que algo se ha posado en su testa que le cubre un poco los rayos del sol. Se palpa la coronilla de su cabeza, pero sus manos no perciben nada singular, sin embargo algo le cubre de los rayos solares.

Ya repuesta de tan rara sensación, en un hermoso jardín ve una maravillosa lagartija que tratando de mimetizarse con la corteza de un árbol e inesperadamente sus escamas se transforman en una variada policromía de azulejos dando al saurio un regio aspecto, revestido por una rica u lujuriosa textura escamada. Desvía su mirada tratando de reponerse  de tan rara sensación y en su horizonte se atraviesa un crisantemo maravilloso y al acercarse sus colores vibrantes se van transformando en brillantes espejos de colores, hasta formar una perfecta floración de azulejos, nuevamente algo se posa en su testuz y le proporciona aún más sombra, ella vuelve a palpar su coronilla y de nuevo está ahí la misma sensación, sacude fuertemente su cabeza e intenta convencerse a si misma que tal vez ha tenido un golpe de insolación.

Se encamina hacia las calles góticas, dispuesta a encontrar un pequeño bar, donde pueda saciar el reclamo asediante de sus tripas. Mientras va adentrándose al barrio le parece reconocer los inusuales pasillos del parque Guell y nuevamente algo se ha dejado caer en su testera. Ahora ya ni siquiera hace el intento de tocar nada, sabe de antemano que será en vano. Por fin encuentra un lugar de su agrado y se sienta a saciar su apetito, con un cortado y una tostada. Lo disfruta plenamente, sobre todo el delicioso sabor de la mermelada de naranja amarga sobre su crujiente pan tostado con mantequilla.

Cuando de ahí se levanta Ilú ya no camina, sus pies avanzan sin tocar el suelo y empieza a planear por diversos lugares de la ciudad, cada vez que repara en alguna cosa peculiar, algo, irremediablemente, como causa y efecto sucede en su crisma. Esto se reitera de tanto en tanto pero Ilú ya no le presta atención.

De repente y sin previo aviso un fuerte viento que congela le pega de lleno en la cara, arrojando pequeñas piedrecillas en su rostro, Ilú solo acierta a cerrar lo más que puede sus ojos. Sigue sobrevolando y de repente, intuye que tal vez el viento la ha despeinado y su apariencia no debe ser muy agradable, así que busca en su bolso desesperadamente un espejo, pero el pequeño espejillo que en él guarda no le revela gran cosa de su aspecto, pero alcanza a percibir en el reflejo que hay algo sobre su cabeza.

Busca entonces entre los múltiples establecimientos de la ciudad, alguno en que sea necesario ver su reflejo en un espejo. Finalmente llega a una óptica y tomando un par de gafas y se dirige a mirarse en un espejo. La imagen que éste le devuelve la deja pasmada, ahora porta una especie de extraño sombrero sobre su cabeza trata de tirar de él para quitárselo pero es imposible.

El espectáculo que está dando llama la atención de una dependienta quien amablemente le pregunta si el armazón le aprieta demasiado, o le proporciona alguna incomodidad, con leves tosiditos Ilú se disculpa diciendo que no y rápidamente abandona el lugar.

Con paso presuroso se dirige a su hotel, donde vuelve a tocar suelo y va directo a su habitación, cierra rápidamente la puerta y posando su espalda sobre ella, toma aire tratando de calmarse. Ahora con paso lento y sigiloso se dirige al espejo del tocador y éste le devuelve nuevamente la misma imagen que el anterior, ahí está, sobre su pelo ese raro sombrero que ahora empieza a analizar. Tarda algunos minutos y poco a poco va descubriendo las figuras que forman su inusitado sombrero y así va reconociendo las figuras que ahora le resultan tan familiares. Intenta nuevamente de sacárselo de la cabeza pero es virtualmente imposible. Así transcurren las horas en un tira y afloja sin que su situación varíe ni un ápice.

