jueves, 31 de octubre de 2013

LA REINA DE LOS OCÉANOS Capítulo 4 (Cuento dedicado a mi madre)




Capítulo 4
Besito de buenas noches

Al día siguiente Ondine estuvo probando sus increíbles zapatitos, midiendo y cambiando el contenido del aire dentro de sus tacones, hasta que encontró la medida exacta para trasladarse a la mayor velocidad que le era permitido por su invento.

Estuvo también realizando experimentos sobre la duración de la propulsión y la forma de ir rellenando los tacones constantemente de tal forma que le fuera permitido recorrer largas distancias, su persistencia le valió para alejarse del castillo hasta otros confines, visitó arrecifes que desconocía y parajes oceánicos que nunca antes había recorrido, en sus viajes siempre le acompañaba su inseparable guardián.

Ondine pensó que su invento era lo que necesitaba, sin embargo aún no lograba alejarse de aquellos lugares lo suficiente y aún le costaba trabajo movilizarse sin cansarse, aún cuando avanzaba más rápido que cuando nadaba como lo hacía habitualmente, aún tardaba mucho en avanzar a la velocidad que requería para volver a su hogar, sin embargo no se desesperó, al día siguiente iniciaría otros tipos de métodos de movimiento, tenía que buscar la manera de desplazarse más rápidamente.

Varias veces consultó con Ángel sobre como mejorar sus movimientos en el agua, éste con paciencia le enseñaba diferentes formas de nado y desplazamientos, con lo cual Ondine mejoró bastante, pero aún no llegaba a su objetivo, así que después de meditar por un rato, regresó al castillo y mientras comía un diminuto bocadillo su cabeza no dejaba de fabricar una horda, aparentemente sin control, de pensamientos.

Estuvo trabajando varias horas en su estudio de labores, fabricó varios pares de zapatitos de diferentes colores, los estuvo probando de una y otra forma haciendo anotaciones de los resultados en una pequeña libretita, hasta que le sorprendió la noche, escogió de entre todos los pares de zapatos uno que le pareció genial y tomó de su gran vestidor un vestido a juego para probarlos al otro día, recogió y guardó todos sus enseres, dejó todo preparado para su viaje y se retiró a su habitación. 


Esa noche se fue dormir con una nueva esperanza en su vida, acomodó junto a si, en su lecho, algunas de sus muñecas, resguardó como siempre junto a su corazón los muñequitos que de su familia poseía, éstos  se habían convertido para ella en una especie de fotografías tridimensionales que miraba cuando la nostalgia le invadía. Se acurrucó y se dispuso a dormir, al instante apareció a su lado Ángel quien con mimos y cuidados la arropó, le dio un besito de buenas noches y se dispuso a velar su sueño. 

Yolanda de la Colina Flores
Otoño del 2013 

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miércoles, 30 de octubre de 2013

LA REINA DE LOS OCÉANOS Capítulo 3 (Cuento dedicado a mi madre)




Capítulo 3
Soñando entre peces

Ondine se quedó desfallecida en su mesa de trabajo, y empezó a soñar que surcaba los océanos sobre un gran pez dorado, tenía un cierto parecido con Ángel, pero era mucho más grande y majestuoso, despedía una luz especial y brillaba de tal forma que parecía emanar luz de su interior, nadaba como si fuera en cámara lenta de tal forma que Ondine no percibía las corrientes marinas, se desplazaba con gran suavidad y ella sobre su lomo contemplaba todo a su alrededor. Se sentía, si eso era posible, aún más segura que cuando Ángel le resguardaba, a su lado revoloteaban un séquito de peces dorados y también junto a ella su pez guardián le acompañaba.

Recorrieron bellos parajes y lugares inusitados, parecía que ya los había visto antes, pero ahora les observaba desde una perspectiva diferente y por ello resultaban aún más hermosos que como ella los recordaba. En su viaje llevaba consigo una de sus muñecas, cada día paseaba con una diferente, se había fabricado tantas, que se podía dar el lujo de hacerlo. De pronto en un claro del mar iluminado por los rayos solares vio una especie de proyección, como si estuviera viendo una película y el agua del fondo del mar sirviera de pantalla. Ahí estaba reflejada su familia y todo lo que ella amaba y recordaba, antes lo había dado todo por sentado y aunque lo apreciaba, quizás no le había dado su justo valor, ahora sentía nostalgia no tanto por todo lo que ahí poseía, sus sentimientos de tristeza estaban enfocados a los momentos compartidos con sus seres queridos.

