sábado, 23 de mayo de 2015

EL CAFÉ DERRAMADO




Todo estaba listo para la celebración de la boda de Alexis, estudiaba a más de quinientos kilómetros de su hogar, por lo que había confiado a su madre, abuela y hermanas todos los detalles referentes a la celebración, sabía que ellas conocían sus gustos y sus tallas así que sin dudarlo había delegado en ellas esa responsabilidad.

Lo tenían todo dispuesto, al día siguiente regresaba Alexis y no querían que nada fallara; la madre decidió colocar el vestido y todos sus accesorios sobre la cama de la novia, así cuando ella entrara a la habitación recibiría de seguro una bella sorpresa. Sin embargo al sacar el vestido y el velo se percató que ambos contenían un sinfín de arrugas, seguro por estar tanto tiempo ahí guardados en sus cajas. Los sacó con cuidado y los llevó a la cocina para plancharlos, no le llevó poco tiempo, lo hizo con mucho esmero y cuidado, protegiendo los géneros tan delicados de seda y tul, con lienzos delgados mojados, con los cuales generaba un mejor vapor que los que lo que la plancha proporcionaba. Colocó el vestido sobre dos sillas y el velo sobre él, pensó en dejar que se disiparan el calor y los vapores para no provocar otras arrugas, dentro de una hora volvería por ellos.

Paulina despertó, eran las once de la mañana, y mientras sus otras dos hermanas ya llevaban largas horas levantadas y habían hecho un sinfín de actividades, ella que le encantaba desvelarse leyendo novelas de suspenso, cuando no tenía responsabilidades ineludibles, alrededor de esas horas empezaba a dar sus primeros pasos.

Bajó a la cocina y observó el vestido de su amada hermana y por supuesto sonrió, fue hacia la cafetera y vio que no quedaba ni un rescoldo de café, seguramente se lo habían bebido todo con lo nerviosas que andaban, ¡que fastidio!, pensó para sus adentros, ella casi nunca ponía la cafetera, pero no debía ser nada del otro mundo, si les llamaba para que se lo hicieran, seguro se burlarían de ella. Con paciencia quitó los residuos del café y los filtros y colocó unos nuevos con otra buena cantidad de café, no recordaba cuánto había que poner, ni hasta donde, así que se guió por su instinto, total, ¿que podría pasar? más que el resultado que tendría un café más claro o más cargado. Se preparó una tostada con mantequilla y mermelada y salió a las escaleras que daban al jardín a admirar los arreglos que entre todos habían hecho, mientras el café estaba listo, en sus admiraciones estaba, cuando se percató que uno de los arreglos florales de una de las mesas no estaba correcto, así que se dispuso a componerlo.

Mientras en la cocina la antigua cafetera crepitaba, echaba espuma y se bamboleaba, como  todos estaban ocupados en otros menesteres, nadie se percató de lo que pasaba, así que sin remedio, el café borboteando escapó de su prisión donde no podía permanecer ni un segundo más, fue invadiendo la encimera, después la superficie de unos cajones, hasta que la fin cayó plácidamente sobre un mullido velo y una sedosa tela, donde alcanzó su esplendor propagándose por todos lados, hasta que se hubo completamente liberado.

Los gritos de Paulina y su familia cuando vieron el estropicio creado, eran indescriptibles, parecía que un asesino en serie o un loco las perseguía, hasta que llegó la abuela y las puso en su lugar. Ya serenadas les dio instrucciones precisas, tenían que hervir el vestido en una gran olla con café, el velo por desgracia no tenía remedio, en lugar de tonos marrón tenía un aspecto casi negro, así que cuando la abuela dijo -¡desaparézcanlo!-, fue a parar sin remedio al bote de la basura.

Durante unas horas el vestido estuvo hirviendo en el café, cuando la abuela indicó que lo sacaran tenía un parejo color camel, la madre movió la cabeza como denegando que lo que habían hecho no había sido algo acertado, la abuela sonriente en cambio decía -¡funcionará!, yo se lo que te digo-.
El vestido nuevamente se planchó, y se puso a orear en lugar seguro mientras la abuela fue al  pueblo, regresando con un tocado y una serie de rosas lilas, -Es el color que más combina con el camel, aseguró-; acomodó el vestido y el tocado sobre la cama de la novia colocándole una rosa aquí y otra por allá, cuando al fin hubo terminado, sonrió complacida y dijo -¡Listo!-.