Entonces decide bajar a la recepción del hotel y con nerviosismo se sienta en un sillón de esos infinitos en forma de círculo que rodean un jarrón, donde queda a la vista de todos. Pero su apariencia no parece asombrar a nadie, ninguna persona se percata ni siquiera de su presencia. Ilú no lo puede creer y ve su reflejo en los espejos del vestíbulo, nada ha cambiado, el sombrero sigue ahí.

Transcurren las horas y ya en su habitación se acerca el anochecer y ella lentamente se va sumiendo en su oscuridad hasta que poco a poco cae en un sueño que finalmente la lleva al despertar de un nuevo día. Se levanta como un rayo y va a mirarse en el espejo como actividad prioritaria, ¡otra vez está ahí, el sombrero adherido a su cabeza! Un poco descolocada y perpleja, se sienta en el borde de la cama, donde los minutos se fan transformando en horas sin que Ilú se percate.

De pronto alguien abre la puerta, Ilú voltea sorprendida para encontrar frente a sí a una no menos desconcertada mucama de limpieza. Esta se deshace en una retahíla de disculpas alegando que creía que la habitación estaba sola y por ello se disponía a arreglarla. Ilú se sonríe ¡por fin alguien objetivo que puede decirle su verdadera impresión de su apariencia y sin ninguna anestesia le suelta un monólogo interrogatorio que le ayude a dilucidar su aspecto singular. La mucama la mira atónita y le dice con los ojos abiertos que ella no observa absolutamente nada sobre su cabeza. Después de una larga indagación y de múltiples confirmaciones, Ilú queda convencida de que sólo ella tiene la capacidad de el sombrero que cubre su cabeza.

Y así va ahora andando por la vida sobrevolando los lugares de la ciudad condal, por los cuales camina portando su portentoso sombrero. Todo tiene un nuevo colorido y se transforma a sus ojos, su perspectiva de observación a cambiado por completo, puede ahora crear lienzos imaginarios, transformar la morfología de las cosas, los rayos del sol ya no iluminan su camino, el sombrero ha generado otra luz, eso aunado a la tramontana que ha golpeado su cara, sabe que su nombre ha cambiado y desde hoy se llamará Iluminada.

Yolanda de la Colina Flores

15 de noviembre del 2010 


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martes, 9 de noviembre de 2010

MANUS EX MATRIS




Son seres con vida que acaricia,
elaboradas de oro y sedas blanquecinas,
que derrochan amor sin reclamar sonrisa.
Son bálsamo a heridas no visibles,
y cura milagrosa que tamiza.


Son frescos y níveos alcatraces,
que entre estigmas y pistilos guardan penas,
también son lirios y delicadas azucenas,
que perfuman la vida disipando la tristeza,
y Crisantemo abierto resguardo de maldades,
en cientos de pétalos que guardan sus amores.


Son alas sobrevolando mi existencia,
que crecen y me cubren en inusitada sombra.
Escudo de diluvios y locas tempestades,
se vuelven pararrayos y entretejida cota.
Muralla y atalaya resguardo de mis lares
y puentes levadizos cerrando los portales.


Son bálsamo y elixir que calma desconsuelos,
las pueriles heridas de lúdicas batallas
y también las profundas que dejan oquedades,
suelen ser los emplastos que sanan las heridas,
curación milagrosa que te vuelve a la vida.


Son libres mariposas sobre teclados férreos
que tocan armonías y majestuosas notas,
mostrando melodías de lugares ignotos
que enseñan el lenguaje de bóvedas celestes,
esperanto de amor por todos comprensible
lenguaje maternal grabado en los sentidos.


Son manos ayer bellas ahora primorosas
con marcas de los años y del duro trabajo
Otrora amasadoras de panes y de tartas
perfectas bordadoras, zurciendo los destinos.
Manos de madre buena que te embelesan siempre
inagotables manos que me prodigan vida.



Yolanda de la Colina Flores


9 de noviembre del 2010


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