Añoraba los consejos de sus padres y recordaba nítidamente cada instante que había vivido con todos sus hermanos y aunque se sentía feliz y protegida en el lugar y con quien se encontraba, no pudo dejar de sentir pesar y unas lágrimas rozaron sus mejillas, las  limpió con el dorso de sus manos y de pronto sintió que un profundo sopor la invadía, por lo que se recostó sobre el lomo del fabuloso pez hasta que se quedó profundamente dormida.


Cuando despertó estaba nuevamente sobre su mesa de trabajo, no se había movido de ahí ni un ápice, todo había sido un maravilloso sueño, pero las imágenes que éste le había proporcionada le motivaban a no cejar en su empeño. Con ahínco y paciencia empezó a elaborar unos zapatitos muy especiales con una singular forma de pez, ambos poseían unos tacones que tenían un sistema de propulsión a chorro, estaban rellenos de aire a presión y al dejarlo salir por la tapita inferior de los tacones mediante un minúsculo ventilador ésta se convertía en una válvula inferior que hacía que se desplazase con más velocidad, estaba fascinada y pensó con alegría en probarlos al día siguiente.   

Yolanda de la Colina Flores
Otoño del 2013 

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martes, 29 de octubre de 2013

LA REINA DE LOS OCÉANOS Capítulo 2 (Cuento dedicado a mi madre)




Capítulo 2
Através del ojo de un pez

Al igual que su madre Ondine también era una excelente narradora de cuentos y cada vez que lo hacía acudían a su entorno algunos peces dorados que habían resultados agraciados con una invitación especial, a veces les narraba historias que en el momento se le ocurrían, otras veces les leía un cuento que había escrito, en otras ocasiones organizaba juegos de adivinanzas y acertijos y después les invitaba una deliciosa merienda en una terraza que daba a su habitación.

Una tarde invitó a esta reunión a una serie de pececillos y había decidido leerles un cuento que acababa de terminar esa mañana, también había hecho las ilustraciones del mismo y pensaba enseñárselas a sus amigos a la vez que les leía, pero ese día las burbujas del océano no dejaban de jugar con ella, le hacían cosquillas por doquier y se interponían entre su mirada y las letras escritas sobre el papel. Por más que lo intentaba no conseguía pasar de la primera página y no acertaba que hacer para continuar leyendo.

Pensó en narrarlo de memoria, pero para mostrar las ilustraciones del cuento en el momento justo, debía seguir la narración dentro del libro, de pronto Ángel se ausentó por un momento y la nena sintió si es posible más angustia, pero este regresó rápidamente llevando consigo un pez dorado con un ojo enorme, lo puso frente a su cara y entonces se percató que éste le servía como una maravillosa lupa, ya no veía burbujas por doquier y ahora podía contar su historia con toda libertad.

Aunque Ondine era feliz con su vida diaria, no dejaba de pensar en su hogar y sus seres queridos y entonces se fabricó un muñeco de tela de cada uno de ellos, cuando los hubo terminado los guardó en una pequeña bolsita, eran tan diminutos que todos cabían en la palma de su mano, así que la bolsita la llevaba cerca de su corazón por la parte interior de sus ropajes, de esta forma sabía que estaban cerca de ella en pensamiento y en forma virtual a través de los muñequitos y nadie, sólo ella, podía admirarlos y visualizarlos cuando a ella se le antojara.

Como tenía mucho tiempo disponible, después de hacer sus deberes se fabricaba su propia ropa y calzado con los mismos materiales con que elaboraba sus muñecas, pero su principal preocupación era salir de ahí y por lo tanto deseaba fabricarse algún implemento que le permitiera desplazarse más rápidamente por las profundas aguas del océano. Debido a sus estudios y su afición desmesurada por la lectura, tenía muchos cocimientos de diversos ámbitos tecnológicos, probó y probó cientos de artefactos y no lograba su propósito, Ángel la observaba sonriendo con ternura y la motivaba a no cejar en su empeño. Hasta que un día Ondine lo consiguió, ¡había encontrado el objeto perfecto para viajar con rapidez por el ancho mar!

