lunes, 4 de mayo de 2015

UNA VENTA DE RECUERDOS



Tenía que partir lo había prometido, ya había informado de la decisión que habían tomado a su familia, ya no pertenecía a la empresa para la que otrora laborara, solo faltaba desmontar su casa, esa que tanto trabajo le había costado adquirir, situada en el lugar que siempre había añorado, con todo acomodado tal como siempre había anhelado, todo eso lo atesoraba, pero más que todo eso amaba al ser que era su compañero, a quien había jurado fidelidad eterna, la ahora cabeza de su familia a aquel a quien había asegurado acompañar hasta el fin del mundo, bueno, no iban a ése lugar pero si muy lejos.

Dispuso la gran mesa del comedor a la entrada del jardín donde fue disponiendo cada una de las cosas, colocaba una serie de cajitas pastilleros que había adquirido en cada uno de los lugares a donde había viajado, otras se las habían regalado, esas las separó y las resguardó, no pensaba deshacerse de ellas, las otras las acomodó de manera graciosa y luego con un pin puso un precio sin pensar, todos los que quisieran adquirirlas comprarían cajitas para pastillas, ella vendía momentos de su vida muy especiales, recuerdos de viajes inolvidables, anécdotas, momentos especiales con quienes en ese preciso instante estaba, la forma en que lo adquirió, en fin, tantas cosas.

Poco a poco fue sacando un incontable número de enseres, los reflejos de tantas épocas vividas, sus cambios físicos, las arrugas que poco a poco fueron apareciendo, su incontable elaboración de diversos peinados, los abrazos que arribaban por detrás, dibujando en ambos tantas sonrisas, todos ellos una vez contenidas por un espejo en forma de astro rey.

Los cafés, tés y pastitas y alguno que otro trozo de pastel acompañado de pláticas que parecían no tener fin, regalos abiertos con miles de exclamaciones, sonrisas y alguna que otra lagrimilla, todos ellos reflejados en el lustroso roble de las mesitas que siempre acompañaban su sala.

Cartas escritas a mano y un mundo de papeles de colores, tarjetas, sobres, stickers, moñitos, pincitas, clips, chinchetas, pines, lápices, colores de madera, cera y pastel, plumas, plumillas, correctores, plumones y tantas cosas más utilizadas durante toda una vida para comunicarse en otros tiempos, con sus seres más queridos, agazapadas entre las vetas de su amado secreter de nogal.

Las recetas de la abuela y de mamá, el recuerdo de la elaboración de velas y el certero reflejo para evitar una quemazón, el eterno amasado del pan de muerto, las galletas elaborados por un buen grupo de pequeños aprendices, experimentadas en la gran mesa central de la cocina hecha de roble.

La combinación de aromas, especies o especias, el aprendizaje de medidas culinarias, reguardadas en su maravilloso especiero.  Los mandiles y delantales de tantos tiempos acompañados de las hermosas bolsas de yute y canastos para ir al mercado, que antes colgaban de su perchero de alguna madera sin identificar, adornado siempre con ramas de bugambilia de su adorado jardín.

Quizás lo que más suspiros, congojas, sollozos, risas y carcajadas le proporcionó fue el entregar a la venta ese su mayor tesoro, donde tantas veces lloró sin creer que existía consuelo por sus enfermedades, o por algún problema que en ese instante creía irremediable, ahí donde los seres que más le amaban le dieron la atención y el consuelo que necesitaba, ahí donde tejía y bordaba al tiempo que veía algún programa en la televisión, donde al poner una mesa cercana, muchas veces cosió en su máquina alguna prenda, o dibujó cosas que su mente elaboraba, o donde se ponía a fabricar sus diseños muy particulares de sencilla joyería mineral. Ahí donde encontró el amor y tuvo su primera relación, donde cantó y lloró de felicidad, ese bello lugar lleno por todos sus rincones y recovecos de abrazos, mimos, besos y achuchones; no pudo evitar con un nudo en la garganta y un torrente contenido de lágrimas que querían asomar que su mano temblase al poner un precio a uno de los más invaluables tesoros dentro de sus posesiones, su amado lecho.

Yolanda de la Colina Flores
12 de septiembre del 2014
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