Por la mañana muy temprano arribó Alexis a su hogar, todos felices le saludaron con besos y abrazos, subieron con ella los escalones de la escalera expectantes y cuando ésta abrió la puerta de su habitación, también todos, excepto la abuela cubrieron sus bocas con una de sus manos.

Alexis gritó de emoción, ¡increíble!, ¡me habéis adivinado el pensamiento!, escogieron perfectamente el color adecuado, el blanco para mí ya está pasado de moda, me encanta, ¡que  buen tino habéis tenido!. ¡Oh!, y además  no hay velo, ¡genial!, el velo es tan anticuado, ¡gracias, gracias a todos por haberme hecho, si es posible este día más feliz!.

Todos bajaron las escaleras al final venían la abuela y la madre completamente estupefacta, la abuela volteó y guiñándole un ojo le dijo al oído, ¿cómo crees que se han arreglado las mantelerías durante siglos en esta familia?. ¡Vamos!, ¡disfruta el momento y relájate!. 

Por la pasarela que han formado en el jardín transita la joven novia, luce radiante y feliz como todos lo esperaban, cuando pasa junto a su abuela le dirige una sonrisa y disimuladamente ambas se hacen una especie guiño.

Yolanda de la Colina Flores
9 de agosto del 2014

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jueves, 21 de mayo de 2015

RICITOS DE ORO Y LOS TRES OSITOS (OTRA VERSIÓN).




Noticia del día:

Han rescatado una niña, aparentemente secuestrada por dos feroces osos, como los integrantes de la banda no han solicitado rescate, han liberado a la nena y ésta no ha querido presentar cargos éstos han sido de inmediato liberados.

Afortunadamente para nuestra publicación hemos logrado entrevistar a los protagonistas de esta noticia, ahora juzguen ustedes mismos, ¿qué es lo que realmente sucedió?

Versión de la niña, alias Ricitos de oro:
No se la verdad que pasó ni porqué arman tanto revuelo, mi amiga Mechitas de ébano, me invitó a su casa, donde vive con su mamá, a comer, me dio la dirección indicándome que quedaba exactamente en medio del bosque, que era una pequeña cabaña de madera, con ventanas adornadas con cortinas de florecitas y una enorme puerta de nogal que tenía una aldaba en forma de mano para tocar. Resulta que la encontré tal como me dijo, al llegar toqué y nadie respondió a mi llamado de pronto me percaté que la puerta estaba abierta y entré para luego darme cuenta que la casa estaba completamente sola, la comida estaba servida en la mesa, esperé un largo rato, tenía mucha hambre y me gruñía la tripita así que no pude resistir más y me comí la sopa del plato pequeño, que seguro era para mí por que  de las tres que íbamos ha comer yo soy la más pequeña. Después me entro una pereza y un cierto sopor así que decidí hacer una siestecita mientras llegaba mi amiga y su madre. Busqué un lugar donde hacerlo, para descubrir con placer que me habían preparado una camita, seguro es que saben que siempre después de comer hago la siesta, ¡que detalle!, todo era maravilloso, hasta que me despertaron tres osos que se habían metido en la casa y yo salí corriendo despavorida a mi encuentro salió la policía que mi madre había llamado, ¿sabe? es que se me olvidó avisarle que me habían invitado a comer, y ahora que recuerdo, creo que la invitación era para mañana, jeje.

Versión de los secuestradores, alias, Papá oso, Mamá osa.
No, no, y no, le digo que nosotros no secuestramos a esa delincuente, ella se metió en nuestra casa con qué se yo qué maquiavélicos propósitos, no solo allanó nuestro hogar, se comió toda la comida de nuestro hijo, anduvo deambulando por toda la casa, creo que hasta se bebió alguna de nuestras bebidas, porque después de hacer no sé que cosas, se puso a roncar sin decoro en una de nuestras camas. La Mamá osa ratifico la versión del Papá oso.