Yolanda de la Colina Flores
Otoño del 2013

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lunes, 28 de octubre de 2013

LA REINA DE LOS OCÉANOS Capítulo 1 (Cuento dedicado a mi madre)

 

Hacemos un paréntesis a la serie Earth Fairies Princess para celebrar el cumpleaños de mi madre con este cuento que cosnta de trece capítulos y el cual culminará exactamente el día de su onomástico.
A mi Madre en su cumpleaños como agradecimiento
por crear con amor, compartir y emocionarnos
noche a noche con sus más hermosos cuentos.

Capítulo 1
Confidente marítimo

Ondine no recordaba exactamente cómo había llegado a aquel lugar, a su mente acudían vagas ideas, rememoraba el hecho de que un día, que ahora le parecía muy lejano, había encontrado una enorme ostra cuyo caparazón le había parecido una de las cosas más vistosas con la que se hubiera topado en su vida. Al principio obviamente su apariencia le había atraído, pero a medida que se acercaba a ella ésta se fue abriendo al tiempo que desvelaba en su interior la más hermosa perla que Ondine hubiera visto nunca. Aunque el cumpleaños de su madre estaba lejano, a la niña le pareció que aquella singular perla, si no tenía dueño, seguramente sería un maravilloso regalo para ella.

La perla tenía unos increíbles tonos violáceos, pero según el ángulo en que la observara, estos tonos cambiaban y pasaban por una gama interminable de colores, Ondine estaba fascinada con ella y sin temor se adentró en la ostra a fin de poder apreciar la perla más de cerca, en cuanto la pequeña puso sus dos pies dentro de ella ésta se cerró de inmediato. Ondine no sintió ningún miedo, estaba acostumbrada a los exabruptos del mar, no en vano había vivido en sus profundidades desde que nació. Era un ser oceánico, pero no era una sirena, poseía dos hermosas piernas al igual que toda su familia, pero todos ellos podían respirar sin problema en las profundidades del mar, aunque tenían conocimiento del mundo terrenal, no le conocían ni les interesaba, se conformaban con de vez en cuando acercarse a las playas, para ellos era más que suficiente. 

Quizás era una especie variable de los humanos cuyos antepasados que en épocas muy remotas habían preferido evolucionar dentro de los océanos en lugar de la tierra, pero como esta cuestión no es importante dilucidarla para contar esta historia la dejaremos en una simple especulación, nos basta con desvelar que Ondine vivía bajo el mar y su mundo estaba circunscrito a él.    

Así que, retomando la historia, diremos que Ondine estaba dentro de la ostra gigante esperando a que transcurriera en tiempo necesario para que esta volviera a abrirse, tomar la perla si esta no tenía dueño y ponerla a buen resguardo hasta que llegara la fecha del cumpleaños de su madre, ésta no era cualquier ser, ya que ella no era ni más ni menos que la reina de los océanos un ser muy importante dentro de su mundo, porque además de la relevancia le confería el hecho de ser una regia majestad oceánica, era como es lógico suponer, uno de los seres que Ondine más amaba. 

Transcurrieron, segundos, minutos, horas y la ostra no se abría, por lo que a Ondine le venció el sueño y se durmió dentro de ella, cuando despertó la ostra estaba abierta, pero para su sorpresa la perla ya no estaba, así que con resignación salió de ella, de inmediato se dio cuenta que no se encontraba en sus lares, el  paisaje había cambiado por completo y no se parecía a nada que ella recordara y vaya que había realizado muchos viajes bajo el mar; seguramente la ostra se había desplazado entre las aguas y la había transportado hasta otro lugar muy lejano o por lo menos desconocido para ella.

A su paso encontró un castillo que le pareció bello y espacioso, repleto de peces dorados que deambulaban a su antojo entrando y saliendo él, en los muros de la entrada había una especie de cabina telefónica de esas que se usaban antiguamente con forma de una boca de pez, descolgó el auricular y de inmediato alguien le contestó: -Majestad, estamos a sus órdenes, indique lo que necesita y de inmediato lo tendrá- Ondine se quedó perpleja y sin poder emitir palabra colgó nuevamente el auricular. Se dirigió a la puerta de entrada y solo pudo tocar una sola vez porque esta se abrió de par en par en el momento que ella separó de la puerta los nudillos de su mano.

