Esta graciosa princesa,
por demás irreverente,
desprecia todas las normas,
desdeñando conveniencias.
Desafía el protocolo,
el urbanismo la aleja,
con su presencia el civismo,
se vuelve todo cinismo.
Los buenos modales de antaño,
ha perdido por completo,
ahora come sin cubiertos
y se ha chupado los dedos.
Sin embargo cuando quiere,
los cubiertos ha de usar,
para una patata frita
o una miguita de pan
A nosotros nos parece,
que a alguien quiere molestar,
pues sonríe en sus adentros,
de sus hazañas sin par.
Para sus ropajes reales,
se ha conseguido modista,
que le confecciona todo,
con papeles de colores.
Cuando el día se va poniendo,
ella se mete a la ducha
y de esa forma ella cambia,
día con día sus vestidos.
Son de colores brillantes,
estridentes, refulgentes,
son de colores neón,
de tungsteno y de magnesio.
Sus cabellos son azules,
si la princesa está triste
y si algún día se enoja,
se nos torna pelirroja.
Su habitación color fucsia,
con verde fosforescente,
atrapa toda mirada,
hasta la de un despistado.
Como tiene veinte hermanos,
antes se sentía una más,
hoy los otros diecinueve,
la tienen siempre presente.
Sus padres siempre la adoran,
aunque estén muy desquiciados,
con sus raras aficiones
y sus más raros caprichos.
Para ella eso está bien,
pues teme ser ignorada
y su sueño va cumpliendo,
de ser por siempre adorada.
Antes era temeraria,
tenía que esforzarse más,
pero ha creado precedente
y algo puede descansar.
Por ello sueña tranquila,
porque se sabe muy bien,
que si haz hecho buena fama,
justo es que quieras dormir
Yolanda de la Colina Flores
17 de noviembre del 2011
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