Versión de un testigo, alias osito.
Fue algo bien divertido, yo quería ir al parque porque tenía muchos deseos de jugar y quería evitar a toda costa comer la sopa de espinaca que había preparado mamá, porque la verdad no me gusta, así que cuando salimos, dejé la puerta abierta para ver si algún animal hambriento se comía la horrorosa sopa mientras nosotros andábamos de paseo, ¡y así fue!, sólo que en lugar de un animal entró a mi casa una pequeña hada y despareció mi comida, además se acostó en mi cama y así no tuve que hacer la siesta que tanto detesto, ya dormimos mucho en el invierno ¿no cree usted?; lástima que cuando entramos se asustó y salió volando como flecha, supongo que es que a las hadas no les gusta que las vean. En fin que yo estoy muy contento porque ya son las ocho y yo ¡no he tenido que comer la sopa ni tampoco hacer la siesta! y vamos a cenar avena ¡que es lo que a mi me encanta!


Yolanda de la Colina Flore
7 de agosto del 2014

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domingo, 17 de mayo de 2015

VIVIR UNA VIDA CREATIVA



Sentada en una silla de ruedas Genoveva analiza su entorno, comprende que está en un hospital y entonces empieza a recordar que se encuentra en un estado tetrapléjico, ha tenido un accidente en su casa de campo montando su caballo preferido, cuando los médicos le han contado la terrible noticia ha perdido la conciencia y ahora de nuevo despierta en esa silla eléctrica con una serie de artilugios eléctricos que le permiten desplazarse, comunicarse y respirar. No es fácil para ella esta situación, incluso para nadie en su lugar, piensa para sus adentros, pero ella tenía una vida tan creativa, era diseñadora de modas, pintora, escultora y escritora, su alto nivel económico le habían permitido dedicarse completa y libremente a estas disciplinas ya había realizado desfiles de moda, múltiples exposiciones y escrito varios libros.

Ahora Genoveva se pregunta que va ha ser de su vida, recluida sin remedio en esa silla, mira a través de la ventana el exterior que afortunadamente es bello, un bosque a su alrededor, observa las grandezas de la creación, portentosos árboles y toda una gama de plantas y flores imposibles de nombrar, incluso uno que otro animal, colibrís que revoletean, traviesas e inquietas ardillas, mariposas multicolores, en fin. En su mente sin remedio se dibuja una sonrisa y cae en un profundo sopor.

Genoveva despierta y mira ahora una enorme pared blanca frente a sí y se dedica a analizarla, es lisa y sin protuberancias, parece no tener ni un defecto, ¡oh no!, si que tiene uno, hay una especie de resquebrajamiento que simula una nube y en su mente empieza a pintar, la pared entonces se torna un lienzo y realiza toda una obra imaginaria que en su mente puede continuar día con día mientras no tenga visitantes médicos, familiares y amigos, después de un mes termina su obra y la mira complacida.

Al día siguiente la visita Sofía, esa su amiga tan querida, ahora conversan a través de un ordenador donde con una pajita, ella con su boca teclea lo que quiere expresar, Sofía su hermana y amiga, la visita todos los días, su compañera inseparable su confidente y cómplice en todo, es cuasi perfecta, si no fuera por su forma de vestir. Sofía ahora lee un libro nuevo que le ha traído y Genoveva mientras escucha multiplexa y empieza a cambiarle mentalmente a su amiga los ropajes incluso el maquillaje y peinado, cuando ha terminado, sonríe para sus adentros, se ve tan bien su amiga vestida así, Sofía se despide y se retira portando sin saber un nuevo diseño de la famosa diseñadora Genoveva Trueba.

Ernesto su compañero le ha llevado un bello jarrón repleto de múltiples flores con una buena variedad de colores, quizás por ello el jarrón está hecho de un barro pardo y sin adornos que no compite con los tonos de las plantas, conversan a su manera por largo rato, el le cuenta todo lo que ha realizado durante su ausencia, después se despide con un cálido beso. Genoveva puede entonces realizar lo que ya ronda su mente, toma el jarrón entre sus manos imaginariamente y con utensilios invisible empieza a esculpirlo nuevamente, le cambia la forma de las asas, de la boca y los cantos y construye sobre su superficie una filigrana que la mantiene ocupada varios días, cuando concluye su obra ya han tenido que cambiarle las flores.

Genoveva ahora observa su habitación plasmada de vivos colores y creaciones hechas por ella, una habitación que todos los demás miran blanca y fría. Sabe ya sin dudarlo lo que va hacer con su vida, con su pajita sostenida en su labios enciende su ordenador y escribe: Resurrección, capítulo uno y empieza a escribir su nueva novela.      