Se adentró y comprobó que era un hermoso hábitat, parecía haber sido construido para ella, en él había todo lo que ella siempre había deseado, un recibidor con asientos a su altura hechos de los más bellos materiales que pueden encontrarse en los océanos, una salita de acuerdo a su tamaño, adornada de corales por doquier, había peceras donde diminutos peces dorados, se zambullían y brincaban fuera de ellas libres. Una habitación con sus colores predilectos y todos los ornamentos que le agradaban. -¡Un momento!-, pensó para sí, -¡pero si es exactamente igual a mi hogar, solo que está dispuesto de forma diferente, parece como un reflejo de él!, humm… lo único que encuentro mal es que aquí no está mi familia, ¿qué es todo esto?, ¿qué está pasando?-

Como si lo hubiese dicho en voz alta de inmediato aparecieron dos peces dorados vestidos con libreas de mayordomo y haciendo una reverencia le dijeron al unísono -¿Nos llamó su majestad?, estamos a sus órdenes, indique lo que necesita y de inmediato lo tendrá- .  Ondine volvió a pensar en silencio -¡Vaya otra vez la misma canción!, bueno vamos a seguir el juego a ver si alcanzo a poner algo en claro.-

Se plantó delante  de ellos y debido a que éstos le consideraban su majestad con voz autoritaria les cuestionó, les pidió le aclararan que era ese lugar y que estaba haciendo ella ahí. Los peces le sacaron de sus dudas siempre hablando juntos, pero como ambos decían exactamente lo mismo no tuvo problema en comprenderles. De esta manera supo que se encontraba muy lejos de su hogar, exactamente en las antípodas de éste. Por alguna razón que desconocían había sido enviada ahí, probablemente tendría que realizar alguna prueba, tarea o misión especial; que viviría con la misma comodidad e implementos a los que estaba acostumbrada, pero no podía salir de ahí hasta que no hubiese cumplido su misión. Ellos podían concederle casi todo lo que se le ofreciera, excepto el retornarla a su hogar, la disposición de esta situación no era inherente a ellos, había sido provocado en parte por el creador de los océanos y en parte por su propia curiosidad y desconocían cual era el propósito de ello.

Ondine era una nena inteligente y aceptó en apariencia su sino, se dedicó a vivir tal como en su casa, esperando y tratando de propiciar la situación que le llevara de regreso a los brazos de su amada familia. Su principal afición era hacer muñecas, sus cuerpos y vestimentas y en ello era una puppieter consumada. Las fabricaba con toda clase telas y géneros, con ovillos de lana en tricot o crochet, y les adornaba revistiéndolas de toda caracola, conchita, piedrita o cuentita que le parecía adecuada para engalanarlas. Este arte lo había aprendido en las clases de costura, tejido y bordado que su madre con mucha paciencia le había enseñado, ella era buena haciéndolo, pero su madre, ¡ah, su madre, era inmejorable!

Un día se encontraba en la pequeña sala haciendo una pequeña muñeca de coral, cuando sin remedio no pudo evitar que las lágrimas acudieran a su mirada, recordaba y extrañaba a sus padres y a toda su adorada familia y se sintió triste, muy triste. De pronto recordó que su madre le había dicho que nunca estaría sola… en eso estaba meditando cuando al mismo tiempo por la ventana apareció el pez dorado más hermoso que Ondine hubiese visto, tenía unas aletas que semejaban alas, y le sonreía. Se acercó a él y estuvieron conversando largo rato, le dijo que era su guardián y a partir de ese día siempre estaría con ella, que había tardado en aparecer exactamente el tiempo en el que ella logró acordarse de él. Y en efecto, a Ondine le resultaba familiar, pero no recordaba dónde le había visto anteriormente. Aunque era un pez dorado su nombre era Ángel y le cuidaría aún cuando estuviese dormida.

A partir de ese momento Ángel y Ondine serían inseparables ahora la nena tenía un confidente con el cual compartía todas sus glorias y penas y este le escuchaba y le confortaba grandemente. 

Yolanda de la Colina Flores
Otoño del 2013

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