Yolanda de la Colina Flores
6 de agosto del 2014



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lunes, 4 de mayo de 2015

UNA VENTA DE RECUERDOS



Tenía que partir lo había prometido, ya había informado de la decisión que habían tomado a su familia, ya no pertenecía a la empresa para la que otrora laborara, solo faltaba desmontar su casa, esa que tanto trabajo le había costado adquirir, situada en el lugar que siempre había añorado, con todo acomodado tal como siempre había anhelado, todo eso lo atesoraba, pero más que todo eso amaba al ser que era su compañero, a quien había jurado fidelidad eterna, la ahora cabeza de su familia a aquel a quien había asegurado acompañar hasta el fin del mundo, bueno, no iban a ése lugar pero si muy lejos.

Dispuso la gran mesa del comedor a la entrada del jardín donde fue disponiendo cada una de las cosas, colocaba una serie de cajitas pastilleros que había adquirido en cada uno de los lugares a donde había viajado, otras se las habían regalado, esas las separó y las resguardó, no pensaba deshacerse de ellas, las otras las acomodó de manera graciosa y luego con un pin puso un precio sin pensar, todos los que quisieran adquirirlas comprarían cajitas para pastillas, ella vendía momentos de su vida muy especiales, recuerdos de viajes inolvidables, anécdotas, momentos especiales con quienes en ese preciso instante estaba, la forma en que lo adquirió, en fin, tantas cosas.

Poco a poco fue sacando un incontable número de enseres, los reflejos de tantas épocas vividas, sus cambios físicos, las arrugas que poco a poco fueron apareciendo, su incontable elaboración de diversos peinados, los abrazos que arribaban por detrás, dibujando en ambos tantas sonrisas, todos ellos una vez contenidas por un espejo en forma de astro rey.

Los cafés, tés y pastitas y alguno que otro trozo de pastel acompañado de pláticas que parecían no tener fin, regalos abiertos con miles de exclamaciones, sonrisas y alguna que otra lagrimilla, todos ellos reflejados en el lustroso roble de las mesitas que siempre acompañaban su sala.

Cartas escritas a mano y un mundo de papeles de colores, tarjetas, sobres, stickers, moñitos, pincitas, clips, chinchetas, pines, lápices, colores de madera, cera y pastel, plumas, plumillas, correctores, plumones y tantas cosas más utilizadas durante toda una vida para comunicarse en otros tiempos, con sus seres más queridos, agazapadas entre las vetas de su amado secreter de nogal.

Las recetas de la abuela y de mamá, el recuerdo de la elaboración de velas y el certero reflejo para evitar una quemazón, el eterno amasado del pan de muerto, las galletas elaborados por un buen grupo de pequeños aprendices, experimentadas en la gran mesa central de la cocina hecha de roble.

La combinación de aromas, especies o especias, el aprendizaje de medidas culinarias, reguardadas en su maravilloso especiero.  Los mandiles y delantales de tantos tiempos acompañados de las hermosas bolsas de yute y canastos para ir al mercado, que antes colgaban de su perchero de alguna madera sin identificar, adornado siempre con ramas de bugambilia de su adorado jardín.

Quizás lo que más suspiros, congojas, sollozos, risas y carcajadas le proporcionó fue el entregar a la venta ese su mayor tesoro, donde tantas veces lloró sin creer que existía consuelo por sus enfermedades, o por algún problema que en ese instante creía irremediable, ahí donde los seres que más le amaban le dieron la atención y el consuelo que necesitaba, ahí donde tejía y bordaba al tiempo que veía algún programa en la televisión, donde al poner una mesa cercana, muchas veces cosió en su máquina alguna prenda, o dibujó cosas que su mente elaboraba, o donde se ponía a fabricar sus diseños muy particulares de sencilla joyería mineral. Ahí donde encontró el amor y tuvo su primera relación, donde cantó y lloró de felicidad, ese bello lugar lleno por todos sus rincones y recovecos de abrazos, mimos, besos y achuchones; no pudo evitar con un nudo en la garganta y un torrente contenido de lágrimas que querían asomar que su mano temblase al poner un precio a uno de los más invaluables tesoros dentro de sus posesiones, su amado lecho.

Yolanda de la Colina Flores
12 de septiembre del 